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Nunca olvidaré el día en que mi esposa y yo llevamos a nuestro hijo mayor a casa después de su nacimiento.

Fue hace más de 16 años, y era nuestro primer hijo. No estoy seguro de haber cargado un bebé antes de eso, y mucho menos brindarle cuidados intensivos diarios a uno. Ciertamente nunca había cambiado un pañal. Mi esposa tampoco tenía mucha experiencia con niños. De repente, necesitaba ser un experto en un tema que nunca había estudiado, ni por cinco segundos. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Sobreviviría el niño? ¿Nosotros?

Recuerdo el viaje a casa desde el hospital. El bebé cómodamente en su asiento de automóvil, mientras que nosotros nos mordíamos las uñas más con cada kilómetro. Ya era papá. Ella era mamá. Este niño completamente dependía del cuidado de dos personas que apenas habían tocado un bebé. Seguramente esto no saldría bien. Una parte de mí quería darse la vuelta y regresar al hospital para que este niño estuviera nuevamente a salvo con los profesionales.

Padres paranoicos

Los primeros días de crianza a menudo implicaban paralizar la paranoia. Cada vez que su chupete golpeaba el suelo, lo hervíamos durante 30 minutos. Cada vez que alguien se veía enfermo en la iglesia, lo manteníamos en casa. La primera vez que vomitó, pensé que se estaba muriendo. Había tantas preguntas: ¿superaría su profunda ansiedad al ver el agua del baño? ¿Fue culpa nuestra? ¿Alguna vez lo podríamos entrenar a ir al baño? ¿Sufriría de numerosas fobias permanentes? ¿Sería su cristología ortodoxa?

Si has sido padre durante mucho tiempo, sabes de lo que hablo. Existe un temor persistente, una psicosis virtual, de que arruinaremos permanentemente a nuestros cuatro hijos. Como padre desde hace 16 años, me he dado cuenta de que un chupete con gérmenes o un miedo irracional a las tormentas eléctricas no son señal de insuficiencia por parte de los padres.

Pero hay formas en que puedes arruinar a tus hijos, formas sutiles que tienden a aparecer con el tiempo. Como padre, me califico con un 70%. (Mi esposa es definitivamente la mejor estudiante de los dos). Así que aquí hay seis formas, todas de las cuales he sido culpable, de arruinar a los que llevan tu apellido, y que algún día aparecerán en tu póliza de seguro de automóvil.

1. No les digas que eres un pecador.

Estoy en mi peor momento como padre cuando asumo el rol de salvador sin pecado. Ese lugar pertenece solo a Cristo. Cuando digo cosas como: “Yo no actuaba así cuando tenía tu edad” (sin duda eso es mentira), entonces los confundo en cuanto a por qué necesitan el evangelio en primer lugar. Y me convierto en una tumba blanqueada.

Mis hijos necesitan saber que mi corazón también estuvo cautivo al pecado y que yo permanezco en medio de la santificación. Necesitan saber que todavía peco, pero que tengo perdón en el Salvador sin pecado. Sí, necesitan saber que su pecado es heredado de su cabeza federal, Adán, pero también de su padre terrenal.

2. No les pidas que te perdonen por pecar contra ellos.

Una vez, un hombre mayor en nuestra iglesia me dijo que nunca debería disculparme con nuestros hijos. Mostraría debilidad, me dijo. Soy un general de cinco estrellas, y ellos soldados rasos.

He pecado contra mi familia sin admitirlo demasiadas veces como para contarlo. Pero en ocasiones fui a ellos y les dije algo como: “Papá ha pecado contra ti (o tu madre) y contra el Señor. Le he pedido al Señor que me perdone; ahora necesito pedirte que me perdones. Jesús es mi Salvador, pero todavía está cambiando mi corazón”.

Mi familia necesita ver que soy débil, y que mi fortaleza está solo en Cristo.

Aquel hombre mayor en realidad tenía razón en una cosa: la confesión revela mi debilidad. Pero mi familia necesita ver que soy débil, que mi fortaleza está solo en Cristo (2 Co. 12:10) y que el arrepentimiento es una parte necesaria tanto de la salvación como de la santificación. Tal admisión de pecado les muestra que Jesús, no papá (o mamá), es el que cumplió la ley de Dios a la perfección.

Estoy convencido de que mis hijos nacieron con detectores de fariseísmo incorporado (la mayoría lo tienen). Si hablo sobre el evangelio todo el tiempo y hablo sobre el arrepentimiento, y sin embargo parece que peco con impunidad, desenmascararán mi hipocresía muy rápidamente. O aprenderán a imitarla. Podré decirles que el evangelio transforma a pecadores, pero ellos no me creerán. Podrían convertirse en ateos. Podrían convertirse en fariseos.

3. No ores con ellos.

Tendemos a orar celosamente por nuestros hijos, pero ¿oramos a menudo con ellos? Orar con nuestros hijos diariamente en nuestros hogares les enseña dos cosas: que la invitación a venir al trono de la gracia de Dios siempre está abierta, y que dependemos completamente del Señor.

