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Todavía santos: El cuidado a creyentes con desórdenes de personalidad

RESUMEN: Alrededor de una en cada diez personas sufren de un desorden de personalidad, una disfunción profundamente arraigada y a largo plazo que forma parte de la estructura de su personalidad. Aunque las personas con desórdenes de personalidad frecuentemente luchan por encontrar sanidad a largo plazo, el evangelio de Jesucristo, comunicado por consejeros capacitados y amigos pacientes, provee recursos terapéuticos únicos que pueden, con el tiempo, sanar incluso las personalidades más rotas.


Todos hemos conocido a alguien con un desorden de personalidad. Simplemente no teníamos una etiqueta para ello.[1]

Ted actúa como un sabelotodo. Le informa sutilmente a los demás acerca de sus logros, y presenta al mundo una imagen de éxito, felicidad, y confianza. Pero, conforme lo conocemos mejor, percibimos una profunda inseguridad subyacente y un hambre intensa por admiración y afecto.

Cindy siempre parece estar en conflicto con alguien en el trabajo. Aunque es escandalosa y tiene opiniones fuertes, se turba rápidamente y empieza a llorar si alguien le responde de vuelta. En esos momentos, frecuentemente se le escucha decir en voz baja y para sí misma algo como: “¡Eres una idiota!”.

Matt tiene 33 años y ha vivido con su madre desde que se graduó de la universidad, poco después de la muerte de su padre. Tiene un trabajo de medio tiempo en el supermercado, pero rara vez sale de casa si no es por eso, y no tiene amigos porque está completamente dedicado a cuidar de su madre viuda.

Charlotte es muy callada en el trabajo la mayoría del tiempo, y casi no muestra ninguna emoción. Cuando habla, sus comentarios no siempre corresponden a lo que otros están diciendo. Cuando no hay nadie cerca, frecuentemente parece que está soñando despierta. Cuando llega a casa del trabajo, mira televisión sin parar hasta que es hora de irse a dormir.

Comparados con la mayoría de las personas, individuos como estos tienen dificultades significativas en la vida, pero no están tan atribulados que necesiten ser hospitalizados. Como algunos de los ejemplos indican, la mayoría tienen trabajos, pero su desempeño suele ser deficiente; la mayoría tiene algunas relaciones, aunque típicamente son pobres.

Estas personas se caracterizan por desórdenes profundos y pronunciados en muchas áreas centrales de su funcionamiento: un sentido negativo de sí mismos, relaciones en conflicto, emociones negativas insoportables, defensas fuertes, pensamiento irracional, y una falta de control de sus impulsos. Como resultado, podrían exhibir comportamientos inexplicables, rigidez en la manera en que hacen las cosas, creencias infundadas acerca de otros, y cambios impredecibles en sus emociones. Estos patrones de disfunción humana empezaron a identificarse hasta principios del siglo XX, y eventualmente fueron etiquetados como desórdenes de personalidad.

¿Son válidos los diagnósticos psicológicos?

Antes de discutir los desórdenes de personalidad con mayor detalle, puede ser útil abordar los diagnósticos de desórdenes psicológicos en general, ya que algunos cristianos son escépticos de estos diagnósticos. Las razones para su escepticismo son complejas y variadas. Algunos cristianos son recelosos de las ciencias humanas porque están dominadas por el secularismo y el naturalismo. A algunos les molesta el hecho de que un diagnóstico psicológico actualmente requiere mucho entrenamiento y habilidad clínica, en lugar de requerir una evaluación más objetiva, como un examen de sangre. Aunque la tecnología genética y de análisis cerebral ha progresado al detectar precursores genéticos y marcadores neurológicos en diversas clases de psicopatologías, todavía estamos muy lejos de ser capaces de determinar un desorden psicológico específico por estos medios.

Otro factor preocupante es que las suposiciones seculares que subyacen el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), la guía principal de clasificación para los psiquiatras, invalidará y socavará la verdad bíblica en nuestro pensamiento acerca de la psicopatología, y llevará a que los cristianos excusen su pecado, en lugar de asumir su responsabilidad acerca de él. Además, algunos se preocupan de que el creciente número de estos desórdenes a lo largo de las décadas (actualmente más de 200 en el DSM-5), combinado con el creciente número de personas diagnosticadas, está creando un gran problema de sobrediagnóstico de desórdenes psicológicos, desde depresión hasta el trastorno por déficit de atención.

Finalmente, la razón más importante por la que muchos se resisten a las categorías contemporáneas de diagnóstico es que la Biblia habla de muy pocos desórdenes contemporáneos. Para aquellos que creen que la suficiencia de la Escritura implica que la Biblia aborda todo tema de importancia en la vida humana, las categorías de psicopatología extrabíblicas son innecesarias, si no es que completamente inválidas. En consecuencia, algunos cristianos conscientes y bien intencionados miran con sospecha el diagnóstico contemporáneo de desórdenes psicológicos.

Señor de las ciencias

La comunidad cristiana ciertamente necesita interpretar cuidadosamente y desde una perspectiva bíblica el sistema de diagnóstico secular. Pero debemos evitar la reacción de rechazarlo por completo. Los humanos son más complejos que cualquier otra criatura en el mundo, así que las ciencias humanas, incluyendo el diagnóstico de desórdenes psicológicos, son necesariamente complejas. Las conclusiones de las ciencias humanas, por lo tanto, son más discutibles y ambiguas que las de las ciencias naturales, requiriendo más interpretación de la que se produce con la mera observación o medición.

