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¿La idea de comunión con Dios lo atrae o lo aleja? Existen muchas cosas en nuestras vidas que nos distraen y previenen de experimentar una comunión genuina con Dios. Vivir en una sociedad tan acelerada con demandas interminables y oportunidades incontables puede significar que desacelerar el paso para estar en comunión con Dios puede parecer una auto complacencia —si no del todo imposible— en medio de nuestras ocupaciones; incluso podemos sentirnos culpables cuando no logramos llevar a cabo las cosas de forma constante.

Pero las relaciones interpersonales no son “cosas” que deban ser logradas, son más acerca del “ser” que del “hacer”, necesitan atención, intercambio mutuo, y atención para que prosperen. Las relaciones no pueden ser fuentes de fuerza vivificante si no estamos presentes en ellas y para ellas. La comunión con Dios es una profunda necesidad de todo ser humano, aún si reconocemos esa necesidad o no. La comunión con Dios es la forma en que fuimos creados para funcionar, y es en última instancia, acerca de una relación muy amorosa y muy presente con el Creador trino.

Como cristianos, estamos llamados a cultivar el interés amoroso por otras personas, pero esto siempre debe entenderse a la luz de cómo nos sentimos atraídos a una relación vivificante con Dios mismo (por ejemplo, Deut. 6: 4-5; 7: 7-9; Lev. 19:34; 1 Juan 4:19). Se nos manda a amar y a obedecer a Dios, no porque Dios sea un dictador tiránico sino porque Él creó a los seres humanos para que amen y Él sabe lo que hace se necesita para que el hombre prospere. Suya es la senda de la “vida y el bien”, en oposición a la senda de “la muerte y el mal” (Deut. 6:12-13). Fuimos hechos para disfrutar de nuestro Creador, para descansar y ser acogidos en su presencia fiel. Él sabe cómo funciona la comunión con el que da vida y se lamenta de cómo el pecado amenaza con distorsionar nuestra comunión con él. El amor, incluso con el Creador, está destinado a ser mutuo, no solo unidireccional: hemos de escuchar y hablar, para recibir y dar. Estar en comunión con Dios y con los demás es la clave para la prosperidad humana (Ef. 4:32-5:1).

¿Por qué la comunión con Dios es tan difícil?

Nuestro pecado y el pecado en el mundo destruyen la comunión y nos impulsan a huir de Dios. Pero fuimos diseñados para deleitarnos en nuestro Creador, para encontrar en su presencia y su poder nuestro gran consuelo y fortaleza. Como creyentes no solo hemos sido rescatados de las consecuencias condenatorias del pecado, sino también hemos sido invitados a estar en una comunión restaurada con Dios. El mundo aún está roto, y nosotros también. Esta ruptura afecta cada parte de nosotros, incluso y más que nada nuestra relación con Dios. Una vez que descubrimos el perdón y la promesa de la comunión con el Dios del universo, se nos invita a un santuario sagrado. En su presencia divina vemos inevitablemente nuestro pecado, pero también descubrimos la profundidad de su gracia y la increíble verdad de que Él desea estar con nosotros. Él desea tanto la comunión con nosotros que murió a fin de hacerla posible (Rom. 5: 6-8).

Una vez que hemos sido abrazados por Cristo, nuestra visión debe centrarse mucho menos en nuestro pecado y mucho más en las riquezas de la misericordia y el amor de Dios. Pero, ¿cómo llegamos a este lugar donde hay una visión restaurada y llena de esperanza? Es en y a través de nuestra renovada comunión con el Creador trino que experimentamos seguridad verdadera, la intimidad de ser un hijo de Dios, y el poder transformador que viene a través de la comunión con Él. En este lado de la gloria, solo alcanzamos a degustar una comunión sin obstáculos, pero este gusto apunta hacia lo que está por venir y nos da fuerza para nosotros mismos y para aquellos que nos rodean.

A causa de nuestra lucha diaria contra el pecado, puede ser fácil preguntarse cómo nuestra relación con Dios puede tener estabilidad o crecimiento. Los cristianos a veces se preguntan si sus acciones son significativas a la luz de la soberanía y la gracia de Dios. ¿Hace alguna diferencia que yo ore o no? ¿Mis intentos de vivir fielmente importan para mi relación con Dios, o su gracia significa que mis acciones son irrelevantes? Si Cristo murió por mis pecados y todo lo que tengo que hacer es creer en Él, ¿por qué debería meditar en las Escrituras o ayudar a los pobres? Estos pensamientos pueden colocar signos de interrogación acerca de nuestro tiempo con Dios, pero Dios no le tiene miedo a las preguntas difíciles.

Unión vs comunión

Tenemos que tomar nota de la clásica distinción teológica entre “unión” y “comunión”. Para deleitarse con la promesa de la comunión con Dios, primero tenemos que llegar a descansar en nuestra unión establecida con Cristo. Estas dos deben distinguirse y sin embargo mantenerse juntos si queremos apreciar la plenitud de la vida cristiana.

