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En enero emprendí una búsqueda. Se sintió como la búsqueda de los estudiantes de Hogwarts para destruir los horrocruxes, o la búsqueda de la Comunidad para destruir el Anillo, o la búsqueda de los Rebeldes para destruir la Estrella de la Muerte. 

Partí con el Libro de los Salmos metido debajo del brazo. En mi espalda, llevaba mis temores de llorar en público, ser percibida como débil, y ser rechazada por aquellos cercanos a mí si veían lo que yo era en realidad. Si podía destruir estos miedos, lograría lo que parecía imposible. 

Mi búsqueda parecía infinita. Y fue dura. 

Lo mismo que vine a destruir se convirtió en mi realidad. Emociones profundas llenaron mi corazón, y no pude contener mis lágrimas sin importar mi autocontrol. Las esperanzas disminuían cada vez más. La paz se desvanecía con las indecisiones prolongadas. La confianza se disolvía cuando surgían los chismes. 

Entonces oré, y cada oración era desesperada. “¿Cuánto tiempo durarán estas dificultades? ¿Por qué es este el camino que has elegido para mí? ¿Me has olvidado?”.

Encontré que no era la única que hacía estas preguntas, y me sentí con la libertad de continuar mis oraciones que sonaban como la de los salmistas. 

“Y tú, Señor, ¿hasta cuándo?”, Salmo 6:3.

“¿Hasta cuándo, oh SEÑOR? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro? ¿Hasta cuándo he de tomar consejo en mi alma, teniendo pesar en mi corazón todo el día? ¿Hasta cuándo mi enemigo se enaltecerá sobre mí?”, Salmo 13:1-2.

“¿Hasta cuándo, Señor? ¿Te esconderás para siempre?”, Salmo 89:46.

“Vuelve, SEÑOR; ¿hasta cuándo? Y compadécete de Tus siervos”, Salmo 90:13.

“Señor, ¿cuánto tiempo durarán los malvados, cuánto tiempo celebrarán los malvados?”, Salmo 94:3.

Fui más y más lejos y luché contra cada desafío, y oraba fervientemente: “¿Hasta cuándo, hasta cuándo, hasta cuándo?”. Con cada paso, me sentía más segura de que la honestidad de mis oraciones me salvaría. Pero me sentía cada vez más sola, más y más como si estuviera gritando en un agujero negro. Y luego, como en cualquier búsqueda buena, apareció una amiga. Ella caminó a mi lado desde el principio y luego me ayudó a ver que había errado al blanco. 

Hasta entonces, el viaje era sobre mí. Mi objetivo era ser una mejor versión de mí misma para poder crecer y ser desafiada, para poder alejarme y decir: “Sí, hice lo que debí hacer”. De repente, me di cuenta de que mis oraciones eran “bíblicas”, en el sentido de que usaban palabras similares a las de los salmistas; pero mis oraciones eran incompletas porque se centraban solo en mis circunstancias. 

El amor fiel de Dios es nuestra salvación. Nos lo prometió, y sus promesas están selladas para siempre.

El propósito de mi búsqueda no era tener oraciones “honestas” sobre mis circunstancias, o tener expresiones emocionales “honestas”. No se trataba de mí o de mi honestidad en lo absoluto. El objetivo era conocer el fiel amor de Dios. 

“Sálvame por tu fiel amor”, Salmo 6:4.

“Pero he confiado en Tu fiel amor”, Salmo 13:5.

“¿Dónde están, Señor, Tus misericordias de antes, que en Tu fidelidad juraste a David?”, Salmo 89:49.

“Sácianos por la mañana con Tu misericordia”, Salmo 90:14.

“Si digo: “Mi pie ha resbalado”, Tu misericordia, oh SEÑOR, me sostendrá”, Salmo 94:18.

Cada salmo que oraba preguntando “¿Hasta cuándo?” me enseñaba la respuesta del amor fiel de Dios. Quería que la respuesta fuera: “Ahora mismo”, o “Muy pronto”, pero más bien la respuesta fue: “Confía en el amor fiel de Dios”.

Esta es la forma más honesta de orar. No siempre recordamos quién es Dios cuando oramos. Podemos hacerle preguntas y exigirle respuestas, pero ya nos ha dado todo lo que necesitamos. A lo largo de los Salmos, las oraciones tienen tanto peticiones como declaraciones sobre el carácter de Dios. 

El amor fiel de Dios es nuestra salvación. Nos lo prometió, y sus promesas están selladas para siempre. Cuando preguntamos: “¿Hasta cuándo?”, podemos descansar en la verdad de que su amor fiel perdura para siempre (Sal. 136). El carácter de Dios es tan honesto como nosotros podemos serlo en nuestras oraciones. Nuestra búsqueda puede parecer infinita, pero no; nuestro Dios, sin embargo, sí es infinito.


Publicado originalmente en For the Church. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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