Dios nos dio la Biblia, en parte, para proveer los primeros principios de la vida humana —las verdades más importantes acerca de Dios, los seres humanos, y la salvación— temas que necesitamos vivir de acuerdo con Su voluntad (esto es, de acuerdo con Su “plan de diseño” para nosotros). Como resultado, la Biblia es la fuente más valiosa para la versión cristiana de cualquier ciencia humana, una afirmación que ha sido llamada la primacía de la Escritura.[2] Al mismo tiempo, Dios claramente no tenía la intención de que la Biblia fuera un texto científico todo suficiente. La Biblia incluye muchos géneros, pero Dios no comunicó ninguna parte de su Palabra utilizando discurso científico. Podemos agradecerle por eso, ¡porque, si lo hubiera hecho, la mayoría de los humanos en la historia no hubieran podido entender esas partes de la Biblia!

Sin embargo, el omnisciente Señor de la creación también es Señor de las ciencias, incluso de las más difíciles. Aquel que conoce todas las cosas conoce más acerca de la naturaleza humana y sus desórdenes de lo que decidió revelar en la Biblia. Así que podemos concluir que Él desea que la humanidad desarrolle las ciencias como parte del mandato de la creación (Gn. 1:26-28), en dependencia de su gracia común (o de creación), pero basando esta labor en las verdades de la Biblia. El por qué hizo el proyecto científico tan retador como lo hizo le concierne a Él, pero esto no es una amenaza para la suficiencia salvífica de la Escritura si buscamos tanto como podamos del entendimiento total de Dios respecto a los seres humanos.[3] De hecho, esta búsqueda magnifica su gloria aún más, mientras utilicemos la Escritura como nuestros “lentes”, como lo ilustró Calvino, interpretando todo a la luz de Su revelación escritural e incorporando a nuestras ciencias su contenido relevante.

Si los cristianos tienen un modelo de las ciencias humanas que está basado en una cosmovisión bíblica, pero abierto a todo lo que Dios conoce acerca los humanos y sabiamente crítico de lo que los modelos seculares dejan fuera, así como de sus distorsiones, deberían ser capaces de desarrollar el entendimiento de los humanos más exhaustivo posible. Esto, a su vez, debería aumentar nuestra capacidad de cuidar bien a aquellos con problemas complejos de maneras fieles tanto a la visión bíblica de la naturaleza humana como a la naturaleza de su condición. Eso, al menos, es mi meta en este ensayo con respecto a los desórdenes de personalidad.

¿Qué es un desorden de personalidad?

La personalidad es un patrón general y relativamente duradero de pensamiento, sentimiento, acción, e interacción con otros que permite a los humanos adaptarse con flexibilidad a los cambios en su entorno, participar efectivamente en actividades para lograr metas y tareas, y cultivar relaciones significativas con otros, incluyendo a Dios. De acuerdo a la segunda edición del Manual diagnóstico psicodinámico (PDM-2), un manual desarrollado por la comunidad psicodinámica secular, un desorden de personalidad (DP) se presenta cuando las personas experimentan “dificultades con la regulación de [emociones] y en consecuencia son vulnerables a extremos de [emociones] abrumadoras, incluyendo episodios de intensa depresión, ansiedad, e ira;… dificultades de relaciones recurrentes; severos problemas con la intimidad emocional; problemas laborales; y problemas con la regulación de impulsos”, el último se observa en el abuso de sustancias y otros comportamientos adictivos.[5] Se estima que alrededor del 10% de la población estadounidense tiene un DP,[6] y si las iglesias son una representación de Estados Unidos en general, eso significa que existen alrededor de 10 personas con un DP en cada iglesia de 100 personas. Piensa en eso por un momento.

Entre la realidad y la ilusión

De acuerdo con el criterio para la psicopatología desarrollado por la comunidad psicodinámica, hay cuatro niveles de funcionamiento humano: normal/saludable, neurótico, límite, y psicótico.[7] Los más sanos entre nosotros viven la mayoría del tiempo en el rango normal. Aquellos con síntomas leves de dificultades y disfunción pasan la mayoría de su tiempo en el rango neurótico, aquellos con niveles moderados de dificultades y disfunción funcionan en el rango límite, y aquellos con los síntomas más severos (como aquellos relacionados con la esquizofrenia) caen en el rango psicótico. Mencionamos este útil marco de referencia porque las personas con un desorden de personalidad frecuentemente encajan con el nivel de funcionamiento límite. El término mismo es importante, porque sugiere que estos individuos viven en el límite entre la realidad y la ilusión (o psicosis).

Aquellos con desórdenes de personalidad, entonces, frecuentemente perciben incorrectamente y malinterpretan a Dios, a ellos mismos, a otros, y a sus circunstancias, en parte porque su equipo de interpretación (sus percepciones, pensamiento, emociones, actitudes, y estilos de interacción) fueron moldeados en contextos familiares distorsionados y conflictivos. Como resultado, tempranamente desarrollaron patrones de afrontamiento y de relación con otros que rápidamente reducirían su dolor y emociones negativas, así como el conflicto relacional. Sin embargo, aunque estos patrones les pudieron servir para protegerse en el contexto en el que se desarrollaron, son rígidos y frecuentemente operan automáticamente, fuera de la conciencia de uno, dificultando la participación precisa y flexible con la realidad presente, así que tienden a causar problemas en la adultez.

