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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de ¿Qué es la teología reformada?: Entendiendo lo básico. R. C. Sproul. Poiema Publicaciones.

La teología reformada le atribuye gran importancia al Antiguo Testamento y lo considera muy relevante para la vida cristiana. Una de las riquezas del Antiguo Testamento es su abundante revelación acerca del carácter de Dios. Dado que la teología reformada hace tanto énfasis en la doctrina de Dios, no es de sorprender entonces que le preste mucha atención al Antiguo Testamento. Por cierto, toda la Escritura nos revela el carácter de Dios. Con todo, el Antiguo Testamento nos entrega un cuadro muy vívido de la majestad y santidad de Dios.

La santidad de Dios apunta a dos ideas distintas pero relacionadas. Primero, el término santo destaca la “alteridad” de Dios, en el sentido de que Él es diferente a lo que somos nosotros y mucho más de lo que somos. También subraya su grandeza y su gloria trascendente. El segundo aspecto del significado de la santidad tiene que ver con la pureza de Dios. La perfección de su justicia se muestra en su santidad.

Al repasar las obras de grandes teólogos como Agustín, Tomás de Aquino, Martín Lutero, Juan Calvino, John Owen, y Jonathan Edwards, se aprecia la presencia del gran tema de la majestad de Dios. Estos hombres contemplaron con asombro la santidad de Dios. Esta actitud de reverencia y adoración está presente a través de las páginas de toda la Escritura. Calvino dijo:

“De aquí procede aquel horror y espanto con el que, según dice muchas veces la Escritura, los santos han sido afligidos y abatidos siempre que sentían la presencia de Dios. Porque vemos que cuando Dios estaba alejado de ellos, se sentían fuertes y valientes; pero en cuanto Dios mostraba su gloria, temblaban y temían, como si se sintiesen desvanecer y morir. De aquí se debe concluir que el hombre nunca sentirá su bajeza hasta que se vea frente a la majestad de Dios. Muchos ejemplos tenemos de este desvanecimiento y terror en el libro de los Jueces y en los profetas, de modo que esta manera de hablar era muy frecuente en el pueblo de Dios: ´moriremos porque vimos al Señor´” (Jue. 13:22; Is. 6:5; Ez. 1:28; 3:14; Job 9:4; Gn. 18:27; 1 Re. 19:18).

No conozco otra declaración breve como esta que resuma tan bien la importancia central de la doctrina de Dios para la teología. Se dice que la pasión que impulsaba a la teología de Calvino y su trabajo en la iglesia era librar a la iglesia de toda forma de idolatría. Calvino comprendía que la idolatría no se limita a expresiones burdas o primitivas como las que encontramos en religiones animistas o totémicas. Se daba cuenta de que la idolatría puede llegar a ser sutil y sofisticada. La esencia misma de la idolatría consiste en distorsionar el carácter de Dios.

Tal como Pablo le declaraba a los Romanos, la idolatría consiste en cambiar la gloria de Dios por una mentira, exaltando a la criatura y menospreciando al Creador. Pablo dice: “Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos. Porque ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén” (Ro. 1:22-25).

Cualquier distorsión del carácter de Dios envenena el resto de nuestra teología

Cuando Calvino denomina al corazón como una fábrica de ídolos (fabricum idolarum), lo que hace es enfatizar que la tendencia a la idolatría está profundamente arraigada en el corazón pecaminoso del ser humano. Cambiamos la verdad acerca de Dios por una mentira cada vez que aceptamos que una distorsión acerca del carácter de Dios penetre (ya sea lenta o rápidamente) en nuestra teología. Es algo que debemos cuidar con gran celo. Calvino afirma:

“Pero aunque Dios nos represente con cuanta claridad sea posible, en el espejo de sus obras, tanto a sí mismo, como a su reino perpetuo, nosotros somos tan rudos que nos quedamos atontados y no nos aprovechamos de testimonios tan claros… sino que somos muy semejantes y nos parecemos en que todos… apartándonos de Dios nos entregamos a monstruosos desatinos… casi cada hombre se ha inventado su dios. Pues, porque la temeridad y el atrevimiento se unieron con la ignorancia y las tinieblas, apenas ha habido alguno que no se haya fabricado un ídolo a quien adorar en lugar de Dios. En verdad, igual que el agua suele bullir y manar de un manantial grande y abundante, así ha salido una infinidad de dioses de los hombres, según que cada cual se toma la licencia de imaginarse vanamente en Dios una cosa u otra”.

Los cristianos hemos sido llamados a predicar, enseñar y creer todo el consejo de Dios. Cualquier distorsión del carácter de Dios envenena el resto de nuestra teología. La mayor forma de idolatría es el humanismo, pues este considera al hombre como la medida de todas las cosas. El hombre es el centro del interés, el foco central, el motivo dominante en todas las formas de humanismo. Su influencia es tan fuerte y penetrante que intenta infiltrarse en la teología cristiana en cada aspecto. Solo a través de una rigurosa devoción y estudio de la doctrina bíblica acerca de Dios podremos evitar probar y tragar tan nocivo brebaje.


Imagen: Lightstock.
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