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La Trinidad es la doctrina fundamental de la fe cristiana. El Dios que es, que crea, que se revela, y que salva, es el Dios que al mismo tiempo es uno y tres: un Dios, tres Personas.  Padre, Hijo, y Espíritu Santo. El cristianismo es la religión de la Trinidad; y la Trinidad, más que una doctrina, es el Dios del cristianismo.

A lo largo de los siglos, los cristianos han confesado y defendido la fe en el Dios Trino. Como dice el Credo de Nicea:

“Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra… Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos… Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo…”.

La Biblia enseña esta doctrina claramente, aunque no de forma sistemática. No la enseña en un solo versículo o pasaje, ni exactamente en la manera en que los teólogos de la iglesia la han formulado a lo largo de la historia. Lo que la Biblia enseña, más bien, es la Trinidad en acción, y de esto tenemos evidencia abundante (ver por ejemplo Mt. 3:13-17; 28:18-20; 2 Co. 13:14; 1 P. 1:2; Ap. 1:1, 2, 4).

Además, como dijo el teólogo Louis Berkhof, “la prueba más contundente [de la Trinidad] se encuentra en los hechos de la redención: el Padre envía al Hijo al mundo, y el Hijo envía al Espíritu Santo”.[1] O sea, el evangelio es trinitario.

Pero esa prueba y esas evidencias, por contundentes que sean, aparecen solo en el Nuevo Testamento. ¿Qué hay del Antiguo Testamento (AT)? ¿Qué enseña sobre la Trinidad?

La unidad y pluralidad de Dios

La Trinidad está presente y activa en el AT pero, por así decirlo, está velada. Con todo, el AT sienta las bases de esta doctrina. De hecho, los fundamentos que establece son esenciales para la doctrina que el Nuevo manifiesta en plenitud.

Desde el Antiguo Testamento vemos que Dios crea por medio de su Palabra y da vida por medio de su Espíritu.

En términos generales, el AT enseña que hay un solo Dios verdadero (Éx. 20:3; Is. 44:6). De hecho, en vista del politeísmo prevalente en los pueblos que rodeaban a Israel, gran parte del AT tiene como como fin recalcar la confesión de que “el SEÑOR es uno” (Dt. 6:4-5).

Ahora bien, este Dios que es uno no es abstracto, uniforme, ni unidimensional. Al contrario, se nos presenta como un Dios vivo, cuya vida es abundante y plena. Además, desde el principio y a lo largo de la narrativa bíblica hay sugerencias de una cierta pluralidad en Dios: por ejemplo, el diálogo interno de Dios en la creación del hombre (Gn. 1:26); el Ángel del Señor, quien se distingue del Señor y no obstante tiene su autoridad (Gn. 16:6-13; 18:1-33; Éx. 3:1-4:17); y la Palabra, o sabiduría, de Dios, a la que se le atribuyen características divinas (Pr. 3:19; 8:1-36).

El “principio triple” en la creación y redención

En términos más específicos, el Antiguo Testamento manifiesta una especie de “principio triple” en la creación y redención. Aquí me baso en las reflexiones del teólogo Herman Bavinck. Según él, la manera en que Dios actúa en la creación (o revelación común) y en la redención (o revelación especial) sigue este principio triple, lo cual a la vez apunta a su naturaleza trina.[2]

En la creación, Dios crea por medio de su Palabra y da vida por medio de su Espíritu. Si leemos con atención, podemos observar esto desde el mismo comienzo. “Entonces dijo Dios: ‘Sea la luz.’ Y hubo luz” (Gn. 1:3). En el resto del capítulo se escucha el refrán: “Dijo Dios… y así fue” (Gn. 1:7, 9, 11, 15, 24). Dios habla y la creación es hecha; su Palabra es su poderoso agente creador.

Conocemos al Dios Trino, no porque lo encontramos en un diccionario, sino porque lo vemos actuar en la historia humana para nuestro bien y gozo eterno.

El Espíritu de Dios también está involucrado en la creación (Gn. 1:2). Por ejemplo, en la creación de la humanidad: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). Y también en la creación del cielo y las estrellas (Sal. 33:6), lo cual en la práctica representa al resto del universo. Como se puede notar, el papel del Espíritu se distingue de la Palabra al hacer presente a Dios en la creación, sosteniendo y embelleciendo lo que Él ha creado (Sal. 139:7; 104:30).