Considera a Michael, cuyo padre abandonó a la familia cuando era un joven adolescente, así que tuvo que convertirse en la cabeza del hogar, aprendiendo a ser persuasivo y directivo con sus hermanos, así como una fuente de fortaleza para su madre deprimida. Como resultado, se volvió líder en la escuela, y después en su trabajo, pero nunca desarrolló compasión o empatía por otros, en parte porque no tuvo un modelo para estas competencias. Más adelante, él se convirtió en un esposo y padre duro e inflexible, que frecuentemente lastimaba a su esposa e hijos con sus palabras severas y su tono crítico, que más adelante ellos describieron como “malvado, insensible, punitivo, y egoísta”.

Conflicto dentro y fuera

Las personas con un DP, incluyendo los cristianos, están en un estado de conflicto interno relativamente constante. A veces el conflicto es obvio, como en casos de PD límite; a veces, está enmascarado, como en algunas versiones de PD narcisista. Típicamente, las vidas de estos hermanos y hermanas son duras, sus relaciones son difíciles, y el pronóstico para su mejora no es muy alto.

En el campo de la consejería es un truismo que es difícil trabajar con personas con un DP. Tristemente es común, aunque de cierta manera comprensible, escuchar a los terapeutas hablar despectivamente de aquellos con un desorden de personalidad. Ya que es difícil para el consejero lidiar con estas personas y el cambio es tan lento, muchos consejeros dudan de que las personas con un desorden de personalidad puedan cambiar algún día. Además, el estilo relacional severamente comprometido de algunos DPs —como los PDs por evitación, paranoide, y antisocial— explican por qué estas personas raramente se encuentran en la oficina de un terapeuta para pedir ayuda. Trágicamente, algunas características de los DPs los hacen particularmente resistentes a la sanidad: un alto nivel de defensividad, falta de autoconocimiento, temor a otros, autoaversión. En la mayoría de los estándares, humanamente hablando, aquellos con DP son candidatos pobres para la consejería.

Antes de continuar, debemos señalar que alguien podría tener tendencias hacia un DP que son relativamente menos problemáticas. Estas tendencias se conocen como estilo, y aunque problemáticas, no se consideran una forma de psicopatología completa.[8]

Tipos de desórdenes de personalidad

En el DSM-5, el mayor sistema de diagnóstico en Norteamérica, los DPs se organizan en tres grupos. El Grupo A incluye los DPs paranoide, esquizoide, y esquizotípico. Aquellos con DP paranoide encuentran difícil el confiar en otros, y tienden a sentir que otros están conspirando contra ellos. Ellos interpretan declaraciones inocentes como hostiles y pueden entretener teorías conspiracionistas. Las personas con DP esquizoide simplemente quieren que los dejen solos, y algunos los perciben como distantes, raros, y sin emociones. El DP esquizotípico comparte algunas similaridades con la esquizofrenia —discurso y pensamiento desordenado, comportamiento desconcertante, y emociones inapropiadas (incluyendo la falta de emociones)— pero sin alucinaciones ni delirios. Muchos de aquellos con DPs del Grupo A vienen de familias que tienen más probabilidades que el promedio de tener estos DPs así como esquizofrenia. Existen influencias biológicas fuertes, y en ocasiones la medicación puede ser útil.

El Grupo B está formado por los DPs antisocial, límite (o borderline), histriónico, y narcisista. Las personas diagnosticadas con DP antisocial parecen carecer de conciencia. Pueden ser despiadadas, imprudentes, y manipulativas, y en algunos casos propensas a la conducta agresiva. Aproximadamente tres cuartas partes de las personas encarceladas en Estados Unidos tienen este desorden y el pronóstico es pobre.[9] Aquellos con DP límite tienen relaciones intensas y difíciles caracterizadas por ciclos de peleas feroces seguidas por recuperaciones desesperadas y dolorosas. Son impulsivos y se miran a ellos mismos negativamente; esta autoevaluación a veces se manifiesta en automutilación e intentos de suicidio (y el diez por ciento tiene éxito).[10] Las personas que tienen un DP histriónico son altamente emocionales y piden y buscan afirmación sobre su atractivo o valor, a veces actuando seductivamente para demostrar su encanto o valía. El DP narcisista se manifiesta como autoimportancia excesiva, falta de empatía, y la búsqueda de admiración, lo que frecuentemente resulta en decepción, exacerbada por un sentido de fraudulencia o falta de valor. Se ha encontrado que muchos en este grupo tienen historias de trauma de desarrollo significativo (por ejemplo, abuso físico o sexual, abandono, pobreza, negligencia) que ayudan a explicar sus dificultades relacionales y de regulación de emociones.