En primer lugar, los cristianos son los que, por el Espíritu, están unidos a Cristo. Al emplear una imagen tan orgánica como una vid y sus ramas (Juan 15: 1-17), Jesús deja claro que se supone que su pueblo tenga su identidad y su vida solamente en Él. Del mismo modo Pablo recuerda a sus lectores que Cristo está en nosotros (por ejemplo, Ef. 3:17; Col. 1:27), y que estamos en Cristo (por ejemplo, Rom.16:7 2 Cor. 12:2). Por eso Pablo puede decir que hemos sido crucificados con Cristo, (Gal. 2:20.) que hemos sido resucitados con Él (Ef. 2: 6-7) , y que ahora es nuestra vida (1 Cor. 1. 15:22). Por lo tanto estamos “muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom. 6:11). Por el Espíritu nacemos de nuevo, con nuestra nueva identidad segura en el Señor resucitado (2 Cor. 5:17; 1 Ped. 1:3-5). Debido a esta fuerte unión, los cristianos pueden estar confiados y seguros en el amor de Dios por ellos (Rom. 8: 1, 37-39). Nuestra unión no se basa en nuestra capacidad de guardar los mandamientos, nuestra obediencia no hace que Dios nos ame, más o menos. Estamos seguros en el amor de Dios pues nos encontramos en Cristo (Gal. 2:16-17; 3:26) La unión tiene que ver con la obra terminada de Cristo y no con lo que podríamos sentir o hacer en un día determinado.

En segundo lugar, los cristianos son los que, debido a que están unidos a Cristo, son capaces de disfrutar de la comunión con Dios. Mientras que nuestra unión con Cristo no crece ni disminuye, nuestra experiencia de comunión puede, y de hecho lo hace. Así, mientras que nuestras oraciones o falta de oraciones no nos hacen más, o menos, unidos a Cristo, si hacen una diferencia real en nuestro disfrute en Dios y nuestra comunión con Él. La unión establece la relación; la comunión es la comunicación mutua y la experiencia de lo que sucede dentro de esa relación. Un marido negligente puede estar aún unido a su mujer en el matrimonio, pero eso no significa que su relación esté prosperando. Su unión legal no significa que una comunión vivificante esté teniendo lugar. Los beneficios que pueden ser experimentados a partir de esa unión, no se disfrutan totalmente cuando se produce tal desprecio. Los esposos que descuidan la comunicación, la atención y el cuidado de sus esposas no solamente dañan a sus cónyuges; se hacen daño a sí mismos también. Los creyentes que son descuidados en su comunión con Dios son como cónyuges que ignoran a la que dicen amar. Dios nos invita no solo a estar seguros de nuestra salvación, sino a prosperar en nuestra relación con Él. Llamamos a esto la comunión con Dios.

No necesitamos ir a un retiro de tres días o leer tratados teológicos extensos con el fin de disfrutar de la comunión con Dios. Lo que sí necesitamos es aprender a saborear el amor, la gracia y la comunión de nuestro Dios trino (2 Cor. 13:14). Al meditar sobre la misericordia de Dios en Cristo, somos empapados lentamente en el amor que da la vida del Padre y la gracia transformadora del Hijo. Todo esto ocurre en y a través de la presencia y el poder del Espíritu, quien nos asegura en nuestra comunión con Dios.

Algunas sugerencias prácticas

En primer lugar, cultive un hambre por las Escrituras. Medite en ellas, ya que aquí podemos estar seguros de descubrir la verdad acerca de nuestro Dios y de lo que significa estar en relación con Él (Jos. 1.8, Sal 12:1-2). Segundo: participe de la Cena del Señor en forma regular, porque este es un medio normal de la gracia de Dios para nosotros (1 Cor. 11:23-26). Tercero, busque oportunidades con el fin de servir a los más necesitados y vulnerables. Bíblicamente, hay una fuerte conexión entre amar a las viudas, los huérfanos y los pobres, y amar a Jesús (Mat. 25: 35-40; St 1.27). Como el amor de Dios se mueve a través de nosotros hacia los demás, nosotros mismos a menudo crecemos por esto en nuestro amor hacia Él (1 Juan 4: 16-21). En cuarto lugar, busque refugio en Dios a través de momentos de oración. Adoptados por Dios, nos acercamos con confianza al Padre porque ha “enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, que clama: ¡Abba, Padre! (Gál. 4: 6; véase también Ef. 1:3-6)

Piense en una relación sana en la que usted haya estado o en una que usted ha observado entre otros. Las cosas que marcan esa relación fuerte probablemente incluyan el cuidado y la atención, el pasar tiempo juntos, la comunicación, la comprensión mutua y la alegría compartida. Los seres humanos fuimos creados para este tipo de relaciones que dan vida y que son el combustible de nuestras almas. Como cristiano, usted está seguro en su unión con Cristo y esta unión hace de la comunión con Dios una posibilidad gozosa. Tenga seguridad de su unión con Cristo y vea prosperar y fortalecer ganar su comunión con Él.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Carlos Andrés Franco Chacón.
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