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El ministerio de la iglesia, ya sea que estés sirviendo como pastor de predicación, anciano, misionero, u otra capacidad, se parece mucho al béisbol. Es un ejercicio en el manejo del fracaso.

Esto es lo que quiero decir: Ted Williams, posiblemente el mejor bateador en la historia del béisbol profesional, terminó con un promedio de bateo de .344 en su carrera. Esto significa que el “Splendid Splinter” tuvo éxito solo 34 veces de cada 100; le poncharon las otras 66 veces que se paró en el plato.

Esos son muchos fracasos.

El ministerio puede ser así, o al menos puede sentirse así. Predicas la Palabra de Dios semana tras semana. Más veces de lo que quisieras no ves cambios en los corazones de las personas. La transformación puede ser irritantemente gradual.

Dios nos ha llamado a proclamar fielmente su Palabra y dejarle los resultados a Él

Predicar, entonces, no es como cortar el césped o construir una mesa de comedor: no hay un “producto” visible al final del sermón. Dios nos ha llamado a proclamar fielmente su Palabra y dejarle los resultados a Él. Pero la parte de “dejar los resultados” no es fácil para las personas con iPhones y hornos microondas. Sin previo aviso, la ansiedad puede estrellarse como un tsunami en las costas de la vida de un ministro.

La predicación semanal puede hacernos sentir un poco como el mítico rey Sísifo que engañó a Perséfone, la diosa del inframundo. Por su accionar, Sísifo fue sentenciado a una eternidad de empujar repetidamente una roca por una colina empinada, solamente para verla rodar hacia el fondo.

Preparas el sermón, predicas el sermón, preparas el sermón, predicas el sermón. Lavar, enjuagar, repetir. Todos los lunes, el desánimo acecha como el fantasma más impuro justo afuera de la puerta de tu estudio u oficina.

Para construir una represa que contenga el diluvio de ansiedad y ahuyente la aparición del desánimo, necesitas una fuerte dosis de la verdad de Dios. Quiero sugerir dos pasajes que me han ayudado. Me los predico a mí mismo como guardia contra dos ladrones principales que amenazan con robar mi gozo, como creyente y también como pastor.

Antídoto para la ansiedad (Mt. 6:25-34)

Porque Dios es tu Dios, no tienes que estar ansioso por tu vida

La tesis de Jesús es igual de fácil de discernir así como nos consuela el comprenderla: porque Dios es tu Dios, no tienes que estar ansioso por tu vida. Nuestro Señor aquí presenta un argumento que va de menor a mayor: dado que Dios alimenta a los pájaros y viste las flores, ¿cuánto más se le puede confiar para cuidar a su propia gente?

Y aun así nos preocupamos.

Cuando esto sucede, hemos experimentado el fracaso en dos niveles: el fracaso en comprender que Dios es nuestro Padre y el fracaso de exhibir una fe como niño, lo que Jesús aquí llama “poca fe”. Jesús muestra lo absurda que es la preocupación para el pueblo de Dios, una realidad que debería ser doblemente cierta para aquellos que se ganan la vida estudiando y enseñando su Palabra: la preocupación no puede agregar tan siquiera 3600 segundos a tu vida. La persona que muere a los 75 años ha vivido más de 650 000 horas, por lo que agregar un lapso más parecería una propuesta fácil. Sin embargo, el Señor dice que no podemos hacerlo. La preocupación no nos agrega nada. Me consuela mucho la manera en que Jesús concluye su advertencia: “Por tanto, no se preocupen por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástenle a cada día sus propios problemas” (Mt. 6:34).

Como pastores, debemos confiar y obedecer lo que Jesús dice después de haberle dicho a su audiencia que no se preocupe por lo que comerán, beberán, o usarán: “Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mt. 6:33).

