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Una queja frecuente de las personas que me rodean es mi tardanza en algunas oportunidades, especialmente aquellas en que estamos por salir a un paseo. Mi excusa de toda la vida es esta: “Me tardo porque no quiero olvidar nada”.

Olvidar es característico de nuestra humanidad. Por eso necesitamos agendas, listas que nos recuerdan las cosas por hacer y calendarios para no olvidar. Por eso también, a lo largo de las Escrituras, Dios nos recuerda cosas importantes. Una de ellas es nuestro llamado a cuidar de los desfavorecidos que nos rodean, incluyendo a los huérfanos.

El Nuevo Diccionario de la Biblia define a los huérfanos cómo “los niños sin padres que, junto con las viudas y los extranjeros, eran considerados en Israel como los marginados sociales, los que merecían especial cuidado de la comunidad por su estado de abandono”.1

Demos una mirada rápida a cómo Dios nos recuerda en su Palabra que cuidar de los huérfanos es importante para Él y debería serlo para nosotros.

La ética del pueblo escogido por Dios (el Pentateuco)

La primera aparición de la “trilogía vulnerable” (extranjeros, viudas y huérfanos) está seguida de una severa advertencia. El pasaje dice: “A la viuda y al huérfano no afligirán. Si los afliges y ellos claman a Mí, ciertamente Yo escucharé su clamor, y se encenderá Mi ira” (Éx 22:22-24). Esta advertencia traería a la memoria de Israel la intervención divina y su liberación de Egipto (Éx 3:7-8). Así como Dios intervino para liberar a Israel de sus opresores egipcios, así haría justicia —en este caso contra los propios israelitas— si el pueblo oprimía a la viuda y al huérfano.

La adoración a Dios implica reconocer que Él es el Padre de los huérfanos y defensor de todos los que viven en un estado frágil

Luego, al final del Pentateuco, Moisés le recuerda al pueblo la responsabilidad social con los más vulnerables: “No pervertirás la justicia debida al extranjero ni al huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda, sino que recordarás que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor tu Dios te rescató de allí; por tanto, yo te mando que hagas esto” (Dt 24:17-18).

Justo después de esto, quedan establecidas diferentes formas prácticas en que el pueblo de Dios tenía que velar por los vulnerables. Intencionalmente, tenían que evitar recogerlo todo durante la cosecha. Además, el diezmo que daban cada tercer año era exclusivamente para el uso del levita, del extranjero, del huérfano y de la viuda. Hasta había una maldición para el opresor (Dt 27:19).

Así, a través del relato bíblico notamos que el pueblo de Dios ha tenido la responsabilidad de administrar los recursos de Dios y recordar que Él provee para los más necesitados y los vulnerables a través de los Suyos.

La adoración del pueblo escogido por Dios (los Salmos)

Avanzamos en la narrativa bíblica y llegamos a los libros poéticos. La adoración del pueblo a Su Creador menciona a los vulnerables. Imaginemos a Israel cantando estas verdades y consideremos algunos salmos donde vemos esto.

El salmo 10 es una petición contra el perverso, quien se aprovecha del desvalido, del pobre, de los desdichados, de los huérfanos y de los oprimidos. El salmista escribe: “Tú lo has visto, porque has contemplado la malicia y el maltrato, para hacer justicia con Tu mano. A Ti se acoge el desvalido; tú has sido amparo del huérfano” (10:14).

El salmo 68 es contundente: “Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios en Su santa morada” (v. 5). El estado de vulnerabilidad y la falta de derechos no solo tenía implicaciones económicas, sino que también describe el riesgo social en el que vivían los huérfanos. Ellos estaban a expensas de personas sin escrúpulo moral y destinados a la explotación en cualquiera de sus formas, así que Dios se compromete a defenderlos.

En la recta final del salterio, el salmo 146 es una muestra palpable del interés profundo de Dios en proteger a los vulnerables. El salmista menciona que Dios interviene en la situación de los oprimidos, hambrientos, cautivos, ciegos y caídos. También dice que “el Señor protege a los extranjeros, sostiene al huérfano y a la viuda, pero frustra el camino a los impíos” (v. 10).

La adoración a Dios implica reconocer que Él es el Padre de los huérfanos y defensor de todos los que viven en un estado frágil. Los salmos nos ayudan a reflexionar sobre nuestra tarea y recordar que Dios ha intervenido a favor del huérfano (82:1-4; 94:3-10).

La sabiduría del pueblo escogido por Dios (Proverbios)

Los profetas sacaron a relucir el corazón de un pueblo adormecido, desinteresado y frío ante la causa de los huérfanos

Hay una pequeña anotación en Proverbios enfocada en el derecho de un huérfano y su propiedad privada. “No muevas el lindero antiguo, ni entres en la heredad de los huérfanos, porque su Redentor es fuerte; Él defenderá su causa contra ti” (Pr 23:10). Dios mismo intervendrá. Él persigue la justicia a favor de todo aquel que no se puede defender, y vivir con temor reverente ante Él es parte de la sabiduría del pueblo de Dios.

