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Si preguntas a un grupo de cristianos por sus luchas con el pecado, es probable que escuches al menos algunas referencias al deseo de aprobación. Casi todo el mundo puede identificarse con la observación de J. R. R. Tolkien según la cual «la alabanza de los dignos de alabanza está por encima de todas las recompensas», y es fácil sentirse culpable por esto.

Tal vez resulte sorprendente que, en lugar de condenar ese anhelo de manera rotunda, las Escrituras muestran que se fundamenta en el diseño original de Dios. En el jardín, vemos a Dios ofreciendo Su plena aprobación a Adán en la completación del pacto de obras. Pero a causa del fracaso de Adán, la humanidad ha vivido desde entonces en un estado perpetuo de anhelo por la aprobación divina.

En esencia, nuestro deseo de aprobación es en realidad un deseo de justicia. Como explica Tim Keller, ser justo significa «que he pasado la inspección a los ojos de una persona importante; he sido hallado agradable por alguien a quien quiero agradar». También argumenta que este deseo «está en el centro de todas nuestras almas». Ahora bien, si nuestro anhelo de ser aprobados es tan central —y si este deseo es en última instancia un deseo de ser justos—, ¿cómo podemos satisfacer este anhelo?

¡Vístete!

Desde la caída en adelante, el pueblo de Dios ha reconocido que nuestra aprobación anhelada solo puede obtenerse al vestirnos con algo. Sin embargo, no siempre hemos elegido el vestido adecuado. La Biblia nos muestra tres vestidos comunes, pero defectuosos, mientras que nos señala la única vestimenta que puede darnos la aprobación que anhelamos.

1. Hojas de higuera (aprobación mediante “escondernos”)

Cuando Adán y Eva quisieron obtener la aprobación de Dios tras la caída, se vistieron con hojas de higuera, una táctica común que seguimos utilizando hoy. Tal vez si mantengo mis defectos bien escondidos, pueda ganarme la aprobación de otros. Así que nos escondemos: evitamos hablar, evitamos ser transparentes, evitamos que nos vean.

El evangelio no es que reúnas una justicia y se la des a Dios; el evangelio es que Dios reúne esa justicia y te la da a ti

Por desgracia, tal y como descubrieron Adán y Eva, este camino hacia la aprobación se desmorona en cuanto nos exponemos, lo que de manera inevitable nos ocurre a todos en algún momento. Las hojas de higuera no son el vestido que necesitamos. No pueden sanar nuestra vergüenza, perdonar nuestro pecado o protegernos de ser descubiertos.

2. Piel de cabra (aprobación por “aparentar”)

Si esconderse es intentar que no te vean, aparentar es intentar que te vean, pero como alguien mejor o diferente de lo que eres en realidad. Tenemos una muestra de esta táctica en Génesis 27, cuando Jacob fingió ser su hermano Esaú vistiendo piel de cabra para obtener la bendición de su padre.

Aunque la mayoría de nosotros nunca nos hemos puesto piel de cabra para intentar hacernos pasar por un hermano velludo, todos solemos presentarnos como alguien mejor de lo que somos. Lo hacemos cada vez que retocamos nuestras fotos en las redes sociales, cambiamos nuestra personalidad, exageramos nuestros logros o minimizamos nuestros fracasos.

Por desgracia, tal y como descubrió Jacob, aparentar solo conduce al miedo y al dolor. Con frecuencia estamos preocupados por si nos descubren, gastamos grandes cantidades de energía para mantener nuestra imagen y no experimentamos la libertad de vivir como las personas que Dios nos creó para ser.

3. Trapos sucios (aprobación por “esforzarnos más”)

Más allá de escondernos o aparentar, nuestra técnica favorita para buscar aprobación suele ser esforzarnos más. Quizá si me esfuerzo más, Dios me apruebe. Tal vez si me arreglo un poco, me aceptarán. Tal vez si hago unas cuántas buenas obras más, Dios me bendecirá. Por desgracia, este intento de ganarse la aprobación no es mejor que las hojas de higuera de Adán o la piel de cabra de Jacob. Como señala el profeta Isaías, vestirnos con nuestra propia justicia es como vestirnos con trapos de inmundicia (Is 64:5-6).

Tratar de impresionar a Dios con buenas obras es como tratar de impresionar a un rey con vestiduras sucias. No solo es un esfuerzo infructuoso, sino que perjudica nuestro bienestar. Como señala Isaías, cuando intentamos vestirnos con nuestra propia justicia, «nos marchitamos como una hoja» (Is 64:6). Con el tiempo, después de innumerables intentos esforzándonos más, de manera inevitable nos quebramos, nos desgastamos y nos marchitamos.

4. Las vestiduras de justicia de Cristo

Ya sea escondiéndonos, aparentando o esforzándonos más, ninguna de estas vestiduras hechas por nosotros mismos servirá jamás para sanarnos o para ganarnos la aprobación de Dios. Afortunadamente, la Biblia presenta otro tipo de vestidura, una que Dios contempla con gran satisfacción: la vestidura de la justicia de Cristo (Is 61:10; Ap 7:13-14). Esta es la única vestidura presentada en la Biblia que no tiene nada que ver con nuestros esfuerzos, ingenio o valía.

Jesús te invita a que dejes de esconderte de Él y empieces a esconderte en Él

Solo vistiéndonos de esta justicia obtendremos la aprobación que tanto anhelamos. Citando una vez más a Keller: «El evangelio no es que reúnas una justicia y se la des a Dios; el evangelio es que Dios reúne esa justicia y te la da a ti». Debido a que Jesús llevó nuestros trapos sucios en la cruz, nosotros por la fe podemos vestirnos para siempre con sus vestiduras inmaculadas.

¿Qué te vas a poner hoy?

¿Te sientes más tentado a vestirte con hojas de higuera, piel de cabra o trapos sucios? Seas creyente o no, Jesús te invita a que dejes de esconderte de Él y empieces a esconderte en Él (ver Col 3:3). Jesús es la justicia que necesitas (1 Co 1:30), y si confías en Él, puedes estar seguro de que las mismas palabras que el Padre le dirigió a Él, te las dirige a ti: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido».

Que podamos descansar y alegrarnos hoy, y cada día, en esta aprobación divina.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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