Los DPs del Grupo C son evitación, dependencia, y obsesivo-compulsivo. Las personas diagnosticadas con DP por evitación se sienten muy inferiores a otros, y por lo tanto se encuentran severamente incómodos en contextos sociales y son extremadamente sensibles a la crítica. Aquellos con DP por dependencia se sienten terriblemente indignos, así que se aferran a otros, a quienes necesitan para tomar decisiones y asumir responsabilidades (y por lo tanto pueden culparlos cuando las cosas salen mal). Son seguidores que están inclinados a servir. Aquellos con DP obsesivo-compulsivo son perfeccionistas y rígidos en su comportamiento; pueden ser acumuladores o tacaños, y otros los perciben como controladores. Aquellos en este grupo frecuentemente crecieron en familias donde existía mucho caos, ansiedad, depresión intergeneracional a largo plazo, y cuidadores impredecibles o explosivos, a veces llamados “ambientes de contención o retención comprometidos”, lo que puede ayudar a explicar su postura contraproducente hacia otros.

Muchas personas tienen algunos de los síntomas anteriores (lo que ayuda a explicar por qué los que estudian DPs frecuentemente concluyen que deben tener uno). Lo que distingue un DP verdadero es que estos patrones son duraderos, profundamente arraigados, y frecuentemente rígidos e inflexibles, y forman parte de la estructura de la personalidad. Podríamos considerar un DP como una personalidad deforme que, como se observó anteriormente, se desarrolló originalmente como un grupo de respuestas defensivas a contextos familiares difíciles; patrones que no son útiles en la adultez porque distorsionan las percepciones de la realidad presente, incluyendo a Dios, a uno mismo, y a los demás. También debemos notar que las personas frecuentemente tienen características de más de un DP.  Los cristianos identificarán algunas de las maneras de vivir y relacionarse mencionadas anteriormente como pecaminosas, y eso nos lleva a una interpretación más explícitamente cristiana.

Un análisis cristiano holístico

Ya que la Biblia nos ofrece los primeros principios de la vida humana, necesitamos acercarnos todo lo posible al entendimiento de Dios sobre los problemas como los DPs, así como su solución, y distinguir el abordaje cristiano, en algunos aspectos claves, de aquel que ofrecen la psicología y la psiquiatría moderna, que están basadas en una cosmovisión naturalista. La Biblia nos ofrece tres perspectivas sobre asuntos relacionados a la psicopatología: pecado, sufrimiento, y debilidad.[11]

Pecado, sufrimiento y debilidad

La Escritura obviamente se refiere en más ocasiones al pecado. Aunque fueron creados para Dios, los humanos ahora se caracterizan por oponerse a Dios desde el centro de su ser, lo que contamina todo lo que hacen. Los teólogos han llamado a esta orientación pecado original, con el que todos los humanos nacen (Sal. 51:5; Ro. 3:11-18;7:11-25). Como resultado de esta tendencia, los humanos cometen diversos tipos de pecados personales: acciones de pensamiento, palabra, u otros comportamientos que violan el plan diseñado por Dios para la vida humana, y significa que sus deseos y amores están desordenados. Tanto el pecado original como los pecados personales constituyen lo que podríamos llamar la psicopatología eticoespiritual (desorden ético y espiritual). Ya que el pecado nos separa de Dios y de otros, debemos considerarlo la peor clase de psicopatología. La obra de Cristo es el remedio para el pecado y los pecados, resueltos en el perdón divino, que se obtiene a través de la fe y el arrepentimiento (Ro. 3:21-26).

El sufrimiento viene de muchas fuentes, incluyendo el dolor físico; la carencia; el maltrato, rechazo, o negligencia; y el fracaso personal. El sufrimiento también puede ser agudo (corto plazo) o crónico (largo plazo), y las emociones negativas (desagradables) frecuentemente están involucradas (por ejemplo tristeza, ansiedad, enojo, vergüenza, culpa). El sufrimiento provee otra perspectiva sobre la psicopatología, porque puede contribuir al desarrollo de la psicopatología. Por tanto, la enseñanza de la Escritura respecto al sufrimiento puede ayudarnos a entender mejor la psicopatología y su transformación espiritual.

De acuerdo al libro de Job, Dios permite el sufrimiento, en parte, para demostrar nuestra devoción a Él. Complementando la enseñanza de Proverbios, Job nos enseña que el sufrimiento no está necesariamente ligado a los pecados personales. De hecho, es posible que los niños sufran por un tiempo antes de cometer pecados personales (De. 1:39), como hemos sugerido, mientras sus capacidades psicológicas se están desarrollando. Al mismo tiempo, el sufrimiento puede ser un catalizador para la virtud (Ro. 5:3-5; Heb. 5:8-9; Stg. 1:2-4). Los salmos contienen muchas expresiones de sufrimiento hacia Dios (mira, por ejemplo, el salmo 12, 22, y 88), así también los profetas, (por ejemplo, Jer. 8:18-22;12-1-4), lo que los teólogos llaman lamento. Estos pasajes animan a los creyentes contemporáneos a llevar su sufrimiento a Dios y a “Derrama[r] como agua tu corazón ante la presencia del Señor” (Lam. 2:19). Isaías también nos recuerda que Dios es profundamente conmovido por el sufrimiento de Su pueblo: “En todas sus angustias Él estuvo afligido” (Is. 63:9).

