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Soy un fariseo. Y soy un calvinista.

Esas cosas no deberían ir juntas. Pero lo hacen en demasiadas ocasiones. El calvinista debería ser el último en convertirse en un fariseo. Nuestra teología debería mantenernos humildes. O eso nos han dicho.

Pero yo soy un fariseo. Y soy un calvinista. Lo que significa que soy un mal calvinista.

Aquí está la primera razón por la que soy un fariseo y calvinista, o una razón por la que esas dos cosas suceden al mismo tiempo con mucha más frecuencia de lo que deberían. Tanto el fariseo como el calvinista son personas exigentes. Ellos se preocupan por la precisión, por “estar en lo correcto”. Ellos se preocupan por la letra porque cada uno cree que tener la letra correcta es importante. Y lo es.

Por lo tanto, existe una “inclinación” hacia las cosas intelectuales. Hay esta tendencia a vivir en nuestras cabezas. Y cuando eso se encuentra con una tradición teológica tan rica y robusta como la tradición reformada, saltan chispas en nuestras cabezas. Añade a eso una pizca de espíritu argumentativo y sale a relucir el fariseo.

Pero ¿sabes lo que se pierde? El espíritu, o el Espíritu. A veces ambos. La letra mata. Eso es lo que sucede con nosotros, los calvinistas fariseos.

En mi caso particular, la letra se convirtió en algo muy importante una vez que me di cuenta de que había pasado unos años de mi vida dando alabanza a un ídolo. Una vez que me di cuenta de que había creído una mentira y me había inclinado a un dios que no era Dios, entender las cosas correctas teológicamente se convirtió en algo desesperadamente importante. ¿Quién quiere “estar incorrecto” en las cosas de Dios? Yo no.

No lo sabía, pero empecé la vida cristiana con este impulso que bien pudo ayudarme a crecer en la gracia y conocimiento del Señor Jesucristo, y/o empujarme a un interés irritable, estrecho, y estresante por “estar en lo correcto”. He experimentado ambos en mi vida cristiana. La diferencia es hacia donde estás apuntando: aquellos que apuntan a conocer a Jesús escapan de demasiado fariseísmo; aquellos que tienen por objeto “estar en lo correcto” se vuelven mucho más farisaicos.

Tal vez tú eres como yo. Has tenido alguna experiencia que te ha dejado con celo por hacerlo bien. Te encanta el Libro, en parte, porque te gusta analizar las cosas minuciosamente, sopesarlas, identificar lo que falte, desechar la paja y mantener el trigo. Hay una alegría que viene del descubrimiento y la refutación. Pronto, te enorgullece no ser “uno de esos publicanos” que explica la Trinidad en un lenguaje impreciso, que se resiste a dar varios puntos de vista de la expiación, que ha leído el último libro de uno de “esos autores”. “Señor”, es tu oración, “yo me esfuerzo por estar en lo correcto. Evito los errores. Protejo tu Palabra. No soy como los que 'felizmente' aceptan una doctrina 'débil'”.

Fariseo.

A decir verdad, no es nuestra teología la que nos aleja del fariseismo. Nuestra teología, y la petulancia de la rectitud “reformada”, son parte del problema. Oh, no quiero decir que tengamos ideas aberrantes mezcladas con nuestra perspectiva teológica. Nunca tendríamos eso. Me refiero a que toda esta verdad embriagante apenas ilumina nuestros corazones. Nuestra teología se convierte en la sirviente de nuestro orgullo y de nuestra ortodoxia vacía. Nuestros finos teoremas teológicos raramente desatan libertad, alegría, amor, o cualquier otra cosa que acompaña el Espíritu. Honestamente, ¿con qué frecuencia tu teología te deja con Jesús?

Lo sé. El Señor se revela a sí mismo en y por la Palabra. El Espíritu y la Palabra van de la mano. Fariseo.

¿Recuerdas el tiempo cuando eras libre? No, me refiero a felizmente despreocupado en tu caminar con el Señor. ¿Cuándo hubo claridad en todo?

¿Recuerdas cuando podías compartir con los demás algo que Dios te estaba enseñando, tal vez con un lenguaje impreciso y mucho entusiasmo, sin antes dudar para asegurarte de que lo decías “correctamente”? Tal vez eras demasiado liberal en asignar tu entusiasmo o ideas para Dios, felizmente entusiasmado con la posibilidad de que en verdad Dios había hecho algo en ti, para ti, a través de ti. ¿Lo recuerdas?

Yo sí. Fue antes de que fuera conscientemente “reformado”. Yo no tenía una etiqueta en aquel momento que no fuese “Cristiano” o “Bautista”. Incluso esas las retenía de manera liviana. Era libre, sin etiquetas. Y me sentía libre. Hice cosas tontas. Dije cosas tontas. Pero la gente sabía lo que quería decir. Entonces descubrí lo que quería decir, y saber lo que quería decir parecía estar sustituyendo el experimentar lo que quería decir.

Ahora, la “experiencia” es una mala palabra. Fariseo.

Sí. Ese soy yo.

No me malinterpreten. Soy un “calvinista” porque lo que popularmente llamamos “calvinismo” o “Teología Reformada” se parece mucho a lo que entiendo de la Biblia. Creo que eso es lo que la Biblia enseña, y eso es lo que creo. Por lo tanto, me siento cómodo con la etiqueta, si tenemos que utilizar una. Yo solo no estoy cómodo con la autojusticia que veo muy a menudo en mi corazón y en mi vida. Estoy seguro de que yo era farisaico antes; después de todo, yo era un adherente de la religión mas grande del mundo basada en las obras. El orgullo y la autojustificación siempre han estado ahí. Sí. He aquí un fariseo certificado.

Pero aquí está el resultado final: Mientras mi inclinación hacia el detalle termine con “estar en lo correcto” y no con obtener más de Jesús, yo voy a ser un fariseo. Nuestra teología no nos mantiene humildes. Jesús nos mantiene humildes. Creo que hay una gran cantidad de calvinistas fariseos por ahí, como yo, que empujan más profundamente hacia la teología confiando en que la siguiente verdad los humille ante Dios. Pero en lugar de eso, seguimos poniéndonos más “engreídos”. ¿Por qué? Nos conformamos con saber más en lugar de conocer a Jesús. No nos detenemos a sentarnos a los pies de Cristo, en adorarle, para estar en comunión con Dios el Espíritu. Con demasiada frecuencia, ese no es el objetivo que tenemos en mente.

Mi abuela no podía citarte dos términos teológicos si le pagabas. Ella probablemente nunca escucho hablar de los “gigantes” teológicos de la historia de la Iglesia, y ciertamente nunca los leyó. ¿Sabes lo que hizo? Ella “tenía una pequeña charla con Jesús, le decía todo sobre sus problemas. El oiría su más leve llanto, y respondería a poco”. Con todas sus “pequeñas conversaciones con Jesús”, ella tuvo infinitamente más de lo que yo he recibido de mis libros. Ella caminaba con el Señor como Enoc.

Lo sé. Los libros no son el enemigo. Los libros son nuestros amigos. Estar en comunión con los santos es importante. Así es como lo hacemos bien y evitamos errores. Lo sé. Lo sé. Fariseo.

Hubo otro “calvinista” (hablando de forma anacrónica, por supuesto) que ganó su pelea con su fariseo interior. Él escribió: “Yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (Fil. 3:8). Quiero ser más parecido a ese hermano, atrapado por la grandeza de conocer a Jesús.

Señor, permítenos conocerte y dejar la pretensión de los fariseos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Romina Fernández. 
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