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Nota del editor: 

En Coalición por el Evangelio te enviamos a descargar gratis Tres días que cambiaron la historia: Del huerto a la tumba vacía, un libro digital escrito por el pastor Sugel Michelén, ideal para leer en Semana Santa. Aquí tienes el prefacio de este recurso, que oramos pueda ser de edificación para ti y te invitamos a compartir con otras personas.

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En la mañana del 11 de enero del año 49 a. C., Julio César se encontraba con su ejército a orillas del río Rubicón, que señalaba el límite entre la Galia Cisalpina e Italia. Según la ley romana, si un general traspasaba ese límite con sus tropas armadas sería declarado enemigo público de la República. César estaba consciente de que cruzar el Rubicón con sus legiones sería interpretado como una declaración de guerra.

Finalmente, y después de un momento de duda, César dijo a sus soldados: «Alea iacta est», frase en latín que significa «la suerte está echada». El paso del Rubicón provocó una guerra civil que duraría cuatro años y marcaría el final de la República romana para dar paso al imperio. Cuando César entró en Roma, se hizo declarar cónsul y dictador perpetuo. Con el paso del tiempo, «cruzar el Rubicón» vino a significar el hecho de tomar una decisión irrevocable de serias consecuencias.

Nos encontramos con el cruce del Rubicón en la vida de Jesús al llegar al capítulo 11 del Evangelio de Marcos. Por más de tres años, el Señor había estado enseñando la Palabra y haciendo milagros en Israel, pero ahora se encontraba en el principio del fin de Su ministerio terrenal. Su entrada a Jerusalén el llamado domingo de ramos habría de provocar una reacción en cadena —planeada desde la eternidad por el Dios soberano— que culminaría con Su muerte en la cruz del calvario, durante la fiesta de la Pascua.

De modo que, a diferencia de Cesar, el Señor no entró en Jerusalén como un dictador dispuesto a aplastar toda resistencia, sino como un Rey que asume la posición de un siervo para dar Su vida en rescate por muchos. No llegó a Jerusalén rodeado de ejércitos armados, sino montado en un pollino, acompañado de Sus discípulos y de una multitud que le aclamaba sin tener un entendimiento claro de la naturaleza de Su reino.

Esa cruz en la que murió nuestro Señor es el punto focal de toda la historia humana

César entró en Roma para gobernar el Imperio con mano de hierro; Cristo entró en Jerusalén para ser entregado a un procurador romano por los líderes religiosos de Su nación y ser condenado a muerte, durante una fiesta judía en la que miles de corderos eran sacrificados conforme a la ley mosaica. Todos esos corderos inmolados señalaban a ese gran sacrificio que habría de ocurrir ese próximo viernes, cuando el Señor Jesucristo fuera llevado a la cruz como el verdadero cordero pascual que quita el pecado del mundo.

Esa cruz en la que murió nuestro Señor es el punto focal de toda la historia humana. La línea divisoria entre los que se salvan y los que se pierden; entre el cielo y el infierno. Por eso los evangelistas dedican tanto espacio a los eventos que ocurrieron en esa última semana. Mateo dedica un cuarto de su Evangelio a esa pequeña porción del ministerio terrenal de Jesús. Marcos le dedica un tercio; Lucas un quinto, y Juan la mitad de su Evangelio. Así de importante son estos últimos días. Si sumamos el contenido de los cuatro evangelios, hacen un total de ochenta y nueve capítulos, treinta de los cuales se enfocan en estos siete días. En otras palabras, más de un tercio de los cuatro evangelios está dedicado a narrar con lujo de detalle lo que sucedió durante la semana de la pasión.

En este libro digital que tienes en la mano, me propongo observar contigo tres de las escenas que nos ayudarán a entender la importancia y el significado de esa muerte, acompañada del evento más glorioso de la historia redentora: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Es mi anhelo y oración que el Señor use estas breves meditaciones para llevar a muchos a decir como Pablo, que «el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que Uno murió por todos, y por consiguiente, todos murieron. Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Co 5:14-15).

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