¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

¿Qué pasa con la oración?

Un evangelista de la India oriental describió su primera experiencia en una reunión de oración en los Estados Unidos. Visitaba una megaiglesia conocida, incluso en la India, por la excelente predicación del pastor. Se emocionó mucho cuando el pastor invitó a los tres mil fieles de los domingos a la reunión de oración entre semana. El pastor incluso compartió que había algo que «pesaba mucho en su corazón» por la oración.

El evangelista no podía esperar. En India, la reunión de oración era el alma de la iglesia, donde se clamaba al cielo, a menudo hasta bien entrada la noche. La capilla de oración designada solo tenía capacidad para quinientos fieles, así que llegó temprano para conseguir asiento. Pero a las 7:00 pm, estaba solo. A las 7:15 pm, desconcertado y todavía solo, se preguntó si se había equivocado de lugar, así que salió a comprobar el nombre. Sí, era la misma capilla que mencionó el pastor el domingo. Por fin, a las 7:30 pm entraron unas cuantas personas rezagadas, hablando de deportes y del clima hasta que llegó el líder a las 7:45 pm. El líder compartió un breve devocional con los siete asistentes, oró brevemente y concluyó la reunión.

El evangelista se quedó atónito. No hubo adoración. Ningún clamor a Dios por ayuda. Ningún pastor principal. ¿Qué pesaba en el corazón del pastor? ¿Qué hay de la oración por los enfermos, por los perdidos?[1]

Nadie en esta historia pensaba que la oración corporativa fuera importante: ni el pastor principal (no apareció), ni la congregación (solo vinieron siete), ni el líder de oración (llegó cuarenta y cinco minutos tarde y solo hizo una breve oración). La oración era un simple adorno. Si dudas de algo o piensas que no funciona, entonces no lo usas. Aquí nadie pensaba que la oración realmente funcionara. La incredulidad es tan práctica como la fe.

El estado de la oración en la iglesia

Cuando descendemos de la reunión formal de oración a las partes más pequeñas de una comunidad de Jesús y a nuestras familias y amistades, nos encontramos con la misma falta de oración corporativa que experimentó el evangelista. Los cristianos oran, pero lo hacen solos. Según un estudio reciente de Barna (en inglés), el 94 % de los adultos estadounidenses que han orado al menos una vez en los últimos tres meses lo hacen solos. El investigador de Barna escribe:

La oración es, con mucho, la práctica espiritual más común entre los estadounidenses… Sin embargo, las personas oran casi siempre solas: es una actividad solitaria definida principalmente por las necesidades y preocupaciones inmediatas del individuo. La oración colectiva y las necesidades colectivas no son tan apremiantes en la vida de oración de los individuos… Pero ¿cómo sería empezar a ampliar el alcance de esas vidas de oración? ¿Cómo sería considerar el poder de la oración colectiva, cuando se reúnen más de uno en nombre de Dios?[2]

La reunión de oración solía ser una reunión central para las iglesias, a la que acudían las personas más comprometidas y espirituales

La iglesia occidental carece funcionalmente de oración corporativa. Por supuesto, un remanente hace el trabajo oculto de la oración, pero en la mayoría de las iglesias la oración corporativa no funciona de ninguna manera significativa. ¿Cuán grande es ese remanente? En nuestros seminarios de oración, hacemos varias preguntas confidenciales sobre la vida de oración de los participantes. En cientos de seminarios, hemos descubierto que alrededor del 15% de los cristianos de una iglesia típica tienen una vida de oración plena. Así que cuando alguien dice: «Estaré orando por ti», el 85% de las veces son solo palabras. Este no es un problema de los pastores; es un problema de los seguidores de Jesús.

La reunión de oración, que solía funcionar en el corazón de una iglesia que ora, está prácticamente muerta. La reunión de oración de los miércoles por la noche solía ser la reunión central, a la que acudían las personas más comprometidas y espirituales; ahora, para muchos, la reunión de oración en sí es un recuerdo lejano. En una conferencia reciente de Una iglesia que ora, pregunté a los participantes qué era lo que no les gustaba de las reuniones de oración. Un joven dio en el clavo: «Son aburridas». Otro añadió: «Es deprimente». Pero el comentario más conmovedor fue: «No sé adónde ir para asistir a una reunión de oración». Le pregunté al pastor de una iglesia con tres mil asistentes si conocía alguna reunión de oración en su iglesia. Me contestó, sin asomo de preocupación: «No, no tengo conocimiento de ninguna».

Cómo el secularismo mató las reuniones de oración

Esto nos lleva a los desafíos únicos de orar juntos en gran parte de nuestro mundo moderno. Somos personas ocupadas y, a menudo, acomodadas. No alcanzamos nuestras metas profesionales ni logramos las comodidades que disfrutamos al sentarnos sin hacer nada y, aún así, orar juntos se siente como estar sentados sin hacer nada. Podemos estar tan concentrados en construir y producir que no nos detenemos a reflexionar sobre qué estamos construyendo.

Detrás de nuestro ajetreo y riqueza hay una filosofía llamada secularismo, que no solo niega la existencia de Dios, sino que niega la existencia de cualquier mundo espiritual. Esto es extraño, porque todas las culturas de la historia de la humanidad han reconocido abiertamente el mundo espiritual. Ignorabas a Dios o a «los dioses» por tu cuenta y riesgo. Dada esta historia, lo normal sería que todos los programas de noticias abrieran con una oración de acción de gracias. No lo hacemos, por supuesto, porque el secularismo define lo que es normal para nosotros. Hablar abiertamente de Dios o a Dios nos parece extraño.

