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Quizá uno de los temas actuales más debatibles sobre fe y ciencia es el de los días de la creación en Génesis para definir la edad de la tierra.

La disputa, incluso entre creyentes, se puede clasificar por lo general en dos grupos contrincantes: El primero, los defensores de la “interpretación literal” del relato de Génesis, son aquellos que no pueden comprender cómo algunos hermanos ponen en duda la veracidad de los siete días de veinticuatro horas (según leen Génesis) y consideran que quien piense distinto atenta contra la Palabra; el segundo grupo corresponde a quienes creen en una interpretación no literal del texto de la creación, donde el concepto de día puede entenderse como un periodo distinto a uno de veinticuatro horas, y consideran que el que piense diferente tiene un serio problema.

En cada bando hay algunas personas preparadas para tirar la piedra en cuanto el contrincante diga algo. En El principio según Génesis y la ciencia, John Lennox, matemático de Oxford, intenta bajar la tensión del ambiente. Le escribe en gran medida a aquellos del grupo que creen imposible una interpretación distinta a la literal y, con paciencia, trata de interesarlos con una posibilidad diferente. Por otra parte, el autor le escribe a aquellos que no pueden conciliar el relato bíblico con el científico y a quienes les es imposible adherirse con ninguno de los dos grandes grupos.

El principio según Génesis y la ciencia

El principio según Génesis y la ciencia

Editorial Clie . 176.

En El principio según Génesis y la ciencia, John Lennox, matemático de Oxford, analiza los debates que se desarrollan sobre el origen del universo y nos lleva a comprender “…que es importante distinguir entre las cuestiones que pertenecen al mensaje fundamental de la Biblia y los asuntos menos centrales, donde hay espacio para varias opiniones. También es necesario estar preparados para distinguir entre lo que la Escritura declara realmente y lo que nosotros pensamos que significa. Es la Escritura la que tiene la autoridad final, no nuestro entendimiento de ella”.

Editorial Clie . 176.

Estructura y análisis de la obra

Este libro contiene cinco capítulos y cinco apéndices. Como introducción a la controversia y a cómo la manejamos, el primer capítulo trata el desafío que la teoría científica del movimiento de la tierra en el espacio planteó a la interpretación bíblica generalmente aceptada en el siglo XVI.

El segundo capítulo avanza hacia algunos principios de interpretación bíblica y los aplica a aquella controversia. El tercero es el corazón del libro, donde consideramos la interpretación de los días del Génesis. El cuarto está dedicado al relato bíblico del origen de los seres humanos, su antigüedad y los asuntos teológicos relacionados con la muerte.

El capítulo cinco equilibra una explicación de la semana de la creación apoyándose en el Nuevo Testamento para mostrar cuáles de los aspectos de la narración de la creación de Génesis 1 se enfatizan allí, y por qué son relevantes hoy para nosotros.

Los cinco apéndices tratan varios asuntos que se colocan al final del libro de modo que el lector pueda dedicarse al material bíblico sin muchas digresiones. El apéndice A explora el trasfondo del Génesis en términos de cultura y literatura. El apéndice B se dedica a lo que se denomina la opinión del templo cósmico de Génesis 1. El apéndice C describe la convergencia de Génesis y la ciencia sobre el hecho de que el espacio-tiempo tuvo un comienzo. El apéndice D contempla la cuestión de si hay conflicto entre Génesis 1 y Génesis 2. Finalmente, el apéndice E analiza la evolución teísta con especial atención a los supuestos argumentos del “Dios de las brechas”.

Un puente unificador

Una de las virtudes que veo en este libro es la capacidad del autor para poner sobre la mesa un tema muy controversial. Muchos cuestionamos los temas sobre fe y ciencia, pero pocas veces nos atrevemos a exponerlos en un debate honesto y pacífico. De hecho, el autor describe que su objetivo al escribir este libro es que sea un puente para quienes ven imposible unificar la visión científica con la bíblica. Para este propósito, nos entrega varias consideraciones generales que debemos tener en mente antes de enfrentarnos al estudio del primer libro de la Biblia.

Otra característica es que, al hacernos reflexionar sobre dilemas muy parecidos que se dieron en el pasado y cómo estos terminaron, nos hace cuestionar si nuestra convicción es consecuente con nuestros actos. Es decir, si decimos tener la convicción de que interpretamos de determinada manera el Génesis, ¿aplicamos la misma regla para todas las historias que encontramos ahí?

Por ejemplo, para situaciones como cuando Josué mandó al sol y a la luna que se detuvieran (Jos 10:12-13). Hoy en día, debido al conocimiento científico, se suele argumentar que lo que pasó es que fue la tierra la que se detuvo, ya que sabemos que el Sol no gira alrededor de la tierra, sino exactamente al revés. Pero esta interpretación nos lleva a algunas otras cuestiones: si en realidad fue la tierra la que se detuvo, entonces por la Primera Ley de Newton (Ley de Inercia) todo ser viviente y material hubiera salido despedida a grandes velocidades de la Tierra. ¿Esto no pasó porque Dios lo impidió o porque realmente no fue la tierra la que se quedó quieta?

Muchas veces decimos estar interpretando literalmente un texto pero, en realidad, debido al conocimiento científico que ya tenemos arraigado en nuestra cultura, admitimos cierta interpretación no “literal”, como sucede en el caso de “las columnas de la tierra” que menciona la Palabra (1 S 2:8). Debemos ser cuidadosos con los razonamientos que usamos para interpretar los pasajes. Es mejor admitir humildemente ignorancia que pelear orgullosamente por una convicción sin fundamentos.

Así que, El principio según Génesis y la ciencia sin duda es un libro que vale la pena leer para aprender a reconsiderar y conocer mejor nuestras posturas, algo que como iglesia necesitamos hacer. Es vital dar la confianza y el espacio para que se puedan plantear las dudas y los cuestionamientos sin emitir juicios precipitados. Esto no quiere decir que debemos aceptar cualquier doctrina o postura, sino que debemos ser capaces de meditar y buscar buenos argumentos antes de lanzar la piedra. Al respecto, el autor afirma:

“La mayoría de nosotros coincidiremos en que es importante distinguir entre las cuestiones que pertenecen al mensaje fundamental de la Biblia y los asuntos menos centrales, donde hay espacio para varias opiniones. También es necesario estar preparados para distinguir entre lo que la Escritura declara realmente y lo que nosotros pensamos que significa. Es la Escritura la que tiene la autoridad final, no nuestro entendimiento de ella” (p. 30).

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