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Hace varios años escribí una crítica bastante moderada del “movimiento emergente” en la iglesia tal como existía en ese tiempo, antes de que se transformara en sus diversas configuraciones actuales.[1] Ese pequeño libro me trajo algunos de los correos electrónicos más amargos y enojados que he recibido, sin mencionar, por supuesto, las publicaciones de los blogs. Hubo otras respuestas, por supuesto, algunas de aprobación y agradecimiento, otras reflexivas y con ganas de diálogo. Pero los que mostraron la mayor intensidad fueron aquellos cuya indignación era candente porque no me había acercado primero en privado a aquellos cuyas posiciones había criticado en el libro. Qué hipócrita era yo, criticando a mis hermanos en supuestos terrenos bíblicos cuando yo no estaba siguiendo el mandato de la Biblia a observar un cierto procedimiento muy bien presentado en Mateo 18:15-17.

Sin duda, este tipo de ataque es cada vez más común. Se vincula regularmente con la mentalidad de “¡te atrapé!” que muchos blogueros y sus seguidores parecen fomentar. Una persona, la llamaremos persona A, escribe un libro criticando algún elemento u otro del confesionalismo histórico cristiano. Algunos blogueros responden con más calor que luz. La persona B escribe un artículo de blog con cierta sustancia, respondiendo a la persona A. La blogósfera se ilumina con ataques a la persona B, y muchos de ellos le preguntan a la persona B de manera bastante acusadora: “¿Se comunicó con la persona A en privado primero? Si no, ¿no eres culpable de violar lo que Jesús nos enseñó en Mateo 18?”. Este patrón de contraataque, con pequeñas variaciones, está floreciendo.

A lo que deben decirse al menos tres cosas:

(1) El pecado descrito en el contexto de Mateo 18:15-17 pasa en la pequeña escala de lo que sucede en una iglesia local (que ciertamente es lo que se prevé con las palabras “díselo a la iglesia”). No se trata de una publicación ampliamente difundida, diseñada para alejar del confesionalismo histórico a un gran número de personas en muchas partes del mundo. Este último tipo de pecado es muy público y ya está haciendo daño; necesita ser confrontado y su daño deshecho de una manera igualmente pública. Esto es bastante diferente de, por ejemplo, la situación en la que un creyente descubre que un hermano ha estado rompiendo sus votos matrimoniales acostándose con alguien que no sea su esposa, y va a él en privado, luego con otro, con la esperanza de lograr genuino arrepentimiento y contrición, y solo entonces trae el asunto a la iglesia.

El pecado descrito en el contexto de Mateo 18:15-17 sucede en la pequeña escala de lo que sucede en una iglesia local.

Para decirlo de otra manera, la impresión que se deriva de la lectura de Mateo 18 es que el pecado en cuestión no es, al principio, notado públicamente (a diferencia de la publicación de un libro que es insensato pero influyente). Es algo relativamente privado, notado por uno o dos creyentes, pero lo suficientemente serio como para llamar la atención de la iglesia si el ofensor se rehúsa a alejarse de él. Por el contrario, cuando los escritores del Nuevo Testamento tienen que lidiar con enseñanzas falsas, se nota otra perspectiva: el anciano piadoso “debe apegarse a la palabra fiel, según la enseñanza que recibió, de modo que también pueda exhortar a otros con la sana doctrina y refutar a los que se opongan” (Ti. 1:9, NVI).

Sin duda uno puede pensar en algunas situaciones contemporáneas que inicialmente podrían hacer que uno se rasque la cabeza preguntándose cuál debería ser el curso sabio o, para enmarcar el problema en el contexto de los pasajes bíblicos recién citados, si uno debería responder a la luz de Mateo 18 o de Tito 1. Por ejemplo, un pastor de la iglesia local puede escuchar que un profesor en su seminario denominacional o colegio teológico está enseñando algo que juzga está fuera del campo confesional de esa denominación, y posiblemente es, francamente, herético. Hagamos la situación más desafiante, postulando que el pastor tiene un puñado de estudiantes en su iglesia que asisten a ese seminario y están siendo influenciados por el profesor en cuestión. ¿Está obligado el pastor por Mateo 18 a hablar con el profesor antes de desafiarlo en público?

Esta situación es difícil ya que la supuesta enseñanza falsa es pública en cierto sentido y privada en otro. Es pública en el sentido de que no es una opinión meramente privada, ya que ciertamente se está promulgando; es privada en el sentido de que el material no se publica en el ámbito público, sino que se difunde en una sala de conferencias cerrada. Me parece que el pastor sería prudente al acudir primero al profesor, pero no por obediencia a Mateo 18, pues no aplica, sino para determinar cuáles son realmente las opiniones del profesor. Puede llegar a la conclusión de que el profesor es kosher después de todo; o alternativamente, que el profesor ha sido mal entendido (y cualquier profesor con integridad querrá esforzarse para no ser malentendido de manera similar en el futuro); o de nuevo, que el profesor es engañoso. Puede sentir que tiene que ir al superior del profesor, o incluso más allá. Mi punto, sin embargo, es que este curso de acción en realidad no está trazando las instrucciones de Jesús en Mateo 18. El pastor va al profesor, en primera instancia, no para exhortarlo, sino para descubrir si realmente hay un problema, si la enseñanza cae en esta categoría ambigua de “no muy privado” y “no del todo pública”.

