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Justo a la mitad de mi entrenamiento quirúrgico, mi fe en Dios fue destruída en un solo turno nocturno en el área de emergencias.

Crecí como una cristiana nominal, con una fe basada en el sentimentalismo más que en la verdad bíblica. Una noche, demasiados corazones pararon de latir bajo mis manos. Sin las verdades de las Escrituras para sostenerla, mi escasa fe se deshizo hasta convertirse en polvo.

Una noche desgarradora

El horror comenzó con un joven de unos veinte años, a quien alguien golpeó con un bate de béisbol mientras dormía. Su esposa murió durante el asalto y su hijo de cuatro años lo presenció todo. El hombre llegó con una fractura de cráneo y su sangre desplazaba su cerebro. Mientras me apresuraba a estabilizarlo, luchaba por concentrarme. Me imaginaba a su hijo pequeño tambaleándose por el pasillo en su pijama, frotándose los ojos con el puño y luego abriéndolos para ver cómo su mundo se desintegraba en un instante. ¿Qué tipo de vida iba a tener este niño, con esos recuerdos atormentando su corazón?

Mientras todavía luchaba con este pensamiento, los paramédicos entraron a la sala de emergencias con un adolescente que estaba muriendo por una herida de bala. Su corazón se había detenido y los paramédicos estaban realizando compresiones en el pecho para forzar que la sangre llegara a su cerebro. Aturdida, agarré un bisturí y exploré quirúrgicamente el pecho del joven. Tomé su corazón inmóvil y examiné sus bordes con dedos temblorosos. Cuando mi mano se hundió en un enorme agujero, contuve el aliento. La bala le había abierto la aorta y había vaciado su volumen de sangre en el pecho. No pudimos salvarlo.

Justo a la mitad de mi entrenamiento quirúrgico, mi fe en Dios fue destruída en un solo turno nocturno en el área de emergencias

Mi localizador de trauma sonó una vez más: otro chico adolescente, otra herida de bala. Esta vez, la bala había alcanzado la cabeza del muchacho. Cuando el residente le iluminó los ojos, las pupilas del jovencito permanecieron inmóviles y vacías, mirando fijamente a lo invisible. La muerte cerebral lo había reclamado y no podíamos ofrecer ayuda alguna. Reuniendo las pocas reservas que me quedaban, comencé a suturar la herida de su cabeza para cerrarla. Pensé que lo mínimo que podía hacer era coser su herida y limpiarlo, para así permitirle a su familia una última mirada familiar del muchacho que amaban.

La puerta se abrió justo cuando iba por la mitad del proceso. Levanté la mirada y me quedé frizada de terror mientras su madre entraba a la sala. La sangre todavía envolvía la cabeza de su hijo. Su rostro se retorció y ahí entendí que ella estaba asimilando todo, cada detalle, cada corte y mancha de esta horrible escena, la cual quedaría grabada en su memoria para siempre. Ella gritó y cayó al suelo. Me quité los guantes ensangrentados de las manos y salí corriendo de la sala, escondiendo mi rostro mientras lloraba. 

Buscando el silencio

A la mañana siguiente, después de salir del trabajo, me sentía vacía, como si una parte vital de mí hubiera sido arrancada de raíz. Me preguntaba cómo las personas podían mirarse las unas a las otras y no ver ningún valor. ¿Cómo pudo Dios permitir tal maldad? ¿Cómo pudo Él permitir que el sufrimiento devastara a personas que aman a sus familias, sueñan con ser felices y esperan algo mejor (como todos lo hacemos)?

Aunque mi cuerpo ansiaba descansar, conduje dos horas hacia las montañas de Berkshire en busca de algo bueno y verdadero. Me detuve en un puente con vista al río Connecticut, respiré el aire fresco del otoño y luego cerré los ojos para orar… pero no salieron palabras. Al cerrar mis ojos, solo podía ver la sangre manchando mis guantes y los ojos fijos de un muchacho en su mirada final. Podía escuchar los gritos de su madre mientras se derrumbaba al suelo por el dolor.