No es casualidad que las reuniones de oración hayan disminuido al mismo ritmo que ha crecido el secularismo, el cual considera que el mundo espiritual es una mera ilusión, verdadera para ti, pero no para los demás. Esto proviene de la Ilustración del siglo XVIII. Immanuel Kant, el principal pensador de la Ilustración (¡y asistente asiduo a la iglesia!) calificó la oración de «ilusión supersticiosa» que Dios no necesita escuchar y que, por tanto, no sirve para nada.[3] El Dios de Kant es distante, no personal. Ignorar a Dios es mucho más eficaz que negar su existencia. Si lo ignoras, desaparece.

El secularismo permaneció confinado en gran medida a nuestras universidades y nuestras élites hasta el ascenso de los medios de comunicación de masas (radio, televisión, etc.) a mediados del siglo XX. Al presentar sin cesar un mundo sin Dios y sin sentido, crearon una nueva normalidad. Los agnósticos modernos no solo no están seguros de la existencia de Dios, sino que ya no les importa. Dios no es un problema. Como me dijo un joven que se había alejado de su fe: «¿Acaso hace alguna diferencia?».

Un Dios distante

Cuando relegamos la oración al mundo de los sentimientos, la oración se convierte en mera terapia. Si se limita al mundo de los sentimientos, orar juntos resulta incómodo. Cuando hablas con alguien de deportes, la conversación suele ser fluida: compartes un interés, un lenguaje y unos conocimientos comunes. Les gusta ver el fútbol y animar a su equipo favorito. Ambos saben que los deportes existen. Pero ¿qué pasaría si todo el mundo en tu vida que sonara inteligente y poderoso, y todo el mundo que vieras en la televisión, te dijera que los deportes son falsos, que nadie juega de verdad y que los partidos que ves en persona no son más que dramas elaborados? Después de oír esto sin parar, año tras año, se te metería en la sangre.

Cuando combinamos una iglesia sin oración con una cultura sin oración, se crea un «mundo de sentimientos» donde Dios es sentido como exaltado pero distante. Entonces, cuando llegan las dificultades, sentimos a Dios como impotente e indiferente. Esto es especialmente cierto si has orado por algo difícil y los cielos han estado como el bronce. Al final, no sientes nada acerca de Dios. Él es meramente periférico.

Como nuestro mundo plano y bidimensional descarta la oración desde el principio, orar espontáneamente con amigos durante la comida o por teléfono resulta extraño. Hemos perdido la fluidez de la oración que se ve en los niños, cuando en un suspiro te están hablando y en el siguiente te dicen: «Gracias, Dios, porque no tuve pesadillas».[4] Oímos sermones sobre la oración, escuchamos una oración pastoral y empezamos las reuniones con una oración, pero la oración rara vez se produce de forma natural en una conversación. Es demasiado religiosa.

No hay nada peor para una comunidad de Jesús que parecer espiritual por fuera, pero estar vacío por dentro

Esa es una de las razones por las que es un deleite tener comunión con africanos o asiáticos, quienes en gran medida no se han visto afectados por la Ilustración del siglo XVIII. Por ejemplo, las iglesias ugandesas celebran desde hace años reuniones mensuales de oración que duran toda la noche. Son muy conscientes del mundo espiritual, por lo que la oración fluye con facilidad.

Un peligro peculiar

Fui a cenar con un joven pastor y su esposa después de uno de nuestros seminarios de oración para pastores. Como madre que educa a sus tres hijos en casa, esta esposa compartió conmigo cómo hacía su vida a través de la oración. Entonces se inclinó y le preguntó a su esposo, con una expresión de perplejidad en su rostro: «¿No es así como lo hacen en la iglesia?». Él negó con la cabeza. Ella se sorprendió tanto que volvió a preguntarle. «No», respondió él. «Oramos al principio de las reuniones, pero tiende a ser oficial y carece de profundidad».

El pastor de la megaiglesia que anunció la reunión de oración como si tuviera un gran valor, pero no se presentó, no solo devaluó la reunión de oración, sino que envió un mensaje contradictorio a la congregación. Sus palabras decían una cosa, pero sus acciones otra. Jesús llama a esto hipocresía. En el Sermón del monte, Jesús señala la oración como un «punto crítico» para la hipocresía (Mt 6:5-6). No hay nada peor para una comunidad de Jesús que parecer espiritual por fuera, pero estar vacío por dentro. La hipocresía en los líderes crea cinismo en los seguidores.

Después de reflexionar con un grupo de pastores sobre sus luchas por tener una vida consistente de oración, les pregunto: «¿Qué tal se te da el orar en público?». Suelen responder: «Bastante bien». Pregunto de nuevo: «Entonces, ¿qué le hace a tu corazón ser exteriormente bueno en la oración pero interiormente malo?». Se lamentan, porque son hombres buenos. Por supuesto, esto se aplica a todos nosotros. Cada vez que cultivamos una apariencia externa de madurez, pero enmascaramos una debilidad interior, corrompemos nuestra alma. Eso debilita el mejor regalo que ofrecemos a los demás: un alma que camina con Dios.


Publicado originalmente en Crossway. Traducido por Eduardo Fergusson.

[1] Ben Patterson, Vectoring Prayer [Oración vectorial].
[2] Silent and Solo: How Americans Pray [Silencioso y solo: Cómo los estadounidenses oran] Barna.
[3] Emanuel Kant, Religión within the Boundaries of Mere Reason and Other Writings [Religión dentro de los límites de la mera razón y otros escritos], p. 186.
[4] ¡Gracias, Gretchen Barry, por esta revelación!
Nota del editor: 

Este artículo es un extracto del libro A Praying Church: Becoming a People of Hope in a Decouraging World [Una iglesia que ora: cómo ser un pueblo de esperanza en un mundo desalentador], de Paul E. Miller.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando