¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

La carga del ministerio pastoral consumía mi alegría. Me sentí más fatigado por las exigencias del liderazgo de lo que nunca me había sentido. Necesitaba luchar por el gozo en el ministerio más que nunca. Investigaba la vida de Jonathan Edwards y su teología del gozo, mientras me enredaba en una batalla para proteger mi propio gozo de lo que parecía ser un lento desvanecimiento.

Una vez más, vi que la orden a gozarnos no es solo un llamado general sino también un llamado vocacional para aquellos en el ministerio pastoral. Se supone que debo pastorear al rebaño con gozo, o no los beneficiaré (Heb. 13:17). De hecho, si no tengo gozo, mi ministerio no será bíblico, sino insostenible, porque “el gozo del SEÑOR es tu fuerza” (Neh. 8:10).

No duraré en esta maratón de ministerio sin la fuerza que viene del gozo en Jesús.

La frase

Mientras estudiaba cómo la teología del gozo de Jonathan Edwards le permitió ministrar con alegría, incluso en las pruebas, encontré una cita que cambió mi vida. Vayamos al momento más bajo de la vida pastoral de Edwards: cuando su iglesia lo despidió como pastor. David Hall fue miembro del consejo que se reunió para determinar el destino de Edwards en la controversia sobre la comunión. Este fue el testimonio de Hall:

“[Edwards] recibió el golpe inquebrantable. Nunca vi el menor síntoma de disgusto en su rostro en toda la semana, sino que fue un hombre de Dios, cuya felicidad estaba fuera del alcance de sus enemigos y cuyo tesoro no solo era un futuro sino un bien presente, sobrepasando todos los males imaginables de la vida, incluso para el asombro de muchos que no podían estar en reposo hasta que fuera despedido” (Jonathan Edwards: Una nueva biografía, p. 327).

Cuando leí esa frase, “cuya felicidad estaba fuera del alcance de sus enemigos”, literalmente tuve que sentarme y poner mis palmas hacia arriba, pidiendo que pudiera recibir de Dios. Todo en mí decía: “Quiero eso, Señor. ¡Por favor, enséñame eso, Señor!”. Esa cita se convirtió en una búsqueda.

La teología del gozo de Edwards lo sostuvo en el ministerio porque puso el gozo en el centro de su ministerio.

La búsqueda

La teología del gozo de Edwards lo sostuvo en el ministerio porque puso el gozo en el centro de su ministerio. Es el hilo que se teje a través de toda su teología.

Los primeros dos elementos esenciales de su teología de la alegría son los de mayor alcance, pero también eran con los que estaba más familiarizado debido a la influencia de John Piper. Edwards hizo hincapié en que Dios no puede ser Dios sin deleitarse en sí mismo, y que los pecadores redimidos no pueden glorificar a Dios sin deleitarse en Él. Estas verdades gemelas están bien resumidas en el ensayo de Piper sobre el legado de Edwards, titulado: “Una visión de Dios sobre todas las cosas: Por qué necesitamos a Jonathan Edwards 300 años después”, que se encuentra en su libro, A God Entranced Vision of All Things (Una visión de Dios en todas las cosas). Citaré de Edwards y compartiré las reflexiones de Piper sobre el efecto de estas verdades.

1. La divinidad de Dios

El gozo es parte de la divinidad de Dios. En otras palabras, Dios no sería Dios sin el gozo infinito que tiene en sus infinitas perfecciones. Dios debe deleitarse infinitamente en lo que es infinitamente deleitoso. Él debe valorar supremamente el valor supremo. Dios no sería sabio si no se deleitara en sí mismo de esta manera. Él no sería santo y justo. Él sería injusto y se convertiría en un necio idólatra, un ser caído que efectivamente habría intercambiado la gloria de Dios por las cosas creadas (Ro. 1:22-23).

