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Este 31 de octubre la Federación Luterana Mundial y el Papa de la Iglesia Católica Romana conmemorarán la Reforma Protestante en Lund, Suecia. La reunión celebrará “los sólidos progresos ecuménicos entre católicos y luteranos y los dones conjuntos recibidos a través del diálogo”, según el comunicado conjunto de la Federación y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

El 31 de octubre de 1517 el monje agustiniano Martín Lutero comenzó una discusión sobre el problema y los abusos de las indulgencias en la Iglesia Católica al clavar un documento con 95 tesis sobre la puerta de la iglesia de Wittenberg. La discusión produjo una controversia que se extendió por toda Europa, dando así inicio al movimiento conocido como la Reforma Protestante. Si bien la intención de Lutero no era dividir la Iglesia sino reformarla conforme a la Palabra de Dios, la fuerza bíblica de sus ideas y la resistencia católica hicieron que la división fuera inevitable.

¿Qué ha pasado en los casi cinco siglos desde entonces? El propósito de este artículo no es narrar en detalle los eventos relativos a la Reforma desde los primeros días hasta hoy. Pero en vista de la celebración ecuménica que ocurrirá en octubre, corresponde que como protestantes reflexionemos. ¿Es cierto que han habido “sólidos progresos” entre católicos y protestantes, y que tenemos “dones” que debemos celebrar conjuntamente? Permítanme compartir cinco observaciones.

  1. Los esfuerzos ecuménicos como este no son nada nuevo

Desde un punto de vista histórico, la conmemoración en Suecia no va a ser un evento original o aislado. Tomando en cuenta solo desde mediados del siglo pasado, los esfuerzos conciliatorios entre católicos y protestantes como este han abundado. En 1964, la Iglesia Católica comenzó a referirse a los “anatemas” condenados por el Concilio de Trento (1545-1563) como “hermanos separados” (aunque, vale decir, según la doctrina católica oficial, los protestantes siguen siendo anatemas). Treinta años más tarde en los Estados Unidos la declaración Evangelicals and Catholics Together fue una de las expresiones más claras de la creciente apertura a la reconciliación y unidad por parte de líderes en ambas tradiciones. En el año 2005, un conocido autor protestante sugirió que la Reforma ya se había acabado.

A lo que voy con estos ejemplos es que los movimientos y los encuentros ecuménicos como el de este año en Lund no son nada nuevo. Por lo tanto, como protestantes, esta reunión no nos toma por sorpresa.

  1. La FLM no representa a los protestantes

La Federación Luterana Mundial (FLM) no representa a todos los protestantes, por más grande que sea en términos de iglesias y miembros. La FLM es una comunión global de iglesias de una sola denominación. De hecho, como también es el caso con otras denominaciones protestantes, la FLM ni siquiera representa a todos los luteranos, sino a aquellos que prácticamente han abandonado las doctrinas que crearon la distinción católico-romana/reformado-protestante en primera instancia. En otras palabras, la FLM es luterana y protestante solo en nombre.

Por otro lado, una de las diferencias fundamentales entre protestantes y católicos es que los protestantes no tenemos un Papa, un representante oficial (excepto Cristo mismo; Col. 1:8). Aunque la participación de Francisco Bergoglio (el Papa) no sea del gusto de todos los católicos alrededor del mundo, su presencia es la presencia de la Iglesia Católica Romana.

El punto es que la FLM y el Papa pueden juntarse cuando quieran, y aunque esto ciertamente nos entristezca y desilusione, no cambia ni nos obliga a cambiar ninguna de nuestras convicciones distintivas. El evento de octubre no nos representa ni nos hace sentir representados.

  1. El conflicto entre los católicos y los protestantes continúa

Uno de los documentos que la interacción entre la FLM y la Iglesia Católica ha producido es Del Conflicto a la Comunión. El propósito de dicho documento es “explicar los dones de la Reforma y pedir perdón por las divisiones que siguieron a las disputas teológicas”. Como en todo movimiento ecuménico, la meta es restaurar la unidad, y para restaurar la unidad tiene que haber confesión, arrepentimiento, y perdón.

