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En 1997, Dios lentamente comenzó a poner mi mundo de cabeza. Era un periodista recién casado que escribía sobre deportes, política, y noticias de última hora en el norte de Georgia, mientras luchaba con Dios por el significado de los grandes temas en su Palabra: pecado, gracia, elección, perseverancia, soberanía, voluntad humana, qué sucedió en la expiación, el significado de todos esos pactos, y cosas similares.

Sin duda, mis colegas pensaron que me estaba volviendo loco cuando mi maletín estaba repleto de libros austeros y con portadas adornadas con nombres como Calvino, Bunyan, Spurgeon, Sproul, Packer, y Piper. Mi Biblia iba a todas partes conmigo.

Durante meses, mi ritmo diario se transformó en trabajar todo el día para luego ir a casa y leer hasta altas horas de la noche. Dios despertó en mí un deseo por el ministerio vocacional y un anhelo ardiente por saber qué significaban estas doctrinas y cómo estas debían cambiar mi manera de vivir y moldear lo que pronto estaría predicando.

Para el verano de 1998, el TULIP (los cinco puntos del calvinismo) creció por doquier a través del paisaje de mi vida espiritual. Por fin había encontrado mi Rivendell espiritual: teología reformada en su expresión bautista. Hechos 13:48 y Romanos 8-9 dieron el golpe definitivo a mi teología de libre albedrío.

Después de todos estos años, ¿qué hago con la iglesia de mi infancia y su crianza que no estuvo tan impregnada de mala teología pero que tampoco se fundamentó en una teología? ¿Fue un tiempo perdido el que pasé en esa iglesia? ¿Y qué hay de esos pastores que lideraron, y esos santos que sirvieron? No se adhirieron a las doctrinas de la gracia, y todavía no lo hacen.

Cristianismo de campañas de avivamiento

Tuve la gracia de ser criado por padres que creían que la Palabra de Dios es inspirada, sin error, y autoritaria en asuntos de fe y vida. Me enseñaron que el Dios-hombre, Jesús, era el único camino al cielo. Nuestra pequeña iglesia bautista rural fue el epicentro de la vida semanal. Estábamos allí los lunes por la noche para la práctica del coro, los martes por la noche para evangelismo, los miércoles por la noche para la reunión de oración, y por supuesto dos veces el domingo.

La iglesia de mi infancia —su enseñanza y valores— podría describirse mejor como el cristianismo de campañas de avivamiento. Imagina cenas en el piso, trajes de mil rayas, una pequeña iglesia en el bosque, e invitaciones al altar. Cantamos “Yo volaré” y “Cuando allá se pase lista” todo el tiempo. Cuando era niño no fui catequizado, pero me enseñaron la Biblia con franelógrafo. Nuestro pastor regularmente nos advirtió sobre el comunismo y Ozzy Osbourne.

Por qué aún la aprecio

Es un testimonio común entre amigos y compañeros pastores: muchos de nosotros crecimos en iglesias que no enseñaban la teología que ahora apreciamos. Aunque ciertamente hubo algunas cosas poco útiles (mensajes y métodos que eran espiritualmente inadecuados, o incluso contraproducentes) después de años de reflexionar sobre ello, he llegado a ver que había bastante trigo en lo que una vez descarté como paja.

Aquí hay siete razones por las que no quiero descartar la iglesia de mi infancia. (Un descargo de responsabilidad: estas ideas se basan únicamente en mi experiencia. Me doy cuenta de que muchos lectores se criaron en iglesias que enseñaban doctrinas peligrosas o incluso herejías, iglesias que pueden no haber esparcido ninguna semilla que valiera la pena el gasto de agua).

1. Me preparó para recibir la teología del gran Dios.

Me enseñaron que Dios tiene el control, incluso si no se usó el lenguaje de la soberanía. Me enseñaron que Dios es bueno y que también castiga el pecado. Me enseñaron que el infierno es real, que el héroe de la Biblia es Jesús, incluso si el Antiguo Testamento no fue visto Cristocéntricamente como lo veo hoy.

2. Me recuerda mi necesidad de reconocer y celebrar la gracia de Dios en cada lugar donde la veo, incluso cuando no emana de mi tribu teológica.

He fallado en esto más veces de las que quisiera contar. He descartado con arrogancia lo que juzgué como mezquindad teológica o superficialidad espiritual, como si el cielo estuviera formado en gran parte por la élite doctrinal.

Esto me avergüenza.

La iglesia de mi infancia estaba llena de personas cristianas piadosas. Nuestro pastor no fue entrenado en el seminario y carecía de un vocabulario teológico preciso, pero nos llevó a mí y a muchos otros a Jesús. La teología es importante, por supuesto, pero mi educación teológica podría haber sido mucho peor.