En el Nuevo Testamento, la debilidad se refiere a una variedad de condiciones humanas deficientes, incluyendo la pobreza (He. 20:35) y limitaciones biológicas como la enfermedad y la somnolencia (Jn. 5:7; Mt. 26:41); funcionamiento psicosocial comprometido, como una presencia personal poco impresionante (2 Cor. 10:10) y a la falta de habilidades de oratoria (2 Cor. 11:6, 21); así como a déficits espirituales como la escrupulosidad religiosa (Ro. 14:1-4). De manera conceptual, estamos justificados a extender este rico concepto bíblico a cualquier clase de daño biológico o psicológico, desde anormalidades genéticas hasta muchas clases de deformidades psicológicas, como el autismo, el TEPT debido al combate, y la falta de regulación de emociones que resulta del abuso infantil crónico.

De la Biblia aprendemos que Dios está interesado de manera especial en aquellos con debilidades (Deu. 24:19; Sal. 82:2-4), y el apóstol Pablo redefinió la debilidad de manera extraordinaria, como un lugar en el que la gloria de Dios puede brillar con más fuerza (1 Cor. 1:27-31; 2 Cor. 11:16-12:10), ya que muestra que “la extraordinaria grandeza del poder [es] de Dios y no de nosotros” (2 Cor. 4:7). Él modeló el gloriarse en la debilidad, sabiendo que “el poder de Cristo mor[a] en mí” (2 Cor. 12:9), y enseñó que su presencia debe afectar nuestro trato hacia otros: “animen a los desalentados, sostengan a los débiles” (1 Tes. 5:14). Podemos inferir, entonces, que el cristianismo promueve el cuidado a aquellos con daño biopsicosocial; el aceptar, e incluso gloriarse en el daño de uno; e interpretarlo como un lugar en el que Dios puede manifestar su gloria de manera especial.

Sanidad en tres dimensiones

Este abordaje tridimensional hacia la psicopatología provee un marco más completo para entender los DPs que aquel provisto por el reduccionismo de la psicología secular o el exclusivo enfoque moralista en el pecado. Por ejemplo, estudios han descubierto que la vulnerabilidad genética hace que sea más probable desarrollar ciertas desventajas psicológicas que se encuentran en los DPs, desencadenadas por la exposición a sufrimiento severo de diversas clases (por ejemplo, el trauma del abuso y la negligencia), de manera particular cuando se enfrentan en la niñez.[12] Como resultado, es prudente asumir que aquellos con un DP han sufrido bastante, desde edades tempranas, lo que resulta en sus discapacidades biopsicosociales. Este conocimiento debería disponer a los cristianos a mirar con compasión y cuidado a aquellos con un DP. Parte de su sanidad cristiana probablemente involucrará el lamentarse a Dios y aceptar su sufrimiento, pasado y presente, así como su daño psicosocial, y aprender gradualmente a reinterpretar todo ello como una historia de gloria, entretejida en el drama de Cristo y su vida, muerte, y resurrección, conforme van siendo levantados de la muerte de su disfunción por su unión con Cristo (Ro. 8:1; Ef. 1:3-11; Col. 3:1-4).

Sin embargo, como ya hemos notados, los tipos de daño específicos que se observan en un DP pueden incluir una autoconcepción y autoregulación pobres, una estructura defensiva elaborada, un estilo relacional rígido, y un “yo” pobremente integrado.[1] Estas deficiencias sin lugar a dudas contribuyen en la perpetración de pecados personales y la formación de vicios que han sido entretejidos en su carácter. Como resultado, los DPs son mejor entendidos como una condición híbrida, compuesta de debilidades psicosociales y pecaminosidad eticoespiritual, que ha sido llamada falla*.[14] De acuerdo a Paul Ricoeur, el término “falla” denota responsabilidad personal (“Es su falla”), que se ve comprometida por influencias deterministas (“Una falla es una fractura en la corteza terrestre”).[15]

La Biblia habla de estas condiciones híbridas. La pobreza, por ejemplo, en ocasiones se considera una consecuencia del comportamiento irresponsable (Pr. 10:4), y sin embargo se debe cuidar de los pobres y proteger sus derechos (Pr. 19:17). Quizá todavía más relevante es que el pecado mismo es llamado debilidad (He. 5:1-3). Tanto la responsabilidad personal como el trasfondo psicosocial empobrecido debido a un sufrimiento temprano deben ser considerados en el análisis, cuidado pastoral, y tratamiento de aquellos con un DP. Cuando niños genéticamente vulnerables sufren de manera severa por una crianza deficiente, sus capacidades éticas y espirituales en la adultez se verán comprometidas. En lugar de excusar su pecado, estas influencias nos ayudan a entender por qué algunas personas mantienen patrones rígidos de comportamiento contraproducente, que es pecaminoso a un grado que solo Dios conoce.

Salvador de los quebrantados

Parte de aconsejar a aquellos con un DP involucra sentarse pacientemente con ellos, conectar empáticamente con su sufrimiento, y abordar sus experiencias formativas y sus respuestas personales a ellas a la luz de la redención de Cristo, mientras que les ayudamos a ver que las estrategias de afrontamiento y las defensas que desarrollaron en su niñez están ahora estorbando su habilidad para recibir el amor de Dios y de otros para obtener la sanidad que necesitan.