(2) En Mateo 18, el pecado en cuestión es, por la autoridad de la iglesia, excomulgable, en al menos dos sentidos.

Primero, la ofensa puede ser tan grave que la única decisión responsable que la iglesia puede tomar es expulsar al delincuente de la iglesia y verlo como una persona no convertida (18:17). En otras palabras, la ofensa es excomunicable por su gravedad. En el Nuevo Testamento como un todo, hay tres categorías de pecados que alcanzan este nivel de gravedad: grave error doctrinal (p. ej., 1 Ti. 1:20), fallo moral grave (p. ej., 1 Co. 5), y división persistente y cismática (p. ej., Ti. 3:10). Estos constituyen la otra cara negativa de las tres “pruebas” positivas de 1 Juan: la prueba de la verdad, la prueba de obediencia, y la prueba del amor. En cualquier caso, aunque no sabemos qué es, la ofensa en Mateo 18 es excomunicable debido a su gravedad.

En segundo lugar, la situación es tal que el delincuente puede ser excomulgado de la asamblea. En otras palabras, la ofensa es excomunicable porque organizacionalmente es posible excomulgar al ofensor. Por el contrario, supongamos que alguien en, por ejemplo, Filadelfia, afirma ser un cristiano devoto y escribe un libro que es en cierto modo profundamente anticristiano. Supongamos que una iglesia en, digamos, Toronto, Canadá, decide que el libro es herético. Tal iglesia podría, supongo, declarar que el libro está equivocado o incluso que es herético, pero ciertamente no podrían excomulgar al escritor. Sin duda, podrían declarar al delincuente persona non grata en su propia asamblea, pero esto sería un gesto inútil y probablemente contraproducente. Después de todo, el delincuente podría ser perfectamente aceptado en su propia asamblea.[2] En otras palabras, este tipo de delito podría ser excomunicable en el primer sentido, es decir, la falsa enseñanza podría juzgarse tan severa que el delincuente merece ser excomulgado, pero no es excomunicable en el segundo sentido, porque la realidad organizacional es tal que la excomunión no es practicable. El punto a observar es que sea cual sea la ofensa en Mateo 18, es excomunicable en ambos sentidos: el pecado debe ser lo suficientemente serio como para justificar la excomunión, y la situación organizacional es tal que la iglesia local puede tomar medidas decisivas que en realidad signifiquen algo. Si uno u otro de estos dos sentidos no aplica, tampoco aplica Mateo 18.

Por supuesto, uno podría argumentar que es sabio y prudente escribirle a los autores antes de criticarlos sobre su publicación. Puedo pensar en situaciones en las que eso puede o no ser una buena idea. Pero tal razonamiento no forma parte del argumento de Mateo 18.

La herejía genuina es algo condenable, algo horrible. Deshonra a Dios y lleva a la gente por mal camino.

(3) Hay un sabor de justicia actuada, de indignación desproporcionada, detrás de esos juegos de “¡te atrapé!”. Si la persona B acusa a la persona A, que ha escrito un libro que argumenta a favor de una comprensión revisionista de la Biblia, y lo hace con grave error y posiblemente con herejía, no es sabio desaprobar la “mente cerrada” de la persona B y sonreír condescendiente y despectivamente sobre tal juicio crítico. Eso puede verse bien entre aquellos que piensan que la mayor virtud en el mundo es la tolerancia, pero seguramente no puede ser el camino honorable para un cristiano. La herejía genuina es algo condenable, algo horrible. Deshonra a Dios y lleva a la gente por mal camino. Representa erróneamente el evangelio e incita a las personas a creer cosas falsas y a actuar de manera reprensible. Por supuesto, la persona B puede estar completamente equivocada. Tal vez la acusación que hace la persona B es completamente equivocada, incluso perversa. En ese caso, uno debe demostrar el hecho, y no esconderse detrás de falsos tecnicismos. Y si la persona B está promoviendo una argumentación bíblica seria, debe ser evaluada, no descartada con prestidigitación de tecnicismos y una apelación equivocada a Mateo 18.


[1] D. A. Carson, Becoming Conversant with the Emerging Church: Understanding a Movement and Its Implications [Convirtiéndose en converso con la iglesia emergente: comprender un movimiento y sus implicaciones] (Grand Rapids: Zondervan, 2005).

[2] Este argumento podría aumentarse hasta el nivel denominacional para aquellos que, erróneamente en mi opinión, piensan que “iglesia” en Mateo 18 se refiere a ese tipo de organización de multi-asamblea.


Publicado originalmente en Themelios. Traducido por Emanuel Elizondo.
Imagen: Lightstock.
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