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Los cristianos menos maduros pueden poner caras ante las llamadas “doctrinas de la gracia” como los niños fruncen el ceño hacia el sushi. Sin embargo, lo hacen solo porque aún no han llegado a conocer sus alegrías más profundas. Los que son maduros crecen en rigor, profundidad, y seriedad sobre la doctrina, sabiendo que la doctrina produce gozo, no aburrimiento.

Para muchos, una especie de “mayoría de edad” espiritual (desde las “simples verdades” del evangelio hasta las enormes realidades teológicas que alimentan, sustentan, fortalecen, y surgen de esas verdades) significa entrar en el horno del cristianismo que algunos han llamado “calvinismo”. Es un término extraño. Las verdades enfatizadas en ese “sistema” no eran nuevas hace 500 años con Juan Calvino. La soberanía absoluta de Dios en todas las cosas, incluyendo la salvación, está presente (a menudo sorprendentemente) en las Escrituras del Antiguo Testamento, y posteriormente es difundida en el Nuevo. Luego, después de la Edad Oscura, llegó una gran temporada de redescubrimiento con la Reforma. Antes de que Calvino enseñara la grandeza de Dios en la segunda generación, Lutero lo hizo en la primera. Y mucho antes de Lutero, Agustín lidió seriamente con la soberanía y la divinidad de Dios.

“Calvinismo” es una especie de apodo, como Spurgeon lo llamó, para las “antiguas doctrinas fuertes…. que son, sin duda y verdaderamente, la verdad revelada de Dios tal como es en Cristo Jesús”. Así también, Jonathan Edwards confesó que no dependía de Calvino, pero estaba dispuesto a usar el término si ayudaba a los fieles a distinguir entre la verdad eterna de Dios y las incursiones del pensamiento incrédulo. Edwards escribe en su prefacio a The Freedom of the Will (La libertad de la voluntad):

“No debería tomar nada mal que me llamen calvinista, por el bien de la distinción; aunque niego completamente una dependencia de Calvino, o creer en las doctrinas que sostengo solo porque él las creía y las enseñó, y no puedo ser acusado justamente de creer en todo como él lo enseñó”.

Deleite agustiniano

Cuando se trata de teología, uno de los peligros que enfrentamos es enfatizar la veracidad de una doctrina de manera tal que menospreciemos su bondad y deleite. “Necesitamos repensar nuestra soteriología reformada”, afirma John Piper en su biografía de Agustín, “para que cada miembro y cada rama del árbol esté llena de la savia del deleite agustiniano”.

Agustín, más que la mayoría, escribió no solo de la verdad, sino del gozo. Popularmente afirma en sus Confesiones que los corazones humanos no encuentran descanso hasta que encuentran su descanso en Dios, y escribe de Dios no solo como soberano en poder, sino también como el “gozo soberano”, el tesoro supremo del universo (Mt. 13:44; Fil. 3:7-8), el Gozo sobre todo gozo y en todo gozo, y Dios como el “supremo gozo” (Sal. 43:4).

Nadie peca por deber… Pecamos por el beneficio de algún placer, y luego encontramos vacío, una y otra vez

Entonces, ¿cómo podría sonar, y cómo podría gustarle al paladar en proceso de madurez, hablar no solo de la verdad, sino también de la bondad y el gozo de las llamadas “doctrinas de la gracia”? Los cinco puntos del calvinismo (resumidos en inglés con el acróstico TULIP [tulipán], como respuestas a cinco errores teológicos específicos) pasan de la incapacidad del hombre para obtener verdadero gozo, a las partes del Padre, del Hijo, y del Espíritu en asegurarlo; a la parte del hombre y ahora habilidad, incluso garantía, de perdurar en ese gozo. Considera estos cinco pétalos famosos, y prueba la savia del deleite en cada miembro y rama del árbol.

Depravación total

“La depravación total”, dice Piper, “no es solo maldad, sino también la imposibilidad de ver la belleza de Dios y la falta de vida para experimentar el gozo más profundo”. La depravación en nosotros no produce deleite a largo plazo, sino miseria, una miseria escogida por uno mismo y una miseria que Dios impone en justa retribución. Incluso en el corto plazo, como el pecado sostiene sus promesas engañosas de placer, no somos verdaderamente felices en nuestra depravación. Nadie peca por deber, pero tampoco el pecado hace a nadie profundamente y eternamente feliz. Pecamos por el beneficio de algún placer, y luego encontramos vacío, una y otra vez, y otra vez.

La depravación total significa que somos totalmente incapaces, por nuestra cuenta, de escapar de la prisión de nuestra miseria, totalmente incapaces de asegurar el gozo que nuestros corazones anhelan. Nuestra condición natural, salpicada de emociones delgadas y huecas, no es feliz. Fuera de Cristo, estamos muertos al verdadero gozo (Ef. 2:1, 5; 4:18) y ciegos a la verdadera belleza (2 Co. 4:4). Sin embargo, son los “débiles”, “los impíos”, “los pecadores”, sus “enemigos” a los que Dios reconcilió consigo mismo en Cristo (Ro. 5:6-10), llevándolos al verdadero regocijo (Ro. 5:11).