Orar con ellos también es un modelo de cómo orar bíblicamente, así como lo hizo Jesús con sus seguidores, y demuestra que cuando yo les enseño 1 Tesalonicenses 5:17 (“oren sin cesar”), realmente lo digo en serio, y realmente lo necesitan.

4. No hagas “nada” con ellos.

Cuanto más tiempo he criado, más claramente he llegado a ver una falacia en la distinción popular entre “calidad de tiempo” y “cantidad de tiempo”. Cada hora que pasamos con nuestros hijos debe ser tiempo de calidad, incluso cuando parece que no estamos haciendo nada importante. Sí, deberíamos dedicar bastante tiempo a enseñarles Biblia y teología, eso es parte de entrenarlos en la disciplina y la instrucción del Señor (Ef. 6:4). Pero sin saberlo, podemos comunicar que la vida cristiana alcanza su apogeo cuando se parece más al aula de seminario.

Los momentos cotidianos son de vital importancia para construir relaciones íntimas con nuestros hijos, porque ahí es donde pasamos la mayor parte del tiempo con ellos. Hace poco, mi hijo adolescente me ayudó a ver esto con mayor claridad cuando me dijo: “Sabes, papá, mi momento favorito del día es cuando tú y yo nos sentamos en la planta baja, antes de irnos a la cama, viendo las Grandes Ligas y hablando de béisbol. Eso me encanta”. No muy espiritual, lo sé, pero espero que esas conversaciones sobre las curvas y los intercambios de la liga de fantasía conduzcan a conversaciones más naturales sobre la resurrección de Cristo y la inspiración de las Escrituras.

5. No ames a su madre (o padre) bien.

Si tienes hijos, la forma en que tratas a tu esposa les enseña sutilmente sobre cómo deben tratar a sus futuras esposas. Si tienes hijas, la forma en que tratas a tu esposa les enseña con qué tipo de hombre querrán casarse, o evitar casarse, algún día. No amar a su madre como Cristo ama a la iglesia (Ef. 5:25) introduce una imagen distorsionada del evangelio en su hogar. Lo mismo ocurre con las madres, solo que al revés.

Si tienes hijos, la forma en que tratas a tu esposa les enseña sutilmente sobre cómo deben tratar a sus futuras esposas.

No amar a su madre como Cristo ama a la iglesia bien podría socavar la expresión ortodoxa del evangelio que tanto te esfuerzas por enseñar. Ama bien a su madre y no tengas miedo de mostrarle afecto físico juguetón frente a ellos.

Las madres también pueden distorsionar el evangelio en el hogar al decir que respetan la cabeza de la casa, pero viven un rechazo práctico del mismo. Esto enseña a las hijas, por ejemplo, a hacer lo mismo, y puede llevar a los hijos hacia la pasividad o agresión pecaminosas. La fidelidad a las palabras de Pablo en Efesios 5 requiere una profunda gracia en ambos padres, particularmente en una cultura donde la idea de género, y mucho más los roles de género, se cuestionan de manera virulenta.

6. No continúes con las devociones familiares si no hay resultados inmediatos.

No es un mero cliché decir que la vida cristiana es un maratón y no una carrera (He. 12:1–2). Plantamos la semilla, pero el Espíritu de Dios la hace crecer. En la parábola de la semilla en crecimiento (Mr. 4:26–29), Jesús les recordó a los oyentes que un agricultor siembra la semilla y luego se acuesta, solo para verla germinar y crecer, y “él no sabe cómo”. Así es con tus hijos. Así es con todo cristiano genuino.

Ellos se pondrán inquietos. Parecerán más interesados ​​en dispositivos electrónicos, la TV, o Fortnite (¡ayuda, por favor!). Pero sigue así. Dios no te convirtió en un cristiano maduro en un día, y puede que no los salve y santifique desde pequeños. Deja que la parábola de la viuda persistente te sirva de refugio, para que no te desanimes (Lc. 18:1–8).

Y enséñales fielmente la Palabra de Dios. Ora con ellos y por ellos. Escribe las palabras “paciencia” y “persistencia” sobre la puerta de tu corazón. He visto semillas de evangelio plantadas en un niño de 4 años que de repente dio frutos cuatro décadas después.

Relájate y confía

Si eres un padre nuevo o tienes hijos casi adultos, sabes que la paternidad es extremadamente difícil. Igual que el matrimonio, es un lugar de santificación. Para mi vergüenza, he violado repetidamente estas seis cosas, y muchas más. Estoy seguro que es más fácil escribir sobre la crianza de los hijos que criarlos en verdad.

Pero estoy agradecido de saber que no detuve su crecimiento físico cuando les di café a los 5 años (sí, lo hice), y que Dios da gracia a los padres con fallas profundas como yo, y que puede guiar a los niños a caminar con Él a pesar de la torpeza de sus padres.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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