En la redención, Dios se revela objetivamente por medio de su Palabra y subjetivamente por medio de su Espíritu. En vista de la caída a causa del pecado, Dios revela a la humanidad sus propósitos bondadosos de salvación por medio de su Palabra: principalmente, en las promesas a los patriarcas y la ley mosaica (Gn. 12:1-3; Éx. 19:1ss). Interesantemente, la revelación de Dios siempre viene por medio de intermediarios, ya sean ángeles o seres humanos (p. ej. el Ángel del Señor, Moisés, los otros profetas). En este sentido, la revelación es objetiva, es decir, las promesas y los anuncios de las acciones de Dios vienen de manera externa.

La revelación subjetiva, o interna, viene mediante la acción del Espíritu de Dios. Aquí no estamos hablando de una “voz divina interior superior a la Biblia” sino de la regeneración o nuevo nacimiento por la obra del Espíritu (Jn. 3:3-8). De esto hay indicios a lo largo del Antiguo Testamento: el pueblo de Israel había recibido la revelación de Dios en forma externa, pero no bastaba con eso; además debía —necesitaba— recibirla en el interior. A eso se refiere la circuncisión del corazón y ese es uno de los grandes beneficios del Nuevo Pacto (Jer. 31:31-33; ver también Dt. 10:16; 30:6). En palabras de Ezequiel:

“Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi espíritu y haré que anden en mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente mis ordenanzas”, Ezequiel 36:26, 27.

En resumen, desde el AT vemos que Dios crea por medio de su Palabra y da vida por medio de su Espíritu; Dios se revela objetivamente por medio de su Palabra y subjetivamente por medio de su Espíritu. Esto nos apunta a la doctrina de la Trinidad que vemos con más claridad en el Nuevo Testamento.

El Dios que crea y promete redención en el Antiguo Testamento es el mismo que la lleva a cabo y la aplica en el Nuevo.

A todo lo anterior, vale la pena añadir que hay lugares en el AT en donde la Trinidad, si bien no mencionada como tal, es prácticamente ineludible. Es cosa de leer la profecía de Isaías, en donde el Siervo del Señor dice:

“El Espíritu del Señor Dios está sobre mí,
Porque me ha ungido el Señor
Para traer buenas nuevas a los afligidos.
Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón,
Para proclamar libertad a los cautivos
Y liberación a los prisioneros;
Para proclamar el año favorable del Señor” Isaías 61:1-2.

Conclusión

Alguien podría decir: “¿Por qué la Biblia no nos enseña la Trinidad desde el comienzo y ya?”. A eso se puede responder brevemente que Dios en su sabiduría no decidió revelarse instantáneamente, de una vez por todas, sino progresivamente, actuando y revelando su ser, su carácter, y su plan de salvación a través de las edades. La Biblia es el testimonio de esa salvación. Conocemos al Dios Trino, no porque lo encontramos en un diccionario, sino porque lo vemos actuar en la historia humana para nuestro bien y gozo eterno.

Ya sea de forma general o particular, el AT sienta los fundamentos de la doctrina de la Trinidad. Para reiterar las palabras de Berkhof, “la prueba más contundente [de la Trinidad] se encuentra en los hechos de la redención”. Esos hechos tienen su base en las acciones y promesas de Dios. El Dios que crea y promete redención en el Antiguo Testamento es el mismo que la lleva a cabo y la aplica en el Nuevo.

La Trinidad es una doctrina bíblica que aparece más visiblemente en el Nuevo Testamento. Pero eso no quiere decir que sea una doctrina del Nuevo Testamento exclusivamente. Como con todas las doctrinas centrales del cristianismo, sus bases están en el AT y su plenitud se manifiesta conforme a la naturaleza de la revelación. De hecho, la doctrina de la Trinidad se derrumba sin esas bases, y junto con ella nuestra fe y esperanza.


[1] Summary of Christian Doctrine (Eerdmans, 1939), p. 42-43.

[2] Reformed Dogmatics, Vol. 2: God and Creation (Baker Academic, 2004), p. 261-264.


Imagen: Lightstock.
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