Pero Edwards fue aun más allá y más profundo en su ensayo sobre la Trinidad:

“El Padre es la deidad que subsiste de manera principal, no originada, y más absoluta; es deidad en su existencia directa. El Hijo es la deidad [eternamente] engendrada por el entendimiento de Dios, es decir, es tener una idea de sí mismo y subsistir en esa idea. El Espíritu Santo es la deidad que subsiste en el acto, o la esencia divina que fluye y respira en el infinito amor de Dios y se deleita en sí mismo. Y […] toda la esencia divina subsiste verdadera y claramente tanto en la idea divina como en el amor divino, y que cada una de ellas es una persona propiamente distinta” (Un tratado sobre la gracia, p. 118).

Me encanta lo que dice Piper sobre este aspecto de la teología del gozo de Edwards:

“En el universo no se puede elevar el gozo más alto que esto. No se puede decir nada más grande acerca del gozo que decir que una de las Personas de la deidad subsiste en el acto del deleite de Dios en Dios: esa alegría final e infinita es la Persona del Espíritu Santo” (Una visión…, p. 25).

Por lo tanto, Edwards hizo del gozo un aspecto no negociable de la naturaleza de Dios. Entender por completo esta verdad conduce a una mayor reflexión sobre lo que está en el centro de glorificar a Dios.

2. Cómo glorificamos a Dios

Piper afirma que el siguiente párrafo es personalmente “el párrafo más influyente en todos los escritos de Edwards” (Una visión…, p. 25):

“Dios se glorifica en sí mismo de dos maneras: 1. Al mostrarse […] a sí mismo en su propia idea perfecta [de sí mismo], o en su Hijo, que es el brillo de su gloria. 2. Al disfrutar y deleitarse en sí mismo, fluyendo en infinito […] deleite hacia sí mismo, o en su Santo Espíritu […]. Así que Dios se glorifica a sí mismo hacia las criaturas también de dos maneras: 1. Al mostrarse a […] su entendimiento. 2. Al comunicarse a sí mismo a sus corazones, y al regocijarse, deleitarse, y disfrutar de las manifestaciones que Él hace de sí mismo. […] Dios se glorifica no solo cuando su gloria es vista, sino cuando hay deleite en ella. Cuando aquellos que la ven se deleitan en ella, Dios se glorifica más que si solo la vieran. Su gloria se recibe entonces por toda el alma, tanto por la mente como por el corazón. Dios hizo el mundo para que Él pudiera comunicarse, y para que la criatura reciba su gloria; y que pueda recibirse tanto por la mente como por el corazón. El que da testimonio de su idea de la gloria de Dios [no] glorifica a Dios tanto como el que da testimonio también de su aprobación y su deleite en ella” (Una visión…, p. 26).

El efecto de este párrafo cambió su vida, ya que el gozo pasó de periférico a central en el pensamiento de Piper:

“El gozo siempre me pareció periférico hasta que leí a Jonathan Edwards. Él transformó mi universo al poner el gozo en el centro de lo que significa que Dios sea Dios, y lo que significa glorificar a Dios” (Una visión…, p. 24).

3. La telaraña de la teología de la alegría de Edwards

Estas dos ideas me afectaron mucho, pero fueron solo el comienzo. Al leer más Edwards, a menudo me quedé asombrado de lo intrincado, interconectado, e interrelacionado que era realmente esta teología de la alegría. Prácticamente todas las doctrinas de las que Edwards escribió adquieren el resplandor brillante del gozo en Dios.

Edwards no podía concebir una doctrina de salvación aparte del gozo. Una salvación sin gozo es una contradicción de términos. Edwards destacó que el gozo en Cristo por el poder del Espíritu deja una marca en cada parte de la salvación, desde la conversión hasta la santificación y la glorificación.

Edwards no podía concebir una filosofía de predicación y ministerio pastoral que de alguna manera pudiera separarse de los afectos alegres de sus oyentes.

Edwards apenas podía exponer la doctrina de la revelación sin exultar el festín de ver a Dios en Su Palabra y en Su mundo. Edwards insistía en que meditar en las excelencias de la revelación de Dios tiene un efecto expansivo en nuestras almas. No debemos establecer límites a nuestros apetitos espirituales. A medida que vemos la belleza divina y saboreamos la dulzura divina, nuestros afectos deben aumentar de acuerdo con el valor infinito de estas cosas.

