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El cautiverio de Judá en Babilonia marca uno de los momentos más importantes en la historia bíblica. Este exilio formó parte del juicio de Dios contra su pueblo en el tiempo del Antiguo Testamento. ¿Cuánto tiempo duró y por qué es tan importante para nosotros hoy?

Para empezar, el profeta Jeremías profetizó (alrededor del año 600 a. C.) sobre el tiempo del exilio, afirmando que duraría 70 años (Jer. 25:11-14). Dios también habló por medio de Jeremías que, cuando se cumpliese ese tiempo, Él visitaría a su pueblo y despertaría sobre ellos su buena palabra para hacerlos volver a su tierra (29:10-11; cp. Dn. 9:2; Zc.1:12). Estas palabras comenzaron a cumplirse cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, llevó cautivo en tres distintas deportaciones a los habitantes más prominentes de Jerusalén.

Sin embargo, para entender la importancia de este evento para nosotros hoy, necesitamos conocer cómo ocurrió. Esto requiere mirar el contexto de la historia de la monarquía de Israel.

Entender el exilio en Babilonia

Luego de la muerte del rey Salomón, hijo de David, el reino unido de las 12 tribus de Israel se dividió en dos reinos. Roboam, hijo de Salomón, permaneció como rey en Judá dentro del territorio sur, con su capital en Jerusalén. Por su parte, Jeroboam se proclamó rey de las diez tribus del norte teniendo a Samaria como capital.

Cada reinado tuvo unos 20 reyes. Todos los reyes del reino del norte actuaron contra los estatutos de Dios, y crearon un sistema de adoración al levantar lugares profanos para la adoración de dioses paganos. Asimismo, pocos de los reyes del sur velaron por tener un servicio de adoración a Dios conforme a lo Él había ordenado. Esto fue a pesar de que venían de la descendencia de David y tenían el templo de Dios en Jerusalén. Como sus parientes del norte, la mayoría de los reyes de Judá se corrompieron y permitieron la idolatría y la injusticia social.

Durante el exilio vemos un prototipo de la iglesia invisible y dispersa, que al mismo tiempo está unida por una fe común en el Mesías.

Dios previó desde el tiempo de Moisés (Dt. 29-30) que su pueblo se corrompería en idolatría y sería enjuiciado mediante un exilio. Así que el juicio llegó. Primero a Israel, alrededor del 721 a. C. (cuando el imperio asirio conquistó Samaria), y luego a Judá en el sur.[1]

Más de 110 años después de la caída del reino del norte por los asirios, el peligro aumentó contra el reino del sur. Esta vez no tanto por Asiria, sino por Egipto, a raíz de un conflicto político donde Josías, rey de Judá, quiso entrar en batalla contra faraón Necao (2 Cr. 35:21-22). Josías perdió la vida de manera inesperada con tan solo 39 años, y el reino del sur pasó a ser vasallo de Egipto.

Para ese tiempo (610 a. C.), Nabopolasar de Babilonia, junto a su hijo Nabucodonosor, habían subyugado a Asiria, y se convirtieron en la máxima potencia mundial. Por eso Babilonia tomó el control tributario sobre Judá, que era gobernada por Joacim (hijo de Josías).

Es interesante notar que Dios le hablaba a la nación de Judá por medio de Jeremías para que se sometiera a Babilonia conforme al plan que Él tenía para ellos, pero el pueblo no escuchó la voz del profeta, sino que el rey Joacim quemó el rollo de Jeremías y apresó al profeta (Jer. 36:29-32). El juicio vino entonces a Judá y la cautividad comenzó.

Nuestro llamado como creyentes en la Babilonia en donde nos toca vivir es integrarnos en la cultura sin capitular ante ella.

No hay un común acuerdo acerca de los eventos que demarcan exactamente los 70 años del exilio. Algunos eruditos los cuentan desde que Judá estuvo por primera vez bajo control extranjero, con la muerte de Josías en el 610 a. C., hasta la caída de Babilonia en el 538 a. C. Pero James Ussher, en la obra The Annals of the World (Los anales del mundo), ofrece un dato más asertivo.[2] Él cuenta los 70 años desde el apresamiento de Joacim alrededor del 607 a. C.[3] hasta la muerte del padre de Ciro el Grande, en el 537 a. C., cuando Ciro decreta un permiso para que los judíos residentes en su imperio puedan regresar a su tierra.[4]

En cualquier caso, los profetas afirmaron que estos 70 años de cautiverio se cumplieron según la profecía (Is. 44:28; 45:13; Hag. 2:3; 2 Cr. 36:22-23; Ez. 1:1,2,7; 5:13-14; 6:2-5).

