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¿Qué pasaría si Dios no perdonara ninguno de los errores que sus siervos cometen en el ministerio, ya sea por inmadurez o por excesiva confianza en su experiencia? Pienso que nadie podría permanecer en el ministerio si Dios no extendiera su gracia ante la imperfección de quienes le sirven.

Al leer el libro Santificación: La pasión de Dios por su pueblo (Editorial Portavoz, 2021), del pastor John MacArthur, no puedo evitar reflexionar en que para comprender mejor la santidad, primero debemos saber que «la misma gracia que salva a pecadores del castigo por su pecado también los instruye en santidad» (p. 70).

¿Cómo podríamos negar nuestra necesidad de la gracia santificadora de Dios si somos seres imperfectos llevando un mensaje perfecto?

Santificación

Santificación

Editorial Portavoz. 80 páginas.

En Santificación, el pastor MacArthur afirma que «la santificación es un proceso de luchar por el gozo pleno y no venderlo por un sustituto barato a lo largo del camino» (p. 71). Por supuesto, en el proceso hay disciplina y corrección, pero tal disciplina es «para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad» (He 12:10). De nuevo, la meta es asemejarnos a Cristo. Recordemos que «la gracia no es una alfombra que podamos usar casualmente para limpiar el pecado de nuestros pies, sino que reina como un monarca sobre nosotros» (p. 71). Y esto es así porque la gracia de Dios se encarnó en Jesucristo por amor a la humanidad.

Editorial Portavoz. 80 páginas.

Más que un favor inmerecido

John MacArthur lleva al lector a través de siete capítulos en ochenta páginas que exponen una síntesis sobre lo que significa la santificación a la luz de algunos libros del Nuevo Testamento. Uno de los aspectos que me parecieron más sobresalientes de este libro tiene que ver con el papel pedagógico de la gracia para comprender en qué consiste la santidad.

¿Cómo podríamos negar nuestra necesidad de la gracia santificadora de Dios si somos seres imperfectos llevando un mensaje perfecto?

Pero antes de hablar sobre lo que la gracia enseña acerca de la santidad, el pastor MacArthur amplía el concepto de lo que implica la gracia de Dios:

«A menudo se define la gracia en términos muy resumidos como “favor inmerecido”. Es eso, pero es mucho más. Un regalo dado a un amigo es un favor no ganado. Sacrificar algo de valor indescriptible en beneficio de un enemigo sería una ilustración mejor de la gracia divina que compró el perdón para los pecadores (Ro 5:7-10). Además, la gracia no es estática; las Escrituras la describen como una fuerza activa» (p. 69, cursiva añadida).

La Escritura registra que la gracia nos fortalece (2 Ti 2:1; He 13:9); actúa en nosotros (1 Co 15:10); produce fe y amor en nuestros corazones (1 Ti 1:14); nos ayuda en momentos de necesidad (He 4:16); y nos instruye (Tit 2:11-12). De esta descripción que la Biblia hace sobre el papel de la gracia en la vida del creyente, se deriva una pregunta esencial: ¿Cómo nos instruye la gracia de Dios para comprender la santidad?

Enseñados por la gracia

El apóstol Pablo afirma:

«Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:11-12, cursiva añadida).

En otras palabras, como ya se mencionó, la misma gracia que salva a pecadores del castigo por su pecado, también los instruye en santidad. Esto se debe a que «el objetivo de la santidad es no solo hacernos parecer santos, sino hacernos verdadera y completamente como Cristo» (p. 14).

Comprender la gracia de Dios nos debe llevar a reconocer que seremos presentados como santos y perfectos, pero no por nuestros méritos

La gracia nos enseña santidad por medio de la disciplina divina. La palabra «enseñándonos», del pasaje anterior, es un vocablo que habla de esto mismo. Esta expresión se traduce como «castigar» en otros pasajes de la Biblia (Lc 23:16, 22; 2 Co 6:9). Transmite las ideas de enseñanza, corrección y castigo. Es la misma palabra usada para disciplina en Hebreos: «El Señor al que ama, disciplina» (12:6). Describe un proceso que a veces «no parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (He 12:11). Pablo también amplía este tema en la carta a Tito (Tit 2:11-15).

Al mismo tiempo, la gracia nos enseña santidad por medio de la esperanza futura en Cristo. «La gracia no solamente nos disciplina por causa de la santidad; también nos enseña a renunciar al pecado y nos lleva a esperar ansiosamente el regreso de Cristo» (p. 71). El apóstol Juan habla sobre esto en su primera carta: «Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro» (1 Jn 3:3).

Pablo también le dice a Tito que Cristo murió no solo para liberarnos del castigo por el pecado, sino también para redimirnos de la impiedad misma: para purificarnos y transformarnos en personas celosas de buenas obras. Además, Pablo le ordena a Tito que no comunique tímidamente estas verdades vitales que tendrán su cumplimiento pleno cuando Cristo regrese por su Iglesia.

Gracia que redime y purifica

En efecto, la gracia nos redime no solo enseñando, disciplinando, amonestando y ordenando que «vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente», sino también dándonos poder para ese fin. «Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención» (Fil 2:13). Por último, el Señor mismo nos presentará «sin mancha delante de su gloria con gran alegría» (Jud 24). Comprender la gracia de Dios nos debe llevar a reconocer que seremos presentados como santos y perfectos, pero no por nuestros méritos, sino por los de Cristo.

En Santificación, el pastor MacArthur afirma que «la santificación es un proceso de luchar por el gozo pleno y no venderlo por un sustituto barato a lo largo del camino» (p. 71). Por supuesto, en el proceso hay disciplina y corrección, pero tal disciplina es «para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad» (He 12:10). De nuevo, la meta es asemejarnos a Cristo. Recordemos que «la gracia no es una alfombra que podamos usar casualmente para limpiar el pecado de nuestros pies, sino que reina como un monarca sobre nosotros» (p. 71). Y esto es así porque la gracia de Dios se encarnó en Jesucristo por amor a la humanidad.


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