Elección incondicional

Elección incondicional significa que la compleción de nuestro gozo en Jesús estaba planeada para nosotros desde antes de que siquiera existiéramos”. El Padre escogió a su pueblo para compartir con ellos su gozo infinito, incluso antes de que existieran, por no mencionar antes de que hubieran hecho algo bueno o malo. ¿Cómo podría esto cambiar nuestro hablar sobre tal elección divina para enfocarnos más en el don de la bienaventuranza eterna y menos en la pérdida de la autonomía percibida? El Padre no estaba, en Cristo Jesús, robando a la humanidad de su capacidad de elegir. Más bien, de una raza de rebeldes incapaces, eligió a un pueblo, en pura gracia y misericordia, para que compartieran con Él la infinita bienaventuranza de la Deidad.

Para el pueblo de Dios, nuestro gozo final es tan seguro como la muerte y resurrección del Hijo de Dios

Si estás en Cristo, Dios te escogió para gozo, antes de que tuvieras cualquier opción, o pudieras cumplir cualquier condición. Él “nos ha bendecido… en Cristo. Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:3-4). El Dios soberano, que es el Gozo soberano, “obra todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Ef. 1:11), y su voluntad para con su pueblo es hacerlos irrevocablemente e irrefutablemente felices para siempre.

Expiación limitada

“La expiación limitada es la certeza de que el gozo indestructible en Dios está asegurado para nosotros de un modo infalible por medio de la sangre del pacto”. El Padre no solo chasqueó los dedos, giró un interruptor, o agitó una varita para asegurar el gozo eterno de su pueblo. El mundo real es más complicado que eso, y el gozo verdadero es mucho mejor. Dios es a la vez irreprochablemente justo y está lleno de amor y misericordia. Para pagar la pena de los totalmente depravados, dio a su propio Hijo, quien abrazó la misión y fue de manera voluntaria. Y el don del propio Hijo de Dios hizo que el gozo final no solo fuera posible sino seguro. Para el pueblo de Dios, nuestro gozo final es tan seguro como la muerte y resurrección del Hijo de Dios.

Jesús compró nuestro gozo a costa de su propio dolor y sufrimientos. El verdadero gozo es costoso, no barato. Y para su pueblo, sus ovejas, su novia, no solo ha asegurado la oferta de salvación, sino que también la efectúa para nosotros y en nosotros.

Gracia irresistible

“La gracia irresistible es el compromiso y el poder del amor de Dios asegurándose de que no nos aferremos a placeres suicidas y liberándonos, por medio del poder soberano, para disfrutar de los deleites supremos”. El Padre no solo planea, y el Hijo lo logra, sino que Dios el Espíritu aplica invenciblemente la obra del Hijo, en su tiempo perfecto, al pueblo escogido por el Padre. Precisamente cuando Él quiere, el Espíritu irrumpe en vidas depravadas e inconscientes de su miseria eterna por el pecado, y cambia el corazón de manera irrevocable. Él vence nuestra esclavitud a las miserias del pecado, y nos libera para el gozo superior disponible solo en Dios.

Como Él lo permita, podemos resistirnos durante una temporada, pero solo mientras lo permita para sus buenos propósitos. Cuando está listo, rompe amorosamente nuestra resistencia. Él abre nuestros ojos a la verdad, a la belleza, y al valor superior de Jesucristo como el Gozo sobre todos los demás gozos.

La perseverancia de los santos

“La perseverancia de los santos es la obra todopoderosa de Dios para guardarnos, a través de toda aflicción y sufrimiento, para recibir una herencia de placeres a su diestra para siempre”. Finalmente, vamos desde la miseria del hombre en nuestro pecado, al Padre escogiendo el gozo para su pueblo que está por ser creado, al Hijo asegurándolo, y al Espíritu aplicándolo, hasta llegar al hombre, en Cristo. Dios obra en nosotros para que perseveremos en el gozo de la fe a través de los altibajos de la vida en esta era. Judas cierra su breve carta: “Y a Aquel que es poderoso para guardarlos a ustedes sin caída y para presentarlos sin mancha en presencia de Su gloria con gran alegría” (Jud. 24).

La perseverancia no pretende líneas rectas o vidas sin sufrimiento. La perseverancia promete la protección final, la seguridad eterna. En Cristo, la promesa de perseverancia dice: “su tristeza se convertirá en alegría” (Jn. 16:20) y “nadie les quitará su gozo” (Jn. 16:22).

El gozo suena como la nota final

Dios es el gran narrador. Él no dibuja con líneas rectas y finas desde la conversión hasta la gloria. Él es el maestro de los altibajos. Él no es tan frágil como para ser alérgico a sufrir cualquier aparente derrota. De hecho, en esta era caída y enferma de pecado, Él se glorifica con las historias de éxito después de una derrota. Su gente está a menudo en una baja. “Muchas son las aflicciones de los justos” (Sal. 34:19). “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22).

Dios como nuestro Gozo soberano no significa que cada momento de nuestras vidas serán agradables y sin complicaciones. Pero sí promete que siempre hay un gozo más profundo y mayor que cualquier dolor y sufrimiento que encontremos. No significa que nuestros problemas sean insignificantes. Sino que nuestros sufrimientos, en Cristo, no tienen la última palabra. El gozo es la última palabra. El gozo sonará como la nota final.

Es por eso que todos nosotros, como Spurgeon y Edwards, que estamos dispuestos a llevar el nombre de “calvinista”, por el bien de la distinción, haríamos bien en mostrar al mundo, y a la iglesia, no solo nuestro impulso por la verdad, sino también el gozo y la gracia que producen tales verdades.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Sergio Paz.
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