Los pastores, y las personas en los asientos, deben hacer del señorío redentor de Dios y la relación correcta con Él las prioridades más altas, y debemos preocuparnos por hoy, no mañana, confiando en que Dios proveerá para nosotros, nuestras familias, y nuestra congregación.

Las palabras de Jesús aquí no necesitan limitarse en su aplicación a la provisión de necesidades físicas, aunque eso está claramente a la vista y es de gran consuelo para nosotros, sino que también pueden aplicarse a nuestra necesidad de sustento espiritual.

Combustible para la fidelidad (Mc. 4:26-29)

Las palabras de nuestro Señor aquí deberían liberarnos del síndrome del éxito: medir el éxito del ministerio en escalas puramente humanas. Oro a través de esta corta parábola prácticamente todos los sábados por la noche antes de dirigirme al púlpito el domingo. Es un recordatorio de quién construye el reino de Dios. Jesús dice:

“El reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra, y se acuesta de noche y se levanta de día, y la semilla brota y crece; cómo, él no lo sabe. La tierra produce fruto por sí misma; primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro en la espiga”, Marcos 4:26-28.

Todo es el quehacer de Dios. ¿Las personas en tu iglesia están creciendo espiritualmente? Dios lo está haciendo. ¿Hay personas perdidas que vienen a Cristo? Dios lo está haciendo

Para el hombre de Dios, aquí está la verdad liberadora: todo es el quehacer de Dios. ¿Las personas en tu iglesia están creciendo espiritualmente? Dios lo está haciendo. ¿Hay personas perdidas que vienen a Cristo? Dios lo está haciendo. ¿Hay nuevos miembros uniéndose a la iglesia? Dios lo está haciendo. ¿Estás en una temporada más seca en la que nada parece estar sucediendo? Dios lo está haciendo.

Sigue plantando la semilla.

¿Qué hace el sembrador después de sembrar la semilla? Se va a la cama. El sembrador es responsable de sembrar la semilla, no de hacerla crecer. Mientras duerme, el reino germina. El sembrador no lo ayuda. Ni siquiera lo entiende: “La semilla brota y crece; cómo, él no lo sabe” (Mc. 4:27).

Me encanta esta parábola porque me recuerda que solo soy responsable de sembrar fielmente. Esto no es un llamado a la pasividad. ¿Buscamos diligentemente la conversión de las personas perdidas? Ciertamente. ¿Trabajamos intensamente para ver cómo cambian las vidas? Por supuesto. Por eso es que te entregaste al ministerio pastoral en primer lugar.

Pero, ¿está el pastor de Dios bajo presión para que esto suceda? De ninguna manera. Si los corazones van a cambiar, Dios debe hacerlo. En otra parte, Jesús promete construir su iglesia, sobre la cual ni siquiera el poder del infierno prevalecerá (Mt. 16:18). Dios es soberano sobre mi congregación; debo descansar en esa verdad.

Esa preciosa promesa aleja la ansiedad y el desánimo en esos días en que nada parece estar sucediendo en el ministerio; cuando estoy sembrando pero nada parece estar creciendo. Si he sido fiel, puedo plantar la semilla y descansar tranquilamente en Cristo, sabiendo que su Espíritu hará que la semilla germine y se arraigue en los corazones humanos, en la tierra que el Espíritu Santo hizo buena (ver Mc. 4:1-9 ). No necesito presionar a las personas, arengarlas, engatusarlas, o en mi perplejidad retorcer mis manos.

Esta parábola me consuela con la verdad que Martín Lutero comprendió, el catalizador de uno de los más grandes avivamientos en la historia humana: “La Palabra lo hizo todo, yo no hice nada”.

Hermanos, demos gracias porque Dios nos ha dado estos pasajes para ayudarnos a vencer a los monstruos gemelos de la ansiedad y el desánimo. En cada día del Señor, que el Dios de paz te dé gracia para sembrar la semilla, confiar en Él por completo, y descansar en las promesas de su Palabra todopoderosa.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jhon Chavez.
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