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Jesús dijo una vez que es muy difícil para un hombre rico entrar al reino de los cielos. No imposible (porque todas las cosas son posibles con Dios), pero difícil. ¿Por qué?

Creo que vemos la respuesta en la parábola del joven rico en Lucas 12:13-21. En esta parábola encontramos un ejemplo de un hombre tan atrapado en conseguir cosas materiales que ha olvidado lo que realmente importa. Ha tomado buenas decisiones, y ha hecho una sabia inversión proveyendo para su familia, proporcionando empleo a otros, con una buena administración en general, y ha convertido estas cosas en el bien final. La búsqueda de algo más, de algo más grande y mejor se ha convertido efectivamente en su dios.

De hecho, vemos que su seguridad y felicidad están ligadas a lo que puede lograr y construir para mantener lo que ha logrado. Está almacenando bienes para él, pero no es rico para con Dios.

La advertencia es clara: “¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para quién será lo que has provisto?” (Lc. 12:20). Igual a la manera en que Jesús pregunta en otra parte: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?” (Mar. 8:36).

No debemos llegar a ser ricos en la tierra y pobres en Dios. Cuando llegue el día del juicio, cuando se solicite la moneda del reino para ingresar al paraíso, todas las almas adineradas, amantes de la diversión, y de vacaciones permanentes saldrán con las manos totalmente vacías.

Cuando llegue el día del juicio, cuando se solicite la moneda del reino para ingresar al paraíso, todas las almas adineradas, amantes de la diversión, y de vacaciones permanentes saldrán con las manos totalmente vacías.

Ahora, algunos pueden leer esta parábola del rico necio y pensar: “Ah, debería haberse preocupado más por los demás. Si hubiera entregado más dinero, tendría el tesoro de haber hecho el bien”. Y sí, es imperativo que hagamos bien a los demás, pero ese tipo de dar es una pobreza en sí misma. Cuando lleguemos a las puertas del paraíso y se nos pida la moneda del reino para demostrar nuestro derecho a entrar, es mejor que no intentemos pagar con nuestra propia rectitud. La Biblia dice: “Y como trapo de inmundicia [son] todas nuestras obras justas” (Is. 64:6).

Cuando lleguemos a las puertas del paraíso y se nos pida la moneda del reino para demostrar nuestro derecho a entrar, es mejor que no intentemos pagar con nuestra propia rectitud.

No, cuando llegue la oportunidad de presentar nuestra justificación para entrar en el descanso eterno, solo tenemos que presentar una mano vacía, diciendo: “No tengo nada que ofrecer. Pero estoy vestido con la justicia de Cristo que he recibido por medio de la fe, lo que me asegura totalmente en sus riquezas inescrutables. Mi Salvador, por la gran gracia de Dios, ha comprado mi entrada por mí”.

O en las palabras del amado himno: “Nada en mis manos traeré; a tu cruz me aferraré”. Así es como luce ser rico con Dios.


Publicado originalmente en For the Church. Traducido por Michelle Lago.
Imagen: Lightstock.
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