Los pecados y vicios (tendencias a acciones pecaminosas) de aquellos con un DP pueden ser bastante obvios para los demás (especialmente en los DPs del Grupo B: antisocial, narcisista, histriónico, y límite). Quizá es natural, entonces, que los cristianos más saludables tiendan a tratar a las personas con un DP como se tratan a sí mismos —haciéndolos responsables, animándoles a tomar las decisiones correctas, y confrontándolos para arrepentirse cuando pecan— solo para frustrarse cuando vuelven a sus patrones pecaminosos. En algunos de estos casos, la disciplina de la iglesia parecería ser el único recurso.

Por supuesto, hay momentos en que el comportamiento inadecuado de aquellos con un DP debe ser abordado públicamente. La actividad criminal, la agresión sexual, y el maltrato a menores requieren una respuesta firme de la sociedad y de la iglesia. Al mismo tiempo, no debemos perder de vista la imagen de Dios en todas las personas y nuestra relación de familia con otros cristianos, sin importar lo terrible de su comportamiento. Un esquema cristiano holístico hace posible un abordaje de múltiples niveles para el cuidado de las almas con un DP. Esto implica rechazar la tendencia común a mirarlos como inferiores. Todos tenemos pecado original, así que todos quedamos cortos de los estándares perfectos de Dios en el corazón (Ro. 3:10-23).

Aún más, Cristo nos enseñó: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3). Él también vino como médico para los enfermos (Lc. 5:31-32), y se asoció con los más pecaminosos y quebrantados de su cultura, sin duda, algunos de ellos con un DP. Todavía más importante, no debemos olvidar que fueron los fariseos los que buscaron la crucifixión de Cristo, no los pecadores más obvios. El lugar central de los fariseos en las narrativas de los Evangelios nos enseña que los más sanos entre nosotros son en realidad los que son más prontos para ver y reconocer sus propios pecados y limitaciones, y aquellos que son los más compasivos para con los menos sanos.

Cuidado para aquellos con desórdenes de personalidad

Ya hemos notado que el pronóstico para aquellos con un DP es relativamente pobre, particularmente cuando se compara con la depresión y la ansiedad, por ejemplo.[16] Las defensas fuertes, un sentido moral áspero (ya sea consciente o inconsciente), el temor relacional, y un alto nivel de vergüenza tienden a hacer inusualmente difícil que aquellos con un DP identifiquen, admitan, y traten con su pecado, sufrimiento, y debilidades.[17]

Paz con Dios y con otros

El evangelio de Jesucristo provee recursos terapéuticos únicos que, en principio, pueden ayudar inmensurablemente a este proceso. Para empezar, en Cristo todo nuestro pecado —original, personal, y vicioso, incluyendo su vergüenza y culpa— fue resuelto y absuelto por Dios en la cruz. Cristo fue también “crucificado por debilidad” (2 Cor. 13:4), y su vida y muerte nos muestran que Dios voluntariamente entró en solidaridad con nosotros en nuestro sufrimiento y vulnerabilidades humanas. Todos los creyentes —incluyendo a aquellos con un DP— pueden entonces apropiarse de manera más profunda y sanadora de su perdón y perfección en Cristo (Ro. 5:1; 8:1; 2 Cor. 5:21), sabiendo que sufren junto a Cristo (Ro. 8:17) y que son personalmente aceptados y amados por Dios en Él (Ro. 8:1,31-39; Ef. 1:5-6;3:17-21).

Las personas con un DP también pueden aprender cómo comunicarse mejor con Dios en oración, cómo leer la Biblia y meditar, y también cómo tener comunión con otros, quizá de manera particular con aquellos entrenados de manera especial para trabajar con DPs. Idealmente, la iglesia proveerá un lugar seguro para que aquellos con un DP crezcan en comunión y experimenten de manera concreta la compasión de Cristo. Sin embargo, el compromiso de ser una iglesia así requiere mucha paciencia y determinación de los pastores y miembros de grupos pequeños para tolerar la volatilidad emocional, defensas persistentes, y estilos relacionales pobres de aquellos con un DP. Parte del plan tratamiento de Dios para aquellos con un DP requiere de que su pueblo modele su amor, incluso con aquellos que ahora mismo son incapaces de corresponder.

Al experimentar estos contextos relacionales humanos y divinos de aceptación, los que sufren de un DP pueden aprender a tolerar y aceptar mejor su mundo interno conflictivo, a procesar y regular sus emociones negativas de manera más productiva, a construir un nuevo autoconcepto basado en su unión con Cristo (Col. 3:9-10; Ef. 4:22-24), y a cultivar mejores habilidades relacionales. La confesión y el arrepentimiento son conceptos básicos de consejería cristiana que facilitan estas tareas, ya que involucran la autoconciencia; el reconocimiento de pensamientos, actitudes, y acciones pecaminosas; y el rechazo de los mismos, sin negación o desvinculación (la palabra del Nuevo Testamento para arrepentimiento, metanoia, literalmente cambio de mente). Además, los cristianos con un DP pueden crecer en aceptación y rendición de su sufrimiento y debilidad pasados y presentes, teniendo siempre en mente la continua presencia amorosa de Cristo, a la que pueden regresar, una y otra vez, sin miedo al rechazo.

