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Hay ciertos aspectos de la vida cristiana que manifiestan en gran manera el carácter de Dios. Esto no debería sorprendernos. Así como los hijos se asemejan a sus padres, nosotros a lo largo de la vida nos parecemos más y más a nuestro buen Padre. Manifestamos el carácter de Dios en la forma en que hablamos, trabajamos, nos relacionamos, descansamos y en un sinfín de otras maneras. 

A la vez, hay aspectos puntuales de la vida cristiana que reflejan cualidades que quizás no son tan visibles del carácter de Dios. Uno de estos aspectos es su cuidado y preocupación por el vulnerable y desprotegido. A lo largo de las Escrituras vemos cómo Dios cuida del vulnerable; cuando nosotros lo hacemos como cristianos, hacemos resplandecer esta verdad en el mundo.

Una manera muy tangible de hacer esto es la adopción. Por supuesto, no adoptamos simplemente porque queremos manifestar el carácter de Dios… existen otros aspectos a considerar a la hora de tomar un paso tan grande. A menudo, inspirados por lo que pueda significar la adopción, olvidamos los obstáculos y las dificultades concretas que presenta y podemos ignorar por completo las necesidades tangibles del niño que está siendo adoptado. Eso no debe suceder.

Con todo, no cabe duda de que la adopción es un testimonio público —tanto al niño vulnerable como al mundo que nos rodea— del carácter y la obra de Dios.

Dios es paternal.

Las Escrituras están llenas de afirmaciones acerca de la paternidad de Dios. Esta paternidad se manifiesta para los que son sus hijos, los que son de su pueblo y le temen. Muchos pasajes afirman esta bondad, ternura, amor y cuidado que Dios le provee como Padre para con su pueblo de pacto:

“Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen” (Salmo 103:13).

“Y en el desierto, donde has visto cómo el Señor tu Dios te llevó, como un hombre lleva a su hijo, por todo el camino que anduvieron hasta llegar a este lugar” (Deuteronomio 1:31). 

“‘Y ellos serán Míos’, dice el Señor de los ejércitos, ‘el día en que Yo prepare Mi tesoro especial, y los perdonaré como un hombre perdona al hijo que le sirve’” (Malaquías 3:17). 

Este aspecto de la paternidad de Dios solo aumenta en el Nuevo Testamento, en la persona y obra de Cristo. Jesús utiliza de manera constante el título Padre para hablar de la primera persona de la Trinidad.

“Pues si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?” (Mateo 7:11).

Aún cuando Jesús instruye a sus discípulos sobre cómo orar, Él inicia la oración con el famoso Abba Padre, no simplemente afirmando el título, sino también la relación cercana y tierna que podemos tener con Dios. 

La adopción es un testimonio público —tanto al niño vulnerable como al mundo que nos rodea— del carácter y la obra de Dios

No deberíamos pasar por alto que muchas de estas frases que se usan en las Escrituras vienen directamente de Dios. Él ha determinado revelarse a Su pueblo como Padre. Dios ha escogido una relación tan íntima y (para algunos) tan compleja como la es la relación de padre e hijo.

A muchos les es difícil aceptar el hecho de que Dios se haya revelado como Padre, ya que el papá terrenal que han tenido ha tergiversado el concepto de la paternidad y lo ha usado para abusar, lastimar y destruir. En ese sentido, es importante reconocer que Dios siendo Padre no es un reflejo de nuestro papá terrenal; más bien, los que somos papás terrenales somos llamados a ser padres como Dios lo es, y en muchos casos fallamos terriblemente.

Dios es todo lo que hubiéramos querido de nuestro padre terrenal. Él, de hecho, es el único Padre perfecto; todos los que somos Padres manifestamos de forma incompleta la integridad y perfección de la paternidad que vemos en Dios.

Esto es importante cuando hablamos del huérfano. Para muchos niños, la única idea que tienen de un padre es alguien que los ha abandonado, los ha dejado desprotegidos, vacíos y sin lo que ellos necesitaban para su desarrollo, cuidado, protección y provisión. Dios no es como estos padres.

En la adopción, los papás terrenales (y aún imperfectos) tienen la oportunidad de suplir para el niño vulnerable una parte de aquello que no tuvieron, sabiendo claramente que solo su Padre perfecto y verdadero los podrá saciar. 

Dios protege al desprotegido.

Otro aspecto del carácter y la obra de Dios que es reflejado en la adopción es cómo Dios responde a los que son vulnerables. 

A lo largo de las Escrituras también encontramos afirmaciones de que Dios es el que cuida de los desprotegidos. El pasaje más famoso probablemente es: “Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios en su santa morada” (Sal 68:5).

Los huérfanos y las viudas son un tema recurrente en las Escrituras, ya que estos dos grupos solían ser los más desprotegidos. En una cultura patriarcal, la falta de esposo o padre ponía a las personas en situaciones de enorme riesgo en las que era fácil que otros se aprovecharan. Ellos a menudo no tenían el mismo acceso a los derechos legales y sociales y, por tanto, podían ser sumamente abusados por otros. Es aquí donde el salmista les recuerda que, aunque los seres y sistemas humanos que deberían haberles ofrecido protección han fallado, Dios sigue cuidando de ellos. 

A la vez, hay un medio muy particular y concreto que Dios ha dispuesto para cuidar de estas poblaciones vulnerables: su pueblo. El Antiguo Testamento está lleno de llamados al pueblo de Israel a cuidar de los huérfanos, las viudas y los extranjeros, poblaciones que vivían en alto riesgo y en necesidad de protección. El Nuevo Testamento afirma que la religión pura y sin mancha es cuidar de estas poblaciones vulnerables (Stg 1:27). 

Antes no teníamos una familia, ahora pertenecemos a la familia de Dios. Antes no teníamos un Padre bueno que nos cuidara y protegiera, ahora tenemos al mejor Padre

La adopción no es simplemente una manifestación del carácter de Dios hacia el vulnerable, es una muestra concreta de cómo es que Dios ha cuidado del vulnerable. Cuando el pueblo de Dios verdaderamente asume su responsabilidad, no solo reflejamos cómo es Dios, sino que también participamos con Él en sus propósitos para proteger y cuidar a estas poblaciones vulnerables. 

Dios adopta.

Aunque el acto de adoptar revela ciertos aspectos del carácter de Dios, es importante recalcar que la adopción también es una imagen de la obra de Dios. Pablo nos recuerda:

“Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad” (Efesios 1:4-5).

Antes de Cristo nosotros también éramos huérfanos, sin la aceptación, amor, cuidado y protección de un buen Padre. En su libro Siervos para su gloria, Miguel Núñez dice que “después de la caída, en un sentido, Adán perdió a su Padre” (p. 202). Esta es la realidad de todos los que están fuera de Cristo. Sin embargo, en Cristo, Dios ha obrado nuestra adopción. Antes no teníamos una familia, ahora pertenecemos a la familia de Dios. Antes no teníamos un Padre bueno que nos cuidara y protegiera, ahora tenemos al mejor Padre. Antes éramos huérfanos, ahora hemos sido adoptados por Dios.

La adopción es un acto digno de procurar en sí mismo, por el bienestar de niños desprotegidos y vulnerables, por el bienestar del futuro de nuestras ciudades y países, por el bienestar de la sociedad entera. Sin embargo, los que estamos en Cristo, no podemos negar el impulso que el carácter de Dios nos da para considerar la adopción, ni podemos menospreciar el testimonio público que damos de su carácter al adoptar. 

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