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Mis hijos gemelos se acercaron el uno al otro en la mesa para desayunar, mientras yo ponía leche en su cereal. Rebotando uno sobre el otro, sus brazos chocaron y ellos se rieron. Mi hija pequeña golpeó sus manos sobre la mesa, gritando por su vasito, mientras mi hijo mayor demandaba que encontrara el dibujo que había hecho el día anterior. Uno de mis gemelos estalló enojado: “¡Hey! ¡Deja de tocarme! ¡No te sientes cerca de mí! ¡Maaaamiii!”

Mi enojo hirvió y se convirtió en un grito antes de que pudiéramos terminar los primeros bocados del desayuno: “¡Niños, basta!”. La culpa llegó inmediatamente. Lo hice otra vez.

Mi voz se calmó mientras trataba de solucionar los problemas que habían surgido. Me sentía exasperada con el comportamiento de todos—especialmente con el mío. Quería disfrutar de un agradable desayuno y conversar con mis hijos. Quería que ellos fueran considerados, razonables, y autosuficientes. ¿Es eso pedir demasiado? (Sí, lo era).

Aunque quisiera que este no fuera el caso, escenarios como este son más comunes en mi casa de lo que desearía. Cuando salimos a la escuela, cuando limpiamos la casa, cuando es hora de ir a la cama a dormir, a la hora de comer. ¿Tal vez puedes relacionarte?

Aquí están algunos principios que me ayudan a manejar mi enojo durante los años de crianza con niños pequeños.

Llámalo por su nombre

No todo el enojo se convierte en pecado (Ef. 4:26). Cuando nuestros corazones se levantan en contra de las cosas que Dios odia —comportamiento malvado, desobediente, y no amoroso— somos un modelo de nuestro justo y recto Dios. Cuando nuestros hijos se quejan de sus circunstancias o causan dolor en otros, es correcto enojarnos. El enojo hacia las cosas correctas por las razones correctas puede recordarnos nuestra vital tarea de instruir a los niños a también odiar la maldad. Pero este enojo justo nunca es una excusa para tratar a nuestros hijos duramente.

Además, no todo griterío es pecado. Si nuestros hijos corren hacia una calle muy transitada, voy a gritar sus nombres tan fuerte como pueda. Gritar sus nombres podría salvarles la vida. En esto también reflejamos la imagen de Dios, quien nos da advertencias fuertes cuando nuestras vidas están en peligro (Ro. 6:23).

Pero en la cotidianidad, cuando no hemos bebido suficiente café y nuestros hijos están jugando a la “lucha libre” otra vez, “gritar” no es una técnica de crianza justa (Stg. 1:20). Dejar que el enojo estalle sin tener dominio propio, escalando de ofensa a ira, es no reflejar el carácter de Dios. Nuestro Dios es “lento para la ira y grande en misericordia” (Sal. 145:8), mostrando su paciencia perfecta en Cristo (1 Ti. 1:16).

Necesito llamar a mi respuesta por su nombre. No es un mal día. No es una falla como mamá. No es una broma. Es pecado

Cuando busco castigar o controlar a mis hijos con palabras duras, solamente porque no están comportándose exactamente de la manera en la que quiero, necesito llamar a mi respuesta por su nombre. No es un mal día. No es una falla como mamá. No es una broma. Es pecado.

Y, como todo pecado, necesito confesarlo, disculparme con mis hijos, esperar en Cristo, alejarme del pecado, caminar hacia adelante libre de culpa, y disfrutar de un deseo renovado de obediencia (1 Jn. 1:9). 

Cuéntaselo a alguien

Probablemente no le mandaré un mensaje de texto a mi esposo o amigas cada vez que le grite a mis hijos, pero es importante que le confiese a otros consistentemente mis expresiones pecaminosas de enojo (Stg. 5:16). Al abordar el tema en conversaciones, otros pueden preguntarme cómo me está yendo en esta área y animarme a arrepentirme, poner mi esperanza en la suficiencia de Cristo, y a obedecer (Heb. 10:24).

Vivir en comunidad donde otros —padres, suegros, estudiantes universitarios, y amigas— regularmente ven como crio a mis hijos, me provee de una manera de rendir cuentas. Cuando me doy cuenta de mis inconsistencias en mi manera de responder —soy una mamá amable cuando estoy alrededor de otras personas y una mamá severa cuando estamos solos— es hora de dejar que entre la luz (1 Jn 1:7).

Una humildad transparente también provee protección necesaria contra conductas abusivas. El enojo, si no es examinado, puede salirse de control. Cualquier madre que está lastimando a sus hijos necesita decírselo a alguien y buscar ayuda inmediatamente. Una comunidad de la iglesia de cristianos maduros es un lugar esencial por donde comenzar.

Ora y prepárate

Cuando estoy consciente de mi tendencia a dejar que el enojo lleve a una crianza desagradable, veo que ciertos patrones emergen. En las mañanas cuando no he dormido suficiente, la mesa del desayuno me parece un circo. En las tardes cuando mi alma está seca, el trayecto de la escuela a mi casa me hace sentir atrapada en una camioneta llena de osos. Pero en todos los casos, especialmente cuando estoy débil, Dios provee una salida de la tentación (1 Co. 10:13). Puedo prepararme con su Palabra y estrategias prácticas de crianza.

Aunque no siempre podemos controlar nuestras circunstancias (¡si tan solo los niños y las hormonas hicieran lo que nosotros queremos!), podemos ir a Dios y buscar sabiduria (Stg. 1:5). Una madre de más edad me contó que tuvo un “momento de revelación” cuando pasó de solo pedirle a Dios que cambiara a sus hijos (“Dios, haz que dejen de llorar y quejarse”), a pedirle por gracia para perseverar con paciencia (“Dios, dame fuerzas, dominio propio, y palabras para criarlos a través de esto”).

En cuanto a prevenir explosiones de enojo, debemos recordar que el Hijo de Dios absorbió la ira de Dios en nuestro lugar (Ro. 3:25). La seguridad de buenas noticias es la que nos motiva a hacer el bien a nuestros hijos. Cuando recuerdo humildemente de la gran deuda que Dios me perdonó en Cristo, es mucho menos probable que demande, de manera airada, restitución a mi hijo por perder su zapato. Antes de que explotara por una pelea de hermanos en el auto o murales hechos con marcadores sobre los gabinetes, Él murió por mí (Ro. 5:8).

Mañana por la mañana llegará, y desde ya sé que no tengo suficiente leche. Mi hija pequeña muy probablemente va a hacer un berrinche otra vez, y los gemelos inevitablemente van a tirar algo de cereal al piso. Nada acerca de mañana va a ser diferente a otro día—excepto por el hecho de que estoy determinada a mirar a Cristo en medio de las lágrimas y las peleas. Estoy segura que no lo voy a manejar perfectamente, pero me va a llevar a mis rodillas, y ese es un buen lugar donde estar para una mamá.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Ana Robinson.
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