¿Qué importancia tiene para nosotros?

Este evento es importante porque testifica de la soberanía y fidelidad del Señor. La Palabra de Dios se cumplió para juicio de unos y misericordia de otros. Dios prometió maldición para enjuiciar el pecado y prometió bendición para tener misericordia de quien Él quiso tener misericordia (Ro. 9:15-16). De hecho, no quedó impune el pecado de las naciones que dañaron a Israel. Dios usó a Babilonia como instrumento de juicio contra Asiria y Egipto, y usó a Ciro como instrumento de juicio contra Babilonia y de restauración para Israel.

Este evento es importante porque marca un hito en la historia de la redención. Israel pasó de ser una nación teocrática a un reino espiritual disperso y unido por la fe. Durante esos 70 años ya no había templo, no había sacrificios expiatorios, no había sacerdotes. Cada judío debía ser fiel al Señor y guardar la fe en medio de una sociedad secular divorciada de las leyes ceremoniales y espirituales de Israel. De ahí surgieron las sinagogas, las cuales eran lugares de reunión donde los creyentes judíos leían la ley de Moisés, meditaban, oraban, cantaban al Señor, y clamaban por justicia (Sal. 137). Durante el exilio vemos un prototipo de la iglesia invisible y dispersa, que al mismo tiempo está unida por una fe común en el Mesías, Jesucristo (Ef. 2:18; 4:4-6).

Dios tiene control y actúa soberanamente como Él quiere, cuando Él quiere, con quien Él quiere, porque Él reina.

Este evento es importante porque el exilio es una figura que describe al creyente como un extranjero y peregrino. La orden de Dios a su pueblo cautivo en Babilonia fue edificar casas y vivir en ellas, plantar huertos y comer de su fruto, tomar mujeres y hacer familia, y buscar el bienestar y la paz de la ciudad donde estaban desterrados (Jer. 29:4-7). De ahí podemos derivar que nuestro llamado como creyentes en la Babilonia en donde nos toca vivir es integrarnos en la cultura sin capitular ante ella (Jn. 17:15; 1 P. 2:11), conforme a la vocación de cada uno.[5] Dios nos llama a ser sal y luz en medio de un mundo babilónico (Mt. 5:13-16).

Por último, este evento es importante porque nos recuerda que los reinos del mundo son del Señor. Los reinos de este mundo ascienden y desaparecen. Así pasó con Asiria, Egipto, Babilonia, Media-Persia, Grecia, y Roma. Todos ellos fueron imperios poderosos que dejaron de ser, pero la Palabra del Señor permanece para siempre.

Nuestro corazón desfallece y se preocupa cuando vemos la agenda anticristiana de los gobiernos del mundo. Sin embargo, la historia del exilio babilónico es una evidencia de que Dios tiene control y actúa soberanamente como Él quiere, cuando Él quiere, con quien Él quiere, porque Él reina (Sal. 93:1; Ap.19:16). Dios movió los reinos de este mundo para favorecer el restablecimiento de los judíos en su tierra después de los 70 años en Babilonia. De igual manera, el Señor prometió y cumplirá que “el reino del mundo ha venido a ser el reino de nuestro Señor y de Su Cristo. El reinará por los siglos de los siglos” (Ap. 11:15).


[1] Alrededor del año 721 a. C. el imperio asirio conquistó a Samaria. Expatrió a los israelitas del reino del norte para llevarlos al destierro en Asiria. Al mismo tiempo, introdujeron colonos paganos para que ocuparan Samaria, evitando así cualquier resistencia futura. Esto hizo que Samaria adoptara un sincretismo religioso que prevaleció hasta los días de Cristo (ver 2 R. 17:7-40; cp. Juan 4:9-22).

[2] James Ussher, The Annals of the World, ed. Larry and Marion Pierce (Green Forest, AR: Master Books, 2010), Kindle Edition, p. 96.

[3] El rey Joacim fue llevado encadenado a Babilonia (2 Cr. 36:6) y luego se le permitió volver a su casa como vasallo por 3 años (2 R. 24:1).

[4] Ibíd., p. 118.

[5] Vale la pena recordar que Dios llamó a Jeremías a ministrar a los pobres que permanecieron en la ciudad devastada en Jerusalén (Jer. 40:6-7). Dios también envió a Ezequiel a ministrar a los cautivos en Babilonia junto al río Quebar (Ez. 1:1). Además, Dios comisionó a Daniel al enviarlo al palacio del más poderoso emperador del mundo, el rey Nabucodonosor, quien fue sorprendido por la gracia de Dios por medio de Daniel como instrumento (Dan. 4:1-37).


Imagen: Lightstock.
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