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Recuerdo ese día como si hubiera sido hoy. En la casa hogar en la que vivían nuestros hijos había un grupo de preadolescentes que conversaban entre ellos. Mientras caminábamos por el pasillo en una de nuestras visitas, escuché a uno de los jóvenes decir a otro: “Pórtate bien hoy, para ver si nos adoptan a nosotros”. Esas palabras rompieron mi corazón. Eran niños que tenían años viviendo en ese orfanato y su deseo por una familia seguía presente, aunque se veía cada vez más como un sueño lejano.

Aproximadamente 153 millones de niños alrededor del mundo son huérfanos. Los niños que crecen en orfanatos corren un riesgo mucho mayor de convertirse en víctimas de la violencia, la trata y la explotación. Hoy en día, millones de niños viven en las calles y en instituciones mal administradas con poca esperanza de ser colocados en una familia. 

Proverbios nos enseña que todos los que odian a Dios aman la muerte (8:36). Cada uno de estos niños está experimentando una clase de muerte de la cual Satanás, sin duda alguna, está detrás.

El mundo de las tinieblas odia a los niños porque odia a Jesús. Jesús nació en una zona de guerra y desde el más pequeño rumor de Su venida, Satanás ha estado en marcha para tratar de destruirlo a Él y a todos los suyos. Desde los infanticidios de Faraón y Herodes, y las sangrientas estrategias militares que arrancaron a los bebés del vientre de sus madres (Am 1:13), hasta los abortos de hoy en día y el aumento de aquellos que pasan su niñez en orfanatos.

Cada vez que, a través de sus artimañas, el enemigo logra destruir la vida de aquellos en vulnerabilidad, está hiriendo a una imagen de Jesús mismo: “En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicieron” (Mt 25:40).

Dios no tiene un solo hijo que no haya sido adoptado

Satanás es el enemigo de nuestras almas (Zac 3:1-2). Él es el príncipe de este mundo y anda como león rugiente buscando a quién devorar (1 P 5:8). Él está buscando afectar la obra de redención y todo lo que apunte a ella. Esto incluye la adopción del huérfano, que es una de las imágenes más claras y poderosas del evangelio. La adopción no es una obra de caridad: es guerra espiritual. 

La adopción, una imagen de la redención

A lo largo de las Escrituras, Dios ha mostrado tener un especial cuidado hacia el necesitado (Dt 15:11; 24:11; Sal 9:18; 35:10). Él se llama a sí mismo “Padre de los huérfanos y defensor de las viudas” (Sal 68:5). En el libro de Santiago se nos dice que “la religión pura y sin mácula es el cuidado de viudas y huérfanos” (1:29).

El tema de la adopción no es secundario para los planes del Señor. De hecho, como escuché a mi esposo Jairo decir una vez, Dios no tiene un solo hijo que no haya sido adoptado. Jesús, el Hijo de Dios, fue adoptado terrenalmente por José (Lc 2:48). Nosotros, hijos de Dios, hemos sido adoptados a la familia de Dios mediante Jesús (Ef 1:5).

Dios considera nuestra adopción como hijos a través de Cristo de tal importancia que ha sido sellada por medio del Espíritu. Jesús nos dejó a su Santo Espíritu como garantía de nuestra adopción. En Cristo hemos recibido “espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’” (Ro 8:15).

Solo Dios puede llevar a cabo una obra tan grande como esta. Solo Dios es capaz de tomar a lo vil de este mundo y llamarlo su hijo. Solo Dios abrazaría a alguien cubierto de la mugre de su pecado para vestirlo con ropas reales. Solo Dios podía hacer lo necesario para que de labios inmundos como los nuestros pudiera salir hacia Él la palabra “papá”.

La adopción que hemos recibido en Cristo es gloriosa e inigualable. La adopción que podemos llevar a cabo en esta tierra, a aquellos en necesidad que le pertenecen al Señor y que han sido creados a Su imagen, apunta como casi nada lo hace a esa grandiosa obra de redención. 

La adopción es para siempre

La adopción no es una obra de caridad que las instituciones políticas promueven con intenciones egoístas. No es una acción movida por lástima que nos lleva a creernos “hacedores de grandes obras”. La adopción es una de las posiciones de ataque de los creyentes, en el poder del Espíritu, para contrarrestar las obras de las tinieblas y ser imitadores de la gloriosa adopción que nos ha sido otorgada en Cristo.

Mientras que la caridad es un evento donde se muestra gracia, favor o misericordia al proveer de algo a alguna persona en necesidad, la adopción es entrar en un pacto de relación. La caridad es para ahora, la adopción es para siempre. 

Al cuidar de los huérfanos, los creyentes tenemos la oportunidad de participar en la batalla de Dios contra Satanás. Hacemos por aquellos pequeños en necesidad lo que Dios ha hecho por nosotros. Nos preocupamos por los huérfanos porque sabemos de primera mano lo que es pasar a ser parte de la familia celestial luego de haber sido huérfanos espirituales. El cuidado de los huérfanos es dar de lo que hemos recibido, en Cristo, de la mano de Dios mismo.

La caridad es para ahora, la adopción es para siempre

En su libro Adoption, Rusell Moore nos enseña que “cuando adoptamos, o cuando promovemos una cultura de adopción en nuestras iglesias y comunidades, estamos ilustrando algo verdadero sobre nuestro Dios. Nosotros, como Jesús, vemos lo que hace nuestro Padre y hacemos lo mismo. Y resulta que lo que nuestro Padre está haciendo es pelear por los huérfanos, haciéndolos hijos e hijas”.[1]

Si la adopción es guerra espiritual, entonces toda iglesia y todo creyente debe preguntarse si hay alguna manera en la que pueden colaborar. Si hay pocas imágenes terrenales tan vívidas como la adopción en la que se muestra lo que Dios ha hecho con nosotros en el evangelio, entonces hacemos bien en preguntarnos: ¿Cómo podemos hacer que el evangelio resplandezca a nuestro alrededor a través de la adopción? Esto no implica que toda pareja cristiana deba adoptar, pero sí implica que hay algo que todos podemos y debemos estar haciendo en esta causa.

La adopción es guerra espiritual y el poder para enfrentarla reside completamente en Cristo, Aquel que ya ha vencido. Con la victoria ya ganada por el Cordero y en el poder que Él nos ha dado a través de su Espíritu, nos paramos y peleamos por el cuidado del huérfano. Únete a la lucha.


[1] Adoption, p. 39.

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