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Después de que el Señor la rescató de la adicción, ella compartió el evangelio con todas las personas que conocía. Sabía que Dios la había visto demacrada en los callejones sucios, temblando mientras se agachaba sobre una jeringa, y aun así la amaba. Al reflexionar sobre su vida una vez angustiosa a la deriva en la ciudad, y en medio del quebranto, ella se dio cuenta de la gracia.

Cuando se recuperó de su adicción, su vida renovada se desarrolló naturalmente en su trabajo. El amor por el Señor irradiaba en ella, era una lámpara que brillaba sobre todos los que se cruzaban en su camino (Mt. 5:14-16).

Entonces su cuerpo le falló. Al principio, ella respondió a cada problema con alabanza, tranquilizando a sus amigos con la bondad de Dios. Sin embargo, a medida que su residencia en el hospital se volvió aparentemente permanente, y como las cosas simples de la vida (caminar, asearse, conversar sin dificultad para respirar) se volvieron imposibles de hacer, su fe comenzó a deshilacharse. Ella abría su Biblia, solo para que sus ojos, nublados por la enfermedad, vagaran caóticamente por las páginas. Oraba, pero las palabras eran difíciles, y mientras pasaban los días y el dolor continuaba, se preguntó si Dios la escuchaba.

Un día, ella se sentó en la esquina de la habitación del hospital, con una pila de jeringas junto a ella, sombras debajo de sus ojos, y se lamentó: “Ni siquiera sé si Dios está conmigo”.

Cuando no podemos leer

Aunque todas las aflicciones son difíciles, aprendemos durante la vida a apoyarnos en el Señor durante las dificultades al profundizar en su Palabra, y orando sin cesar (1 Ts. 5:17). Aprendemos a buscarlo aun más fervientemente cuando viene una calamidad.

Sin embargo, pocas pruebas desafían nuestra fe como una enfermedad grave. Durante mi década en medicina clínica, repetidamente presencié cómo las enfermedades nos separan de las mismas disciplinas en las que confiamos funcionarán junto a nuestra fe. Leer las Escrituras es difícil cuando nos viene un dolor y agotamiento implacable, y es totalmente imposible cuando los medicamentos nublan nuestro pensamiento. La oración se disuelve en medio de la niebla de la enfermedad. Al estar lejos del hogar, de las personas, y las actividades que apreciamos, luchamos por encontrar el sentido en medio de las alarmas y las muchas pruebas, preguntándonos continuamente: “¿Por qué, Señor?”. Y cuando la respuesta no llega rápidamente, nuestra fe mengua y nos desesperamos.

Necesitamos versículos a los que podamos aferrarnos cuando las olas de dolor nos atrapan y la esperanza se reduce.

Los que luchamos en el hospital necesitamos más que nunca la seguridad de la bondad de Dios y el amor constante. Pero una estadía en el hospital, o cualquier sufrimiento con una enfermedad debilitante, no nos permite una exégesis elaborada. Necesitamos versículos a los que podamos aferrarnos cuando las olas de dolor nos atrapan y la esperanza se reduce. Necesitamos el poder de la Palabra de Dios para elevar nuestras almas, en dosis que nuestras mentes paralizadas por la enfermedad puedan retener.

Diez pasajes para enfermedades graves

Aquí hay diez pasajes que ejemplifican el amor de Dios en Cristo por nosotros, para ayudarte a través de la tempestad de una enfermedad severa. Guárdalos en tu corazón.

Salmo 18:2: “El SEÑOR es mi roca, mi baluarte y mi libertador; mi Dios, mi roca en quien me refugio; mi escudo y el poder de mi salvación, mi altura inexpugnable”.

Romanos 8:38-39: “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Salmos 23:4: “Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento”.

Juan 11:25-26: “Jesús le contestó: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?’”.

Salmos 46:1-3: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo”.

2 Corintios 4:16-18: “Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.

Salmos 73:26: “Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre”.

1 Pedro 1:3-5: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes. Mediante la fe ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo”.

Salmos 121:1-2: “Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene del SEÑOR, que hizo los cielos y la tierra”.

Apocalipsis 21:4-5: “‘El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado’”. El que está sentado en el trono dijo: ‘Yo hago nuevas todas las cosas’. Y añadió: ‘Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas’”.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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