3. Me recuerda que la teología reformada no me salvó; fue Jesús quien lo hizo.

No, la iglesia de mi infancia no me presentó a Calvino, y mis padres no me arrodillaron sobre historias heroicas en lugares llamados Worms o Dort. Pero esa pequeña iglesia y mis padres me presentaron a Jesús. Y solo Jesús puede hacer bien a pecadores indefensos.

La iglesia de mi infancia me presentó a Jesús. Y solo Jesús puede hacer bien a pecadores indefensos

He crecido y he llegado a apreciar como queridos amigos a Calvino, Lutero, Spurgeon, Newton y (Andrew) Fuller, entre otra gran cantidad de testigos fieles, pero aún así hubiera pasado una eternidad con Dios, aunque no hubiera conocido a estos hombres.

4. Me recuerda que nunca debería comenzar una guerra tratando de convertir a otros a mi teología.

Yo no abrí mis ojos para ver la sana doctrina; Dios lo hizo. Ten cuidado con lo que dices sobre la iglesia de tu infancia y sé humillado por lo que sabes, siempre consciente de por qué lo sabes, teniendo en cuenta las palabras de Pablo: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Si alguien cree que sabe algo, no ha aprendido todavía como debe saber” (1 Co. 8:1-2). “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co. 4:7).

Sé de muchas familias divididas por seminaristas bien intencionados, pero mal dirigidos, que regresan a casa y tratan de comenzar una nueva reforma en su iglesia local o en su familia extendida. Dios es paciente con nosotros, y por lo tanto debemos ser pacientes con ellos, amándolos con alegría incluso si nunca comprenden nuestra pasión por el TULIP.

5. Me recuerda que Dios usa iglesias y pastores que no se adhieren a los puntos más finos de mi teología.

Estoy convencido de que Dios usa diferentes tipos de iglesias y pastores para ministrar a personas de diversos orígenes.

Tomemos, por ejemplo, un pastor y amigo con quien crecí. Sus circunstancias no le permitieron obtener una educación en el seminario. Dios tenía un plan diferente para él. Su trabajo diario durante muchos años fue conducir una excavadora, limpiar árboles, y tallar caminos. Y durante tres décadas, ha enseñado y guiado a personas que nunca me hubieran escuchado a mí. Dios nos ha preparado a ambos para el ministerio, pero en diferentes entornos. Estoy agradecido por su fiel trabajo entre la gente de mi región natal. El terreno allí es duro como una roca, pero él ha hecho el trabajo del labrador al sembrar la semilla del evangelio. Oro por él todas las semanas.

6. Me recuerda que mi misión es hacer discípulos, no calvinistas.

He tenido el privilegio de aprender bastante sobre Calvino a lo largo de los años, y estoy seguro de que el hombre que pidió ser enterrado en una tumba sin nombre se negaría seriamente al término “calvinismo”. Comparto con innumerables pastores no calvinistas, incluido el que me llevó al Señor, la misma misión fundamental: ver a los pecadores ser salvos y santos formados en Jesucristo.

Por supuesto, quiero que otros aprendan aquello de lo que estoy convencido que es una buena doctrina, pero si llegan a conocer y amar a Jesús, y nunca están de acuerdo conmigo en algunos asuntos de segundo y tercer nivel, estaré más que satisfecho.

7. Me recuerda que saber teología no significa que soy espiritualmente maduro.

Ser un teólogo intelectual no necesariamente me hace piadoso, y la falta de interés en leer a los puritanos y reformadores no necesariamente revela una falta de piedad. Estoy agradecido por los creyentes simples pero constantes en la iglesia de mi infancia que trabajaron duro toda la semana y amaron a su Señor. Cada vez que leo el mandato de Pablo en 1 Tesalonicenses 4:11, pienso en mis padres ya fallecidos y en nuestros amigos en esa iglesia: “Que tengan por su ambición el llevar una vida tranquila, y se ocupen en sus propios asuntos y trabajen con sus manos, tal como les hemos mandado”.

Ser un teólogo intelectual no necesariamente me hace piadoso

Los miembros de aquella iglesia creían que la Biblia es la Palabra de Dios; nunca fue una controversia para ellos, y creo que en gran medida, por eso nunca ha sido una controversia para mí. Puede que no hayan leído a Edwards o sitios web como TGC, pero muchos de ellos eran maduros, piadosos, y sabios.

Agradecido por su gracia

Si realmente creo en la soberanía de Dios, entonces debería estar agradecido por todas sus providencias en mi vida, no solo por las posteriores a mi despertar a la Reforma. Él usó cada una para moldearme en maneras que nunca entenderé por completo. Dios no desperdicia nada.

Mi amigo y mentor, Tom Nettles, una vez dijo en nuestra clase de historia de la iglesia que un hombre de gracia debería ser un hombre amable. Si abrazaste las doctrinas de la gracia tarde en tu peregrinación, debes estar agradecido por tu destino teológico, pero también por el camino tortuoso por el cual Dios te llevó para traerte hasta aquí. Puede haber sido mejor de lo que piensas.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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