Es aquí donde vale la pena reflexionar en la siguiente pregunta: ¿Qué sucedió con esta clara responsabilidad social del pueblo de Dios? Veamos qué nos cuentan los profetas.

La denuncia hacia el pueblo escogido por Dios (los libros proféticos)

Al llegar a la época de los profetas vemos que Israel recibe amonestaciones duras por su comportamiento social y espiritual. La sociedad vivía en oposición abierta a las leyes del Señor relacionadas a los vulnerables. Isaías confirma esto al decir de parte de Dios:

“¡Ay de los que decretan estatutos inicuos, y de los que constantemente escriben decisiones injustas, para privar de justicia a los necesitados, para robar de sus derechos a los pobres de Mi pueblo, para hacer de las viudas su botín, y despojar a los huérfanos!” (Isaías 10:1-2).

El llamado profético al respecto era claro: “Aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, reprendan al opresor, defiendan al huérfano, aboguen por la viuda” (Is 1:17). Pero el tiempo avanza y vemos que el pueblo de Israel hace lo contrario. Jeremías también levanta una voz por el oprimido delante de la corte real de Judá:

“Así dice el Señor: Practiquen el derecho y la justicia, y liberen al despojado de manos de su opresor. Tampoco maltraten ni hagan violencia al extranjero, al huérfano o a la viuda, ni derramen sangre inocente en este lugar” (Jeremías 22:3).

De esta forma, los profetas sacaron a relucir no solo la conducta, sino también el corazón de un pueblo adormecido, desinteresado y frío ante la causa de los huérfanos. De personas sin compasión, con falta de gratitud y poca memoria para recordar las grandezas de Dios con el pueblo al cual pertenecían (ver Ez 22:7; Jer 5:27-29; cp. Zac 7:10). Como explica Christopher Wright:

“Cuando Israel olvidó su historia, olvidó a sus vulnerables… El retrato de una sociedad que cuida a los vulnerables en las Escrituras es el de una sociedad con una buena memoria en el centro de todo el sistema moral, valores y normas sociales”.2

Ahora surge la pregunta: ¿cuál es la ética, la adoración, y la sabiduría para nosotros como iglesia, de este lado de la cruz?

El privilegio del pueblo escogido por Dios (la Iglesia)

En el libro de Santiago tenemos una mención de este asunto. El autor se concentra en los resultados de la fe auténtica y no tanto en la doctrina de la salvación en sí. Él escribe que “La religión pura y sin mancha delante de nuestro Dios y Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo” (1:27).

Como creyentes, corremos el riesgo de reducir la fe al convertirla en una simple profesión teórica de la verdad, descuidando la práctica de esta. Es necesario entender que no se nos ha dado la opción de escoger entre solo una de las dos: profesión o práctica.

La transformación social no comienza en las calles o en los orfanatos. Comienza en el corazón

Santiago hace eco del Antiguo Testamento para todos aquellos que anhelamos vivir disfrutando una relación correcta con Dios y practicar una religión pura ante los ojos del Padre, diciendo que es necesario que como Iglesia nos ocupemos de los huérfanos y las viudas en sus aflicciones.

Jesús y los vulnerables

En su ministerio público, Jesús movió a muchas personas de la enfermedad a la sanidad, de la esclavitud a la libertad, del despropósito al significado y aun de la muerte a la vida. El Evangelio de Lucas relata que Jesús, al predicar en una sinagoga de Nazaret, leyó de Isaías lo siguiente:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19 cf. Is 62:1-2).

Este texto nos describe a nosotros. Antes de Cristo, vivíamos en una condición extremadamente vulnerable. Éramos pobres espiritualmente, con el corazón quebrantado. Vivíamos en cautividad, ciegos y oprimidos, pero Dios obró y nos otorgó la libertad a través de Cristo. Así el evangelio nos capacita para obrar a favor de los vulnerables siguiendo a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El cuidado que como hijos de Dios perseguimos por los vulnerables se desprende de la obra de Cristo en la cruz a nuestro favor.

La transformación social no comienza en las calles o en los orfanatos. Comienza en el corazón (cf. Mt 7:19-23). La transformación que ofrece Jesucristo tiene una dimensión social, pero primero es interna; es pública, pero antes es privada; es de todos los creyentes, pero sin duda es de cada individuo. Si esa realidad es abrazada por cada seguidor de Jesús, entonces la respuesta a las necesidades será llevada a cabo como lo hizo Jesús.

Los escritores Steve Corbett y Brian Fikker lo expresan de una manera precisa apuntando al pensamiento que tiene que caracterizar al creyente: “Yo no estoy bien, tú no estás bien; pero Jesucristo puede restaurarnos a ambos”.3 Sí, olvidar es característico de nuestra humanidad —como la historia de Israel nos recuerda— pero aquí hay algo para nunca olvidar como Iglesia. El Señor nos ayude a tener buena memoria para esto.


1 Alfonso Lockward, Nuevo diccionario de la Biblia (Miami: Editorial Unilit, 1999).
2 Christopher Wright, New International Biblical Commentary, Deuteronomy, 261-262.
3 Steve Corbett y Brian Fikkert, When Helping Hurts (Moody Publishers: Chicago, 2012), 64. Traducción propia.
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