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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Suicidio asistido (Andamio, 2020), por Vaughan Roberts. Para una idea completa de la visión del autor sobre este tema tan relevante, recomendamos la lectura de este recurso.

Gran parte de la campaña a favor del suicidio asistido está promovida desde una perspectiva secular, aquella que dice que no somos más que productos de una evolución sin un Dios. El rechazo de la existencia de un creador da lugar a una independencia radical. 

Sin embargo, en contra de la opinión predominante, la Biblia enseña que no somos seres autónomos. Los cristianos discrepamos en cómo interpretar los relatos de la creación de Génesis 1 y 2 y en la medida en que Dios usó procesos científicos, pero todos coincidimos en que fuimos creados por Él. No somos libres de escoger lo que queramos. Somos seres creados que han sido diseñados por un creador amoroso. 

Y dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó (Génesis 1:26-27).

Dios otorga a los seres humanos una gran responsabilidad como gobernantes de la creación bajo su autoridad, pero pone límites a nuestra libertad. Nunca debemos olvidar nuestro lugar como criaturas en el mundo de Dios. Así que, por ejemplo, no nos corresponde a nosotros decidir cuándo poner fin a nuestras vidas. Sin duda, deberíamos estar dispuestos a morir si así lo requiere la fidelidad a Cristo, pero aceptar las posibles consecuencias de obedecer a Dios es muy diferente a elegir morir de forma deliberada. Además, los cristianos ven el martirio como un sacrificio noble, pero siempre se han posicionado en contra del suicidio.

Como hemos sido creados a la imagen de Dios, no podemos tratar ninguna vida humana, incluida la nuestra, como algo carente de valor y propósito

La Biblia revela que, dado que hemos sido diseñados por Dios, también somos intrínsecamente dignos. Nuestras vidas son valiosas y tienen sentido, incluso cuando nosotros u otras personas no lo creamos. Es muy importante comprender esta idea: como hemos sido creados a la imagen de Dios, no podemos tratar ninguna vida humana, incluida la nuestra, como algo carente de valor y propósito. 

Podemos perder nuestro trabajo y sentir que no valemos nada. Pero en realidad no es así, porque nuestro valor no depende de lo que hacemos, sino de quiénes somos. Podemos suspender un examen, no encontrar pareja o sufrir una enfermedad degenerativa y pensar que, por esa razón, no tenemos ningún valor. Pero en realidad no es así, porque nuestro valor no depende de nuestra inteligencia, capacidad, estado civil o condiciones físicas; depende de Dios, quien nos creó y nos ama. 

Esto también debería hacernos ver a los demás de una forma distinta. El niño más indefenso, la persona más vulnerable y discapacitada, el anciano más dependiente, que ha perdido la memoria y la capacidad para valerse por sí mismo. Las vidas de todos ellos son valiosas realmente porque han sido creadas a la imagen de Dios. 

La independencia radical de la cosmovisión secular conduce a una dignidad frágil. Si los seres humanos somos solo animales, lo único que nos distingue de cualquier otra forma de vida es que poseemos mayores capacidades. No hay ninguna razón lógica para considerar que un ser humano con una capacidad limitada sea más digno o más valioso que un animal altamente funcional. Peter Singer, profesor de bioética en la Universidad de Princeton, sostiene que: 

“… una vez que desaparezca la jerga religiosa en torno a la palabra ‘humano’, dejaremos de ver como sagrada la vida de los miembros de nuestra especie, sin importar lo limitada que sea su capacidad para vivir de forma inteligente o incluso consciente”.

Singer define a las personas como “seres conscientes de sí mismos o racionales que, por consiguiente, son capaces de tomar decisiones”. De acuerdo con su definición, se deduce que algunos primates son personas y que algunos humanos no lo son, bien porque no están completamente desarrollados, como pasa con un bebé cuando aún está en el vientre, o bien porque tienen alguna discapacidad ya sea por una condición congénita o por los efectos de la enfermedad o el envejecimiento. No es de extrañar que apoye el aborto, la eutanasia e incluso, en determinadas circunstancias, el infanticidio. 

La dignidad humana solo será equitativa e inclusiva si proviene de haber sido creados a imagen de Dios y no de nuestras habilidades o capacidades

Obviamente, no estoy sugiriendo que todos los que rechazan la creencia de que los seres humanos estamos creados a imagen de Dios compartan estos puntos de vista. Pero es importante reconocer que negar el fundamento externo de la dignidad humana universal nos priva de cualquier base sólida. Cualquier criterio interno o proveniente de este mundo siempre se podrá dar en mayor o menor medida. Por ejemplo, las personas podemos ser más o menos racionales o sensibles. Eso significa que, según este criterio, la dignidad humana (a) no será equitativa, o (b) de serlo, se establecerá un umbral que podría excluir a algunos humanos. La dignidad humana solo será equitativa e inclusiva si tiene un fundamento externo, es decir, si proviene de haber sido creados a imagen de Dios y no de nuestras habilidades o capacidades. 

La humanidad tiene un historial espantoso de “recategorizar” a las personas: esclavos africanos, aborígenes australianos, judíos europeos o los bebés en el vientre. Si podemos crear categorías y decidir que los que entran dentro de X categoría ya no son humanos, nos vemos con el derecho de tratarlos de forma horrible o incluso deshacernos de ellos. Sin embargo, la Biblia no nos permite hacer eso porque todos hemos sido creados a imagen de Dios, lo cual nos dota de un valor inherente.

La dignidad humana no depende de lo que hacemos, sino de quiénes somos desde la creación. Dios nos ha diferenciado del resto del orden creado, y eso se aplica a todos los seres humanos: jóvenes y ancianos, nacidos y no nacidos, sin discapacidad y con discapacidad, altamente inteligentes y con capacidades cognitivas limitadas. 

Dios tiene el poder sobre la vida y la muerte. Por lo tanto, tenemos prohibido quitarnos la vida y asesinar a otros.


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