En medio de un gran silencio, sin la Palabra de Dios para guiarme, decidí que no podía llegar a discernir una respuesta porque Dios no existía.

Viendo el sufrimiento a través del evangelio

… aunque había rechazado a Dios, Él no me había abandonado

Después de ese día y por todo un año, a diario pensaba en regresar a ese puente que cruza el río Connecticut y arrojarme por encima de la baranda. Sin Dios, no podía tener esperanza. No podía ver ningún significado ni destello de piedad en esos momentos oscuros que presencié en el hospital. Solo podía ver el horror de todo lo que había sucedido, el sufrimiento generalizado y la desesperación.

Sin embargo, aunque había rechazado a Dios, Él no me había abandonado.

Cuando, en respuesta a la oración, uno de mis pacientes se recuperó de una devastadora lesión cerebral, dentro de mí renació un destello de esperanza. Cuando al fin decidí abrir mi Biblia, la Palabra de Dios avivó esa chispa y la convirtió en una llama. Leí los cuatro Evangelios y quedé asombrada con el amor de Dios por nosotros en Cristo. Luego me sumergí en Romanos. Al leer el capítulo cinco, comencé a llorar:

«No solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza. Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado. Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:3-8).

El problema del sufrimiento me había alejado de la fe por todo un año. Sin embargo, al leer los versículos 3 al 5, fui abrumada por la misericordia de Dios cuando vi el sufrimiento a través del lente del evangelio.

Viendo el amor de Dios en el sufrimiento

Pablo comienza con la asombrosa afirmación de que podemos regocijarnos aun en nuestros sufrimientos (Ro 5:3). Podemos regocijarnos porque tenemos paz con Dios y esperanza de gloria por medio de Jesucristo (Ro 5:1-2). Podemos regocijarnos porque Dios nos perfecciona a través de nuestras pruebas, fortaleciendo nuestra esperanza en Él (Ro 5:3-5). Además, podemos regocijarnos, porque cuando sufrimos recordamos a nuestro Salvador que sufrió por nosotros para que podamos tener vida eterna (He 4:15).

Dios obró a través del sufrimiento, el sufrimiento de su amado Hijo, para lograr la mayor hazaña en la historia de la humanidad

Dios obró a través del sufrimiento, el sufrimiento de su amado Hijo, para lograr la mayor hazaña en la historia de la humanidad. Cuando nuestros ojos no pueden entender el amor de Dios, podemos aferrarnos a la verdad de que Jesús conoce nuestro sufrimiento porque Él también lo soportó (Is 53:3; He 4:15). Sorprendentemente, lo soportó por nosotros. Él asumió todo el peso de nuestro pecado y absorbió el castigo que merecíamos, solo por obediencia amorosa al Padre, quien a su vez nos amó (Jn 3:16).

Cuando reflexionamos sobre el sacrificio de Cristo, vemos el ejemplo más intenso del amor de Dios por un mundo injusto, quebrantado y que no lo merece. Así es como Dios nos muestra su amor (Ro 5:8).

Esperanza inquebrantable

Romanos 5:3-8 nos enseña que aquellos que conocen a Cristo tienen una esperanza que ninguna calamidad o desastre puede arrebatarnos. Dirige nuestros ojos lejos de este mundo enfermo de pecado, hacia Cristo, quien hace todas las cosas nuevas (Ap 21:5). Con la mirada puesta en Él, nuestro sufrimiento nos refina, como el hierro en la fragua. La cruz infunde propósito incluso a nuestras tribulaciones más angustiosas. Aun mientras gemimos (Rom. 8:22), la esperanza en Cristo ahuyenta nuestra desesperación.

La enfermedad, el dolor y la muerte son los frutos detestables de la caída y nos parten en dos a diario. Pero en Cristo tenemos esperanza. Si bien las tragedias hoy nos destrozan, nuestras lágrimas no serán derramadas para siempre. Él ha vencido el mal que engendra nuestro dolor, y cuando regrese, los frutos del pecado —las heridas de bala, la lesión cerebral, el duelo, el desaliento sobre los puentes— desaparecerán de la faz de la tierra nueva para siempre.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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