Charles Spurgeon (1834-1892) predicó durante su vida a aproximadamente diez millones de personas y hablaba con frecuencia unas diez veces a la semana. Sus 3561 sermones están encuadernados en sesenta y tres volúmenes, además de haber escrito muchos libros.
Esos logros fueron muy maravillosos y exigieron mucho de su vida, lo que sin duda contribuyó a su lucha contra la depresión (¡no menos importante es el hecho de que a menudo trabajaba dieciocho horas al día!).
Spurgeon escribe:
He sufrido muchas veces de enfermedades graves y de una depresión mental espantosa que llegaba casi a la desesperación. Casi todos los años he sido apartado durante una temporada, pues la carne y la sangre no pueden soportar la tensión, al menos una carne y una sangre como la mía. Creo, sin embargo, que la aflicción me era necesaria y ha respondido a fines saludables.
Esas palabras fueron escritas por un hombre que vivió con gran dolor físico durante gran parte de su vida. Mientras su querida esposa Susana estaba postrada en la cama durante décadas, Spurgeon contrajo viruela y sufrió gota, reumatismo y la enfermedad de Bright (inflamación de los riñones). Su salud empeoró progresivamente, de modo que casi un tercio de sus últimos veintidós años los pasó alejado del púlpito. Estas dificultades físicas lo afectaron mucho emocionalmente.
Cuando Spurgeon tenía veintidós años, tuvo lugar una tragedia que aún le persigue años después. Estaba predicando por primera vez en el Music Hall de los Royal Surrey Gardens porque su propia iglesia no era lo suficientemente grande. El aforo de diez mil personas fue superado con creces por la multitud que se agolpaba. Alguien gritó «¡Fuego!» y, aunque no hubo fuego, la estampida resultante causó muchos heridos y la muerte de siete personas. Años después, Spurgeon dijo que este horrible incidente lo llevó «al horno ardiente de la locura».
Sin embargo, Spurgeon descubrió que su gran sufrimiento lo acercaba a Dios. En un discurso a ministros y estudiantes dijo:
Me atrevo a decir que la mayor bendición terrenal que Dios puede dar a cualquiera de nosotros es la salud, con la excepción de la enfermedad. Si algunos hombres que conozco solo pudieran ser favorecidos con un mes de reumatismo, eso, por la gracia de Dios, los suavizaría maravillosamente.
Como verás en Encouragement to the Depressed [Aliento a los deprimidos], Spurgeon dijo sobre el ministerio pastoral:
Nuestra labor, cuando se emprende con seriedad, nos expone a ataques en dirección a la depresión. ¿Quién puede soportar el peso de las almas sin hundirse a veces en el polvo? Los anhelos apasionados por la conversión de los hombres, si no son plenamente satisfechos (y ¿cuándo lo son?), consumen el alma con ansiedad y desilusión. Ver que los esperanzados se desvían, que los piadosos se enfrían, que los profesantes abusan de sus privilegios, y que los pecadores son cada vez más audaces en el pecado, ¿no son estas imágenes suficientes para aplastarnos contra el suelo?… Cuán a menudo, en las tardes del día del Señor, sentimos como si la vida fuera completamente arrancada de nosotros. Después de derramar nuestras almas sobre nuestras congregaciones, nos sentimos como vasijas de barro vacías que un niño podría romper.
También escribió:
Me temo que toda la gracia que he obtenido de mis tiempos cómodos y horas felices casi podría recaer en un centavo. Pero el bien que he recibido de mis penas, dolores y aflicciones es totalmente incalculable. La aflicción es… el mejor libro en la biblioteca de un ministro.
Al igual que el apóstol Pablo, a menudo el jovial Spurgeon estaba «como entristecido, pero siempre gozoso» (2 Co 6:10). Spurgeon lo explica así:
Gloria a Dios por el horno, el martillo y la lima. El cielo estará más lleno de bendiciones porque nos hemos llenado de angustia aquí abajo; y la tierra estará mejor cultivada por nuestro entrenamiento en la escuela de la adversidad.
Gracias, Charles Spurgeon, por tu integridad, tu devoción a la Palabra de Dios, tu honestidad al compartir tus propias debilidades y tu insaciable pasión por Dios, no solo en tiempos de ánimo, sino en tiempos de oscuridad desoladora. Asimismo, gracias, Señor soberano, por animarnos a través de tu siervo, quien, como Abel (Heb 11:4), aunque está muerto (aunque plenamente vivo en tu presencia), sigue hablando a través de su ejemplo y sus palabras vivificantes.
Que Dios nos dé oídos para oír y que nuestros corazones estén llenos de esperanza y expectación mientras esperamos el día en que el Rey Jesús, fiel a Su promesa comprada con sangre, enjugará toda lágrima de nuestros ojos (Ap 21:4).
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Esto es un extracto del prólogo de Randy Alcorn al libro de Charles Spurgeon, Encouragement for the Depressed [Aliento para los deprimidos], de la serie Crossway Short Classics [Clasicos cortos de Crossway].