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Un error común es explicar la “obediencia activa” de Jesús como su “vida sin pecado” y su “obediencia pasiva” como su “muerte expiatoria”. En otras palabras, Jesús estuvo activo en su vida y sufrió en su muerte.

Pero eso no es lo que significan los términos históricamente, aunque ocasionalmente algunos defensores populares del punto de vista reformado cometen este error, ya sea por ignorancia o simplificación excesiva.

Históricamente, el entendimiento reformado es que “la obediencia pasiva” de Cristo y su “obediencia activa” se refieren a toda la obra de Cristo. La distinción resalta diferentes aspectos, no etapas, de la obra de Cristo en el pago de la pena del pecado (“obediencia pasiva”) y en el cumplimiento de los preceptos de la ley (“obediencia activa”).

Louis Berkhof lo describe así en su Teología sistemática:

Las dos van juntas en cada momento de la vida del Salvador. Hay una constante interpenetración de las dos […]. La obediencia activa y pasiva de Cristo deben considerarse complementarias a un todo orgánico (pp. 379, 380).

John Murray, en Redención: consumada y aplicada, lo expresa con toda claridad y entra en más detalles:

[No podemos] asignar algunos aspectos o acciones de la vida de nuestro Señor en la tierra a la obediencia activa, y otros a la obediencia pasiva. La diferencia entre la obediencia activa y pasiva no es una diferencia de etapas. Toda la obra de obediencia del Señor, en todas sus fases y etapas, es la que se describe como activa y pasiva. Debemos evitar el error de pensar que la obediencia activa tiene que ver con la obediencia de su vida, y la pasiva con la obediencia de su padecimiento final y muerte.

El verdadero uso y propósito de la fórmula consiste en enfatizar los dos aspectos diferentes de la obediencia vicaria de nuestro Señor. La verdad que se expresa está basada en reconocer que la ley de Dios tiene sanciones penales y demandas positivas. Exige no solo el pleno cumplimiento de sus preceptos, sino también la imposición de la pena debido a todas las infracciones e incumplimientos. Es esta doble exigencia de la ley de Dios la que se tiene en cuenta cuando se habla de la obediencia activa y pasiva de Cristo. Él como vicario de su pueblo quedó bajo la maldición y condena debido al pecado, y también cumplió la ley de Dios en todas sus demandas positivas. En otras palabras, afrontó la culpa del pecado y cumplió a la perfección las demandas de la justicia. Cumplió a la perfección las demandas penales y preceptivas de la ley de Dios. La obediencia pasiva se refiere a lo primero, y la obediencia activa a lo último (p. 23).

Cristo como vicario de su pueblo quedó bajo la maldición y condena debido al pecado, y también cumplió la ley de Dios en todas sus demandas positivas.

Dicho de otra manera, la llamada obediencia “pasiva” y “activa” de Jesús consiste en los esfuerzos de toda una vida mientras que Él cumplía las demandas y sufría las penas de la ley de Dios, y ambos aspectos culminaron en la cruz. Yo defendería que el Nuevo Testamento claramente enseña la obediencia pasiva de toda la vida de Cristo (su obra de cargar con el castigo) y la obediencia activa de toda la vida de Cristo (su obra de obediencia a la voluntad de Dios), lo cual culmina en la cruz. Nosotros entonces recibimos el beneficio de esto a través de la imputación de la obediencia de Cristo (el traspaso de la obra completa de Cristo a nuestra cuenta cuando confiamos en Él para salvación y estamos unidos a Él).

Pero no es raro escuchar a algunas personas decir: “Las Escrituras solo enseñan la imputación de la obediencia pasiva de Cristo, no de su obediencia activa”. Otra queja es la siguiente: “Tales distinciones sutiles se deben más a la teología sistemática que a la intención del autor que nos interesa en la teología exegética”.

Pero aquí esta la ironía en todo esto. Al argumentar que es solo la obediencia pasiva de Cristo la que se imputa a nuestra cuenta, ellos son los que hacen una distinción que no se puede encontrar en el texto bíblico.

En el Nuevo Testamento la obra justa de Cristo es de un solo ropaje: siempre es “obediencia hasta la muerte”.

Los reformados argumentan a favor de ambas, no de una o la otra. En el Nuevo Testamento la obra justa de Cristo es de un solo ropaje: siempre es “obediencia hasta la muerte”. En otras palabras, uno no puede separar el cumplimiento de los preceptos de Dios por Cristo del pago de la pena que hizo Cristo por nuestro fallo en obedecer los preceptos de Dios.

¡Lo que Dios ha unido, que ningún hombre lo separe!


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Wilmer Rodríguez.
Imagen: Lightstock.
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