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Un líder religioso se acerca a Jesús de noche, seguramente para que nadie lo vea conversando con Él (Jn. 3:1-2). Pertenece a los fariseos, la secta religiosa más estricta e influyente en Israel. Al ser un distinguido maestro de las Escrituras, se interesó en Jesús luego de conocer las señales que Él realizaba (v. 2,10). Su nombre es Nicodemo.

El intercambio entre Jesús y Nicodemo es una de las conversaciones más famosas de los evangelios. Este encuentro nos enseña que, sin importar cuán religiosos seamos, necesitamos ser más que simples espectadores de los milagros de Jesús. Necesitamos recibir en nosotros el milagro del nuevo nacimiento (v. 3). Jesús es enfático: “En verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (v. 5).

Necesitamos ser más que simples espectadores de los milagros de Jesús.

La conversación sigue con la declaración de que toda persona es como el pueblo Israel: merecedores de morir por sus pecados en un desierto. Nicodemo conocía bien ese relato. “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquél que cree, tenga en El vida eterna” (v. 14-15). La religión de Nicodemo no puede salvarlo. Él necesita creer en Jesús, al igual que cada uno de nosotros.

No se nos dice si Nicodemo creyó el evangelio durante esa conversación o poco después. Pero unos capítulos más adelante, lo vemos defendiendo a Jesús frente a algunos fariseos, señalando que ellos deben escuchar a Jesús antes de juzgarlo (Jn. 7:50-51).

Cuando quizá no esperábamos leer más sobre Nicodemo, lo vemos una vez más cerca del final del Evangelio de Juan. Él estuvo involucrado en los preparativos de la sepultura de Jesús (Jn. 19:39). ¿Qué hace un fariseo ayudando en la sepultura de alguien entregado a muerte por los propios fariseos? Todo indica que en este acto público, Nicodemo revela su entrega al Señor luego de su muerte. Esto es al mismo tiempo alentador y confrontante, como J. C. Ryle señala en su clásico libro sobre el evangelio de Juan:

“Nos muestra lo débiles y titubeantes que pueden ser los comienzos de la religión verdadera en el corazón de un hombre. Nos muestra que no debemos dar por perdido a nadie porque empiece buscando a Cristo tímida y ocultamente… Nos muestra que, muchas veces, quienes menos alardes hacen al principio son los que más brillan al final. Nicodemo confesó su amor a Cristo cuando Pedro, Santiago y Andrés le habían abandonado. ¡Qué necesaria es la paciencia y el amor al formarse una idea con respecto a la vida religiosa de los demás!… A menudo, los árboles más sólidos y robustos son los que más tardan en crecer. El que tacha a hombres y mujeres de incrédulos simplemente porque no hacen una confesión de fe decidida desde el primer día olvida el caso de Nicodemo y demuestra su desconocimiento de los caminos del Espíritu”.

Nicodemo resulta ser un ejemplo de lo que Jesús le habló al decirle: “El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquél que es nacido del Espíritu” (Jn. 3:8). Los caminos del Espíritu son misteriosos para nosotros, pero Dios es soberano para hacer nacer de nuevo a hombres pecadores y obrar en ellos conforme a Sus propósitos.

Quiera el Señor hacernos pacientes con los Nicodemos que nos rodean, así como Él ha sido paciente con nosotros.


Imagen: Lightstock.
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