Consejería centrada en Cristo

Las personas con DPs se beneficiarán de manera especial con la consejería diseñada para abordar sus retos únicos. Generalmente, el progreso solo puede ocurrir después de que se haya formado un fuerte lazo terapéutico entre el consejero y el aconsejado, dependiendo de la compasión y habilidad del terapeuta, e incluso entonces, solo cuando se es guiado por las capacidades y la disposición del aconsejado. Un pastor o consejero que elige formar esta clase de lazo con alguien con un DP debe estar preparado para las acciones disruptivas por parte del aconsejado que puedan surgir y amenazar la relación. Proveer un “ambiente de contención” para la persona con un DP a través de la gentileza, bondad, y paciencia (2 Tim. 2:24-25), donde tanto la convicción y el consuelo del evangelio puedan ser hábilmente aplicados, puede ayudar a cultivar la confianza necesaria para mantener la terapia a través de las temporadas difíciles.

Debido a los retos que las personas con un DP enfrentan, tenemos que ser realistas acerca de los obstáculos entre ellos y la sanidad significativa en sus vidas, pero aún así podemos tener esperanza, debido a la plasticidad del cerebro y al deseo y poder de Cristo para sanar. Aunque el progreso puede ser lento, ahora sabemos que, contrario a su reputación, las personas con un DP pueden obtener cierta medida de sanidad cuando se utilizan los mejores modelos seculares.[18] También hemos visto a personas con DPs ser sanadas a través de terapia relacional basada en el evangelio y centrada en Cristo. Investigaciones publicadas sobre tratamientos distintivamente cristianos para los desórdenes personalidad, aunque insuficientes actualmente, revolucionarían el campo, ayudarían a legitimarían la terapia cristiana para las aseguradoras, y contribuirían a la apologética cristiana dirigida a una cultura “cientizada” y “terapizada”. Estas investigaciones validarían públicamente lo que los creyentes ya saben: Jesucristo es el gran médico de las almas, incluso de aquellas con DPs.

Hospital para los pobres en espíritu

La iglesia de Jesucristo es la institución de cuidado de almas más importante en el mundo. Junto con sus otros grandes llamados a la adoración, predicación y enseñanza de la Palabra de Dios, administración del bautismo y la Cena del Señor, y el evangelismo y las misiones, la iglesia también es un hospital para los pobres en espíritu. La iglesia está en la vanguardia del sistema de salud mental cristiano, ministrando a las necesidades básicas de las personas y refiriendo cuando sea necesario. Es tiempo de que sea tan holística y sofisticada como pueda serlo en su entendimiento de los desórdenes del alma. En la última década, hemos visto un número de líderes de iglesia caer en pecado sexual o demostrar liderazgo pobre, por lo que han perdido sus posiciones. Con un entendimiento cristiano de los DPs, podemos hacer mejor sentido de algunas de estas situaciones y quizá aprender cómo manejarlas mejor en el futuro. (Entender mejor la cultura política actual extremadamente polarizada también podría ayudarnos).

¿Qué se necesita para ser un pastor que pueda hacer crecer a una iglesia? La fortaleza de las  personas con algunos DPs podría convertirlos en líderes fuertes y carismáticos (por ejemplo, aquellos con DP narcisista), y durante algún tiempo, algunos podrían seguirlos y admirarlos. Pero las desventajas significativas de algunos de estos DPs eventualmente se hacen evidentes. En algunas ocasiones, la destitución es la única opción, por ejemplo en casos de abuso sexual (aunque incluso entonces la iglesia puede continuar ministrando sabia y compasivamente a todas las partes involucradas). Pero sería incluso mejor si pudiéramos descubrir cómo identificar estos problemas personales antes de que alcancen un estado crítico, y si pudiéramos ayudar a nuestros hermanos y hermanas a abordar sus problemas a través de la consejería apropiada, quizá liberándolos de sus responsabilidades por algún tiempo, tanto para que puedan obtener la ayuda que necesitan y para mostrar a toda la iglesia que realmente estamos comprometidos con todo el Cuerpo de Cristo, sin importar lo atribulados que estén.

Cada situación es diferente, y algunas se vuelven tan tóxicas relacionalmente que es necesario que cada uno se vaya por su lado. (¡Recordemos que incluso Pablo y Bernabé se separaron!). Pero entender y aceptar la categoría de DP puede hacer más fácil para las iglesias y sus líderes hablar de y trabajar en estas dinámicas sin apedrear a nadie. Las iglesias con ministerios de consejería robustos que combinan la sabiduría bíblica con el entendimiento clínico probablemente serán las mejores equipadas para ayudar a aquellos miembros y asistentes que tienen historias de trauma y la configuración única de pecado, sufrimiento, y debilidad a la que llamamos un DP. Desafortunadamente, en la mayoría de las ciudades grandes es todavía difícil encontrar cristianos entrenados para tratar DPs desde una perspectiva Cristocéntrica que haga uso de la mejor ciencia disponible.

Un reto especial es ministrar a matrimonios en los que una o ambas personas tienen un DP. Ayudar a un cónyuge a aceptar la debilidad de su pareja, así como la propia, puede promover la paciencia, el dominio propio, y la compasión. Tener los estándares más altos para el matrimonio cristiano requiere que reconozcamos las dificultades que están involucradas en los matrimonios que incluyen un DP severo en uno o ambos miembros. En ocasiones, la iglesia tiene que ayudar a las personas a tomar decisiones difíciles respecto a la seguridad de un cónyuge o los niños, demostrando también caridad hacia aquellos que toman decisiones difíciles con las que podríamos no estar de acuerdo.

