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Mis hijos tienen una alta estima con respecto al concepto de familia. Cuando un miembro de nuestro hogar regresa a casa luego de alguna salida, es común escucharlos decir: “Ahora sí, ¡la familia está completa!”. Para ellos no hay nada más valioso que ser parte de una familia. Esto así porque no siempre lo fueron.

Una de las áreas más importantes que necesitan ser desarrolladas luego de una adopción es el sentido de aceptación y pertenencia. Para lograr un sentido real de pertenencia en nuestros hijos, necesitamos revisar cómo entendemos el término “adoptado”.

Tenemos que hacer una aclaración que es más que una simple lección de gramática. “Adoptado” no es un adjetivo. No es la identidad de un hijo; no es una característica definitiva ni definitoria. Adoptado es un verbo, en pasado (técnicamente, pretérito perfecto). Tú has adoptado, o has sido adoptado, en una familia. La adopción es uno de los medios que Dios usa para traer hijos a una familia, no aquello que define su identidad.

La adopción jamás debe convertirse en la característica que defina a nuestros hijos. Eso no es lo que la adopción es… no es lo que la adopción bíblica nos enseña. El apóstol Pablo nos dice:

“Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:15-16).

La adopción es uno de los medios que Dios usa para traer hijos a una familia, no aquello que define su identidad

A través de la obra de Cristo, tanto judíos como gentiles hemos recibido el mismo espíritu de adopción a través del cual somos llamados hijos de Dios y por medio del cual podemos llamarlo Padre.

Para Dios no existen los “hijos adoptados”, sino hijos que fueron adoptados en la familia. La palabra “adoptado” describe cómo entramos en la familia de Dios, pero no nos distingue como una clase de hijos diferente o inferior. Esto es tan real, que el mismo pasaje de Romanos nos enseña que somos coherederos con Cristo; su herencia es también nuestra porque somos hijos de un mismo Padre. ¿Puedes creerlo? ¡Qué adopción tan gloriosa es la que hemos recibido!

La realidad de nuestra adopción en Cristo es lo que debe definir la adopción que hacemos en la tierra. El Padre, siendo el Creador de todo lo que existe, nos llama hijos; Cristo, siendo completamente perfecto, nos llama hermanos. La realidad de que somos hijos amados en la familia de Dios es la que debemos imitar en las familias con hijos que han llegado a través de la adopción.

Familia para siempre

Un hijo que viene a través de la adopción tiene que enfrentarse a muchas preguntas dolorosas: “¿De dónde vengo?”, “¿Por qué mis padres no me quisieron?”, “¿Por qué me veo diferente?”, “Si me porto mal, ¿me van a devolver?”.

Una de las frases que comenzamos a enseñarles a nuestros hijos desde el momento en el que llegaron a nuestras vidas es que “somos una familia para siempre”. En cada oportunidad que tenemos les recordamos esta verdad, para ayudarlos a desarrollar un sentimiento de seguridad y pertenencia.

Para Dios no existen los “hijos adoptados”, sino hijos que fueron adoptados en la familia

Como padres, debemos ser intencionales en buscar formas de comunicar a nuestros pequeños que, sin importar si llegaron a través de la adopción, ellos son nuestros hijos y que no hay nada que pueda cambiar esa verdad.

¿Cómo podemos hacerlo?

Enseñándoles un sentido de pertenencia que no esté centrado en ellos mismos, sino en la gracia de Dios. No les decimos: “Estás con nosotros porque fuiste el más especial, el que mejor se estaba portando o el más bonito entre todos los niños”. Frases como estas no traen seguridad sino duda, y también colaboran con el egocentrismo que todos tenemos por naturaleza. En lugar de esto, les hacemos ver que la gracia y la misericordia de Dios nos hicieron una familia. Que Dios tenía un plan perfecto y parte de ese plan era que él o ella viniera a ser parte de nuestro hogar.

Comunicando que su adopción no fue un accidente. Debemos ayudar a nuestros hijos a ver que ellos tienen los genes que Dios quería que tuvieran, aunque no sean los nuestros y que ellos están en el lugar en el que Dios quería que estuvieran.

Celebrando las diferencias. Es probable que los hijos que llegan a través de la adopción no van a tener un parecido físico con sus padres u otros familiares. Debemos ser claros a través de nuestras palabras y acciones para hacerles ver que eso está bien y celebraremos en ellos las cualidades que son diferentes a las nuestras. Celebra el cabello y el color de piel diferentes al tuyo; hazlo dejándoles ver que la manera en la que él o ella lucen es hermosa, porque fueron diseñados por un Dios que nos hizo distintos. Ayúdales a entender que esas diferencias no definen su pertenencia a la familia.

Afirmándolos como hijos y proveyéndoles seguridad cuando han hecho algo malo. Cuando corregimos a nuestros hijos debemos recordarles que su mal comportamiento no cambia nuestro amor por ellos ni pone en riesgo su permanencia en la familia. La actitud que debemos mostrarles luego de algún mal comportamiento no debe ser de rechazo, sino una que muestre que la razón de la disciplina es el amor hacia ellos como padres y una búsqueda de la gloria de Dios que al final traerá su propio bienestar. 

Jesús es suficiente para que nuestras familias muestren al mundo la adopción inigualable que como hijos hemos recibido en Cristo

Jesús es suficiente

Con toda seguridad no vamos a tener todas las respuestas. No siempre sabremos cómo conducirnos ante las inseguridades de nuestros hijos y puede que incluso hayamos sido confrontados por la manera en que vemos y tratamos a los hijos que llegaron a nuestra familia a través de la adopción. Pero en toda situación, por difícil que sea, debemos recordar que Jesús es suficiente.

Él es suficiente para proveernos la sabiduría que necesitamos cuando no sabemos qué hacer o decir. Él es suficiente para perdonarnos y restaurarnos cuando no hemos actuado bien delante de nuestros hijos. Él es suficiente para caminar con nosotros y ayudarnos a criar como es digno de Él. Jesús es suficiente para que nuestras familias muestren al mundo, a través del regalo de la adopción de nuestros hijos, la adopción inigualable que como hijos hemos recibido en Cristo.

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