Edwards no podía concebir una filosofía de predicación y ministerio pastoral que de alguna manera pudiera separarse de los afectos alegres de sus oyentes. Escucha cómo pensaba acerca de su deber pastoral en el ministerio:

“Debo pensar que mi deber es elevar el afecto de mis oyentes tan alto como me sea posible, siempre y cuando no sean afectados por algo que no sea verdad, y con afectos que no se opongan a la naturaleza de aquello que les afecta” (Las obras de Jonathan Edwards, 4:387).

Esto me ayudó a perfeccionar mi preparación para predicar. Nuestro objetivo en la preparación de sermones debe ser elevar nuestros afectos lo más alto posible con afectos que se ajusten a la naturaleza de la verdad que proclamamos. De lo contrario, de manera hipócrita tenemos un objetivo para nuestros oyentes que no tenemos para nosotros mismos

Edwards no podía soñar con una doctrina del cielo aparte del gozo. De hecho, el cielo invita a “entrar en el gozo” del Señor (Mt. 25:21). El cielo es un mundo de alegría, no solo un mundo donde entras y tienes gozo por Dios, sino donde entras en el gozo mismo de Dios.

Pero aquí está la pregunta que me seguí haciendo: ¿son estos hilos lo suficientemente fuertes cuando se tejen así? ¿O este gozo se deshace cuando uno se siente destrozado por las pruebas?

Gozo, incluso en los días más oscuros

Edwards tenía mucho qué decir sobre cómo procesar las pruebas. Uno de los pasajes más conmovedores para mí lo encontré en una carta que Edwards le escribió al reverendo Benjamín Coleman. Coleman era un pastor en Boston que acababa de sufrir la pérdida de su hija, además de una prolongada enfermedad en su esposa que la había dejado incapacitada, y la reciente muerte de su pastor asociado. No leas esto sin imaginación. Traté de comprender lo que haría si mi dulce hija muriera, mi bella esposa dejara de responder por completo, o mi querido pastor asociado falleciera de repente. ¿Cómo respondería? ¿Qué sería de mi gozo? Esto es lo que Edwards nos diría:

“Por lo tanto, cuando se te priva de la compañía de tus amigos temporales, puedes tener una comunión dulce con el Señor Jesucristo más abundantemente, y eso a medida que Dios gradualmente te está oscureciendo el mundo al apagar una luz tras otra, para entonces causar que la luz de su gloria eterna amanezca más y más dentro de ti” (Edwards: Sobre la vida cristiana, p. 118).

Algo hizo clic en ese punto cuando conecté la teología del sufrimiento de Edwards con otra cita que había leído muchas veces antes:

“El disfrute de Dios es la única felicidad con la que nuestras almas pueden satisfacerse. Ir al cielo y disfrutar plenamente de Dios es infinitamente mejor que los aposentos más agradables aquí. Los padres y madres, esposos, esposas, o hijos, o la compañía de amigos terrenales, no son más que sombras; pero Dios es la sustancia. Estos no son más que rayos dispersos, pero Dios es el sol. Estas son solo corrientes, pero Dios es el océano” (Las obras de Jonathan Edwards, 17:437–438).

¿Por qué puede ser nuestra alegría verdaderamente intocable y estar fuera del alcance de las pruebas? Podremos perder las corrientes del gozo, pero nunca la fuente. Los rayos de gozo dispersos pueden dejar de brillar, pero nunca el sol del gozo. Cuando los rayos dispersos hayan desaparecido, sufriremos, pero no como aquellos que han perdido el sol. Cuando las hermosas corrientes se sequen, lloraremos, pero no como aquellos que han perdido el océano. El gozo es intocable porque nada nos separa de su fuente. Nada en toda la creación puede separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor (Ro. 8:39).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Wiki Commons.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando