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Nota del editor: 

Haz clic aquí para leer el artículo anterior del Dr. Flatt sobre los orígenes del marxismo para tener un contexto más completo del argumento que se expone a continuación.

Aunque Karl Marx vivió en el siglo XIX, no fue sino hasta el siglo XX cuando el marxismo alcanzó su impacto más amplio.

Este impacto adoptó dos formas principales. La primera fue el establecimiento de regímenes comunistas en Rusia, China y otras partes del mundo. La segunda fue la influencia de las ideas marxistas en los intelectuales occidentales. Los cristianos necesitan estar familiarizados con ambos fenómenos, por lo que examinaremos cada uno de ellos por separado.

Regímenes comunistas

Como señalé en mi artículo anterior, una revolución en Rusia en 1917 estableció el primer estado comunista del mundo sobre la base de las ideas de Marx: la Unión Soviética.

La astuta explotación de la abundante ayuda estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial por parte del sucesor de Lenin, Josef Stalin, permitió a los soviéticos no solo contribuir poderosamente a la derrota de Hitler, sino poner bajo su control toda la mitad oriental de Europa.

A partir de 1945, Europa y gran parte del mundo se dividieron en dos bloques opuestos de naciones, uno liderado por Estados Unidos y dedicado al libre mercado y a la democracia liberal, y otro liderado por la Unión Soviética y dedicado al comunismo.

Unos años más tarde, en 1949, un partido comunista dirigido por Mao Zedong ganó la guerra civil en China y llevó al país más poblado del mundo al redil comunista. Luego vinieron Cuba, Vietnam, Camboya, Etiopía, Angola y Afganistán: durante varias décadas, el comunismo pareció extenderse por todas partes.

Los resultados para millones de personas sometidas al régimen comunista fueron desastrosos.

Como había prometido Marx, la instauración del comunismo fue sangrienta: cruentas guerras civiles, asesinatos de «contrarrevolucionarios» y «enemigos de clase» que iban desde la familia del zar ruso hasta campesinos apenas demasiado ricos, y brutales campos de prisioneros para cualquiera que se atreviera a disentir.

Sin embargo, contrario a la predicción confiada de Marx, la violencia y la crueldad no fueron temporales, sino que continuaron mientras los comunistas permanecieron en el poder. Todos los estados comunistas emplearon la policía secreta, la eliminación de las opiniones rivales y la persecución de los disidentes para mantener su dominio.

Al mismo tiempo, el comunismo resultó ser un sistema económico completamente inviable. Aunque los regímenes comunistas pudieron financiar el desarrollo industrial y el gasto militar exprimiendo hasta la última gota de riqueza del resto de la economía y manteniendo bajos los niveles de vida ordinarios, los costos fueron horribles.

Los campesinos de Rusia y China habían apoyado a los comunistas por las promesas de «tierra, paz y pan»; pero lo que obtuvieron en cambio fue la confiscación de todas las tierras en granjas colectivas mal gestionadas. El resultado fueron hambrunas evitables pero increíblemente graves, agravadas por la brutalidad del gobierno. Los peores ejemplos se dieron en Ucrania y en el sur de Rusia bajo Stalin en 1932-1933 (alrededor de siete millones de muertos) y en China bajo Mao en 1959-1961 (entre treinta y cuarenta millones de muertos). Estas son algunas de las peores atrocidades en la historia de la humanidad.

Incluso en los mejores tiempos, la ineficacia, los retrasos y la escasez de bienes básicos asolaban las economías comunistas, que eran incapaces de seguir el ritmo del crecimiento económico y el aumento del nivel de vida en el mundo libre (otro fallo de las predicciones de Marx).

Eventualmente, el sistema colapsó por completo en la Unión Soviética y Europa del Este entre 1989 y 1991. Entretanto, las autoridades chinas abandonaron discretamente la economía comunista tras la muerte de Mao en 1976, al tiempo que mantenían su control del poder. Sus políticas actuales se parecen poco a las teorías de Marx.

Con pocas excepciones, a finales de siglo el mundo antes comunista había abandonado el marxismo.

Marxismo occidental

A la luz de todo esto, quizá resulte sorprendente el alcance de la influencia marxista entre los intelectuales occidentales hasta nuestros días. Para entenderlo hay que remontarse a la obra del pensador radical italiano Antonio Gramsci (1891-1937). Gramsci desarrolló el marxismo en nuevas formas que resultarían muy influyentes en Occidente.

¿Por qué tantos trabajadores italianos no estaban dispuestos a unirse al movimiento revolucionario, sino que incluso estaban dispuestos a defender el capitalismo, se preguntaba Gramsci? Su respuesta fue que la burguesía no controla a la población solo mediante el poder económico y la fuerza política, sino también mediante la «hegemonía cultural».

En otras palabras, la clase dominante tiene éxito a la hora de convertir sus propios valores en la cosmovisión de las masas, de manera que las suposiciones básicas y las costumbres comunes refuerzan sutilmente la estructura dominante. Los trabajadores aceptan ideas como la propiedad privada, el ahorro y el trabajo duro, por ejemplo, y en efecto se oprimen a sí mismos.

Por lo tanto, la primera tarea de los comunistas en los países capitalistas avanzados, argumentaba Gramsci, no es intentar derrocar al gobierno, sino librar una guerra por la conciencia de los trabajadores.

Los intelectuales radicales tienen que infiltrarse en instituciones como escuelas, universidades, medios de comunicación e incluso iglesias, socavando gradualmente la cultura burguesa dominante. Con suficientes personas conscientes de su opresión, la revolución sería posible.

Un grupo de intelectuales marxistas conocidos como la Escuela de Frankfurt, que surgió en Alemania en la década de 1920, expuso ideas similares. Hombres como Erich Fromm, Theodor Adorno y Herbert Marcuse analizaron lo que consideraban rasgos culturales del capitalismo, desarrollando un cuerpo de ideas aún influyente hoy bajo el disfraz de «Teoría Crítica».

Su afirmación básica era que la cultura y los valores occidentales en su conjunto son fundamentalmente opresivos, una afirmación que aplicaban no solo al ámbito económico, sino también a aspectos como las culturas institucionales, las normas morales, la sexualidad y las estructuras familiares.

Las ideas de Gramsci y de la Escuela de Frankfurt proliferaron en los campus universitarios de todo el mundo occidental en la década de 1960, una época de protestas juveniles y radicalismo estudiantil. En esta década y en las siguientes, el marxismo mutó y generó nuevas ideologías derivadas.

Estas ideologías derivadas compartían creencias marxistas clave, como que los sistemas políticos y económicos de la sociedad moderna son intrínsecamente opresivos, que la sociedad puede dividirse entre una clase oprimida y una clase opresora, que muchas características aparentemente positivas o neutrales de la sociedad sirven en realidad al sistema de opresión y que es necesario un derrocamiento revolucionario exhaustivo de las estructuras existentes.

Pero, basándose en Gramsci, los pensadores de Frankfurt y otras fuentes como el freudismo y el posmodernismo, añadieron la creencia de que la opresión se mantiene principalmente a través de la cultura y del lenguaje; que las ideas tradicionales sobre la sexualidad, el género y la familia desempeñan un papel central en esa opresión; y que la mejor esperanza de victoria residía en la difusión de una conciencia revolucionaria a través de medios intelectuales.

Muchos de los radicales de los campus se convirtieron en maestros, profesores, abogados y periodistas, llevando a cabo lo que el activista alemán Rudi Dutschke denominó la «larga marcha a través de las instituciones».

Es importante tener en cuenta que la lógica básica del marxismo, tal y como fue moldeada por los pensadores del siglo XX, podía adoptar y adoptó formas bastante diferentes del marxismo tradicional.

Un marco marxista podría traducirse en términos de género, como en el feminismo radical, donde los hombres son la clase opresora y las mujeres la oprimida, y donde el «patriarcado» ocupa el lugar del capitalismo como principal sistema de opresión. Podría traducirse en términos raciales, con una clase (los blancos) oprimiendo a otra clase (la gente de color) a través de una sutil «cultura de supremacía blanca» que envenena todas las instituciones sociales. Y así sucesivamente.

En estas formas, elementos de la lógica subyacente del marxismo se incorporan al ethos principal del mundo académico. Debido al papel que desempeñan las universidades en la formación de la perspectiva de profesores, periodistas, abogados y otros profesionales, estas ideas se han extendido mucho en la sociedad en general, incluso entre personas que nunca se describirían a sí mismas como marxistas y cuyas prioridades están bastante alejadas de las preocupaciones de Marx.

Evaluación

Nadie, y mucho menos un cristiano, debería respaldar el comunismo después del historial del siglo XX. Tampoco podemos creer razonablemente, como a veces se dice, que «en teoría funciona». Los horribles resultados del comunismo aplicado surgieron consistentemente en todos los lugares donde se probó, y esto se debe a que se derivan lógica y demostrablemente de los axiomas defectuosos del marxismo.

Las ideologías revolucionarias contemporáneas difieren del marxismo clásico, y algunos de sus pensadores han llegado a ideas realmente valiosas. Pero en sus formas principales, estas ideologías comparten el pensamiento simplista de opresor-oprimido del marxismo, su tendencia a encontrar opresión bajo cada arbusto, su inclinación a avivar la amargura que se convierte en odio, y su rechazo de Dios y de algún aspecto de Su orden creado (administración privada de la propiedad, responsabilidad individual, moralidad sexual, derechos de los padres, respeto a la autoridad, etc.).

Si los ideólogos neomarxistas alcanzan algún día el control total de nuestra sociedad, no cumplirán sus promesas, así como no cumplieron los regímenes comunistas su promesa de «tierra, paz y pan». Por lo tanto, debemos resistir al marxismo, empezando por nuestras iglesias e instituciones educativas cristianas, y extendiéndonos a otras esferas a medida que Dios nos dé la oportunidad.

Sin embargo, la oposición no es suficiente. Los prejuicios raciales, la devaluación de la mujer (no menos importante si está en el útero) y la miríada de obstáculos e indignidades a los que se enfrentan los trabajadores pobres son problemas reales. Son demasiado importantes para dejarlos en manos de (cuasi)marxistas. Cuanto más podamos ir más allá del marxismo y generar respuestas fundamentalmente cristianas a estos problemas, como de hecho están haciendo muchas personas, más avanzaremos.

Además, los énfasis de la ideología marxistas y sus ideologías derivadas en la justicia para los oprimidos, la preocupación por los «más pequeños» y la esperanza de un mundo mejor, por muy mal orientadas que estén, son buenas y, como señalaba el artículo anterior, reflejan siglos de influencia cristiana en nuestra cultura.

Aunque los marxistas no pueden cumplir con estas aspiraciones, nuestro Dios sí puede: todas ellas se cumplirán en Su reino «ya, pero todavía no», a medida que nos sometemos a Su voluntad, a través de la misericordia y la gracia inmerecidas que derrama en abundancia sobre nosotros. Oremos y trabajemos para que venga ese reino a la tierra como en el cielo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition: Canada. Traducido por Eduardo Fergusson.
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