Estrictamente hablando, el perdón que Del Conflicto a la Comunión dice evocar tiene que ver no con la sustancia de disputas teológicas en sí, sino con las divisiones que las siguieron. En este sentido, el documento afirma que la responsabilidad, la culpa, es compartida. Demasiado a menudo los protestantes tendemos a idealizar tanto el movimiento reformador en general, a los reformadores en particular, e incluso a nosotros mismos como “reformados”. Pero es un hecho innegable que tanto ellos como nosotros, escudados detrás de nuestras convicciones teológicas, hemos pecado en incontables maneras en los últimos 500 años, tanto en el nivel colectivo como en el local e individual. En donde hayamos pecado, debemos arrepentirnos. En este sentido, los pasos que la FLM y la Iglesia Católica están tomando hacia la reconciliación lucen loables.

Sin embargo, lo que queda por responder es: ¿cuáles son esos “dones de la Reforma” que la Iglesia Católica Romana puede reconocer y celebrar? ¿Que hay millones de hermanos separados? Los únicos dones que la Reforma nos trajo son precisamente los que, desde el Concilio de Trento hasta el día de hoy, la Iglesia Católica oficialmente rechaza y considera anatema: que la Escritura es superior a la Tradición, que la gracia de Dios responde a la rebelión humana y no a su supuesta imperfección natural, que posterior a Adán el único sin pecado concebido es Cristo, que la justicia de Cristo nos es imputada solo por medio de la fe, que la justificación y la santificación son dos cosas diferentes pero que van de la mano, que solo Cristo es la cabeza de la Iglesia, que los sacramentos no actúan ex opere operato.

Si estos son los dones que Roma puede celebrar, vamos bien encaminados a la comunión. Si no lo son, el conflicto continúa.

  1. La única comunión de verdad es la comunión en la verdad

Lo anterior no niega que los católicos y los protestantes puedan ser amigos y estar de acuerdo en muchos puntos, y que puedan trabajar juntos en proyectos e iniciativas tales como afirmar y defender el valor de los niños en el vientre, socorrer a los refugiados, promover la paz, la justicia, y cuidar del medio ambiente.

Pero, a fin de cuentas, el problema de los esfuerzos ecuménicos entre la Iglesia Católica Romana y cualquier denominación protestante es que normalmente no se limitan a la obra social sino que incluyen aspectos religiosos y teológicos. Alguien tiene que ceder en sus convicciones más fundamentales. Y la historia nos da amplia evidencia que usualmente no es Roma la que cede.

Si como protestantes creemos que la Reforma nos trajo de vuelta las verdades fundamentales del evangelio –las verdades sobre las cuales nuestra redención depende– debemos mantenernos firmes en ellas. No nos podemos arrepentir de la verdad. No debemos preferir la unidad por sobre la verdad. Sí, debemos reconocer los errores cometidos durante la Reforma. ¿Debemos también reconocer que la Reforma en sí fue un error? Rotundamente no. Junto a Lutero, debemos seguir afirmado que nuestra consciencia está cautiva a la Palabra de Dios.

  1. La Reforma Protestante es para los protestantes

Finalmente, los movimientos ecuménicos asumen que las diferencias entre las tradiciones son cosas del pasado y que ya es tiempo de superarlas y de unirse. Esto parece ser cierto en cuanto a la FLM y la Iglesia Católica. ¿Pero cuál es el precio de esta unidad? Son precisamente las diferencias con la Iglesia Católica las que dieron vida a la Reforma Protestante. Y son precisamente esas diferencias las que nos dan vida hoy.

Pero a muchos de nosotros esto se nos ha olvidado. Muchos hoy somos protestantes solo en nombre. Las doctrinas bíblicas recuperadas en la Reforma ya no son preciosas para nosotros; decimos que las aceptamos sin realmente entenderlas, o nos contentamos con un conocimiento vago y superficial. Insistimos que conocemos la gracia de Dios en Cristo, pero estamos llenos de orgullo. Defendemos el evangelio, pero rara vez lo compartimos. Nos jactamos de tener solamente a Cristo como Cabeza de la Iglesia, pero nuestras iglesias están llenas de desorden y división. Nos burlamos de los que veneran a María, pero adoramos a las personalidades de la farándula evangélica. Defendemos nuestro acceso directo al Trono de Gracia, pero raramente vamos a él.

A casi 500 años del inicio de la Reforma Protestante, los protestantes debemos celebrar. Pero nuestra celebración debe involucrar renovado entendimiento y compromiso con la verdad. Debemos proclamar, ceñirnos, conformarnos y regocijarnos en la verdad. La Reforma es para nosotros. Que se junten el Papa y los “luteranos”: la Reforma continuará.

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