El lugar más seguro de la tierra

Las personas con DPs no deberían ser llamadas por su etiqueta de diagnóstico: “Ella es borderline” o “Cuidado con los narcisistas”. Esas etiquetas son deshumanizantes, excluyentes, y farisaicas. Quizá nuestro lema podría ser: “Las personas con un desorden de personalidad son todavía personas” o, mejor aún, “Los santos con un desorden de personalidad son todavía santos”. Aún más, en nuestra cultura, los diagnósticos de psicopatología se reservan para las personas con entrenamiento para hacerlos. Sugerir que un hermano o hermana tiene un DP sin el entrenamiento requerido es por lo menos grosero, sino es que difamatorio. Incluso si tenemos razón, no los estamos honrando como a Cristo: “En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos Míos, aun a los más pequeños, a Mí lo hicieron” (Mt. 25:40). Entre más sano y maduro se vuelva el pueblo de Dios, más desarrollará la capacidad de ser un contenedor para la psicopatología y la disfunción de otros. ¿Qué tan asombroso sería si le iglesia tuviera la reputación de ser el lugar más santo, feliz, y seguro de la tierra? Existe una razón por la que Jesús atrajo a los pecadores quebrantados y repelió a los fariseos “más sanos”.

¿Podrías tener tú un desorden de personalidad? Aunque nunca fui diagnosticado, yo (Eric) estoy bastante seguro de que tuve DP narcisista en mi adultez temprana, al menos hasta cierto punto, y esa es todavía la orientación por defecto que caracteriza a mi antiguo yo. La susceptibilidad emocional, los conflictos relacionales, el trauma en la familia de origen, los problemas maritales, una historia laboral pobre, o adicciones pueden ser indicadores de un DP. Si te has reconocido a ti mismo en alguna parte de lo anteriormente discutido, considera tener una conversación con tu pastor o con un consejero capacitado. Solo recuerda que nada puede separarte del amor de Dios… ni siquiera un desorden de personalidad.


*Nota de traducción: Fault, en el original. Fault puede traducirse como culpa o falla.

[1] Yo (Eric) estoy en deuda con Warren Watson por proveer retroalimentación esclarecedora y moldear significativamente el contenido de algunas partes de este ensayo.

[2] Mira Eric Johnson, “Properties of Scripture and Its Relation to Other Texts”, cap. 5 en Foundations for Soul Care: A Christian Psychology Proposal (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2007).

[3] Johnson, Foundations for Soul Care, cap. 4.

[4] John Calvin, Institutes of the Christian Religion, ed. John T. McNeill, trans. Ford Lewis Battles (Philadelphia: Westminster Press, 1960), 1.6.1.

[5] Nancy McWilliams y Jonathan Shedler, “Personality Syndromes: P Axis”, en Psychodynamic Diagnostic Manual, ed. Vittorio Lingiardi y Nancy McWilliams, 2nd ed. (New York: Guilford Press, 2017), 21.

[6] Mark F. Lenzenweger, “Epidemiology of Personality Disorders”, Psychiatric Clinics of North America 31, no. 3 (Septiembre 2008): 395–403, https://doi.org/10.1016/j.psc.2008.03.003.

[7] McWilliams y Shedler, “Personality Syndromes”, 20–24.

[8] McWilliams y Shedler, “Personality Syndromes”, 17.

[9] James Morrison, DSM-5 Made Easy: The Clinician’s Guide to Diagnosis (New York: Guilford, 2014), 542.

[10] Allen Frances, Essentials of Psychiatric Diagnosis, rev. ed. (New York: Guilford, 2013), 131.

[11] Para una discusión extendida de estos asuntos, mira Eric Johnson, God and Soul Care: The Therapeutic Resources of the Christian Faith (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2017), capítulos 8–11.

[12] John F. Clarkin y Mark F. Lenzenweger, eds., Major Theories of Personality Disorder, 2nd ed. (New York: Guilford, 2004); W. John Livesley, ed., Handbook of Personality Disorders: Theory, Research, and Treatment (New York: Guilford, 2001); Joel Paris, “Psychosocial Adversity”, en Handbook of Personality Disorders: Theory, Research, and Treatment, ed. W. John Livesley (New York: Guilford, 2001), 231–41.

[13] McWilliams y Shedler, “Personality Syndromes”, 21–23.

[14] Johnson, God and Soul Care, 283–87.

[15] Paul Ricoeur, Fallible Man, rev. ed. (New York: Fordham University Press, 1986).

[16] Livesley, Handbook of Personality Disorders (New York: Guilford, 2001).

[17] McWilliams y Shedler, “Personality Syndromes”, 15–74; June Price Tangney y Ronda L. Dearing, Shame and Guilt (New York: Guilford, 2003).

[18] Mira, e.g., Jon G. Allen y Peter Fonagy, Handbook of Mentalization-Based Treatment (Hoboken, NJ: John Wiley & Sons, 2006); Marsha M. Linehan, DBT Skills Training Manual, 2nd ed. (New York: Guilford, 2015).


Imagen: Unsplash
Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Ana Ávila.
Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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