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Como protestantes, herederos de la Reforma, estamos tristemente acostumbrados a las rupturas eclesiásticas. Por eso nos resulta difícil comprender la importancia del cisma masivo de 1054 d. C., cuando la Iglesia de Oriente se separó de la de Occidente. La división entre la Iglesia occidental (que ahora incluye el catolicismo romano y el protestantismo) y la Iglesia ortodoxa oriental, no fue causada por debates sobre la deidad de Cristo o, incluso, la justificación por la fe. Fue por algo mucho más sutil; algo que llamamos la cláusula filioque.

Puede que conozcas este debate y te parezca trivial. Otros quizás tengan poca idea de lo que estoy hablando. Pero estoy convencido de que este debate es importante, especialmente para los pastores protestantes. Así que permíteme dar un breve resumen, por si acaso estás un poco confundido o desconoces por completo los detalles, para luego argumentar por qué es importante para los pastores. Aunque hay muchos detalles políticos y eclesiológicos interesantes en la historia, me centraré principalmente en los aspectos teológicos.

El filioque y la autoridad de la Escritura

Desde los primeros credos niceno y constantinopolitano, la confesión del Espíritu Santo decía así: «Señor y dador de vida, que procede del Padre». El Espíritu procedía solo del Padre, no del Hijo. Ahora bien, no sabemos exactamente cuándo, pero con el tiempo Occidente añadió una frase: «Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo». (La palabra latina, filioque, significa «y del Hijo».) Este movimiento confesional de añadir «y del Hijo» fue condenado en Oriente por el Patriarca Focio I de Constantinopla en 864 d. C.

Esta variación se convirtió en la forma en que Oriente y Occidente se distinguieron en el frente misionero, y también trajo consigo muchas tensiones políticas. Occidente adoptó oficialmente el credo enmendado en 1014, lo que llevó a Oriente a separarse oficialmente en 1054 d. C.

Puede que este debate no parezca tan importante como el de la justificación por la fe sola, por ejemplo. Pero tiene una gran importancia histórica, porque en la controversia filioque podemos citar un ejemplo en el que la autoridad de las Escrituras triunfó sobre la autoridad de los concilios. Algunos pueden objetar que todo fue un juego político. Los católicos romanos pueden argumentar que nada era oficial hasta que intervino el papa y que, por tanto, triunfó la autoridad de la iglesia. Pero al final, fueron pastores y teólogos los que tuvieron que esforzarse con sus biblias para explicar, no solo la autorrevelación de Dios, sino también cómo Dios participa en redimir y sostener a Su pueblo.

No pretendo restar importancia a los credos ni a la labor de los concilios eclesiásticos. Los siete primeros concilios son un buen juez de la ortodoxia cristiana, y podemos considerarlos como una norma para el cristianismo bíblico que debemos ser muy lentos en cuestionar. Pero sus conclusiones deben rendir cuentas a la Palabra de Dios. Es aquí, en la controversia sobre el filioque, donde los pastores protestantes —de hecho, todos los cristianos que se toman en serio la autoridad final de la Biblia— pueden encontrar un buen ejemplo, dejando a un lado las luchas políticas, de cómo la iglesia se esfuerza por ser fiel a la Palabra de Dios.

Evidencias de la cláusula filioque

Solo porque un acontecimiento histórico dé crédito a la causa protestante no significa que sea legítimo. Aun así, creo que la Biblia nos da todas las razones para creer que la cláusula filioque refleja fielmente la obra y la Palabra de Dios.

El discurso del aposento alto del Evangelio de Juan es el lugar más obvio para empezar, donde Jesús pasa bastante tiempo hablando sobre el «envío del Espíritu». Allí leemos que el Hijo envía al Espíritu, «que procede del Padre» (Jn 15:26). Además, Jesús consuela a Sus discípulos al decirles: «Les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, se lo enviaré» (Jn 16:7, énfasis mío). Otros pasajes (Jn 16:13-15; 15:26; 14:26; Mt 3:16; cf. Mc 1:10; Lc 3:22) nos ofrecen una imagen más compleja de la relación del Padre, el Hijo y el Espíritu que la que ofrece la Iglesia oriental. Robert Letham comenta sobre esta complejidad:

El Espíritu Santo oye al Padre, recibe del Padre, toma del Hijo y lo da a conocer a la iglesia, procede del Padre, es enviado por el Padre en nombre del Hijo, es enviado por el Hijo desde el Padre, se apoya en el Hijo, habla del Hijo y glorifica al Hijo.

Algunos han respondido diciendo que la forma en que Dios se revela en la historia humana no es necesariamente una imagen fiel de Su realidad eterna. Pero si la autorrevelación de Dios no indica quién es en realidad, entonces se nos deja especular en nuestra búsqueda del verdadero conocimiento de Dios y se menoscaba la autoridad de la Escritura. Es aquí, una vez más, donde la autoridad de la Escritura pasa al primer plano. Si la Biblia no puede darnos un conocimiento verdadero de Dios, entonces tenemos un problema mayor que un cisma eclesiástico.

Pero la Biblia es una fuente confiable de nuestro conocimiento de Dios, y el lenguaje que utiliza sobre Dios nos da una idea de quién es. Cuando el Nuevo Testamento habla del Espíritu Santo como el Espíritu de Cristo, no solo como el Espíritu de Dios, nos está diciendo algo importante sobre la relación entre la Persona del Espíritu y la Persona del Hijo (Ro 8:9; 1 P 1:11). Es Cristo quien bautiza con el Espíritu Santo (Mt 3:11; Hch 1:5; Hch 11:16). Es Cristo quien promete y envía al Espíritu como Aquel que mediará ahora la presencia activa de Cristo en el mundo. Esto queda claro en el libro de los Hechos, donde el Espíritu infunde poder a los primeros cristianos para ser testigos de Cristo hasta los confines de la tierra (Hch 1:8), y es por medio del Espíritu que Cristo está con ellos hasta el fin del mundo (Mt 28:20).

El filioque para la predicación y el discipulado

Llegados a este punto, podemos empezar a reconocer la importancia de la cláusula filioque para la predicación y el discipulado. Los líderes de la iglesia no solo oran para que los miembros sean más santos, sino para que sean conformados a la imagen de Cristo (Ro 8:9; 1 Co 3:18; 15:49). Así que Pablo puede decir que si tienes el Espíritu de Cristo en ti, entonces tienes a Cristo mismo en ti (Ro 8:9-10). Si tenemos el Espíritu de Cristo, seremos conformados a Su imagen, ya que el Espíritu es el poder del Padre, quien resucitó a Cristo de entre los muertos. Este Espíritu resucitador no solo nos da vida nueva y nos hace santos como Cristo, sino que también es la esperanza de nuestra resurrección física cuando Cristo vuelva con poder (Ro 8:10-11). Para los cristianos que desean hacer de Cristo el centro de la actividad redentora de Dios, la cláusula filioque hace un buen trabajo al enfatizar ese punto de las Escrituras.

Cuando digo que este es un tema importante para la predicación y el discipulado, no quiero decir que tenga que ser el tema de nuestra predicación y discipulado. Creo que eso sería insensato. Lo que quiero decir es que debemos esforzarnos por comprender a Dios a través de cómo se revela en las Escrituras. Ello debería informar nuestras oraciones y la forma en que hablamos de la presencia activa de Dios en la vida de Sus hijos. Influye en cómo hablamos de la santidad y en cómo los pastores y líderes deben llamar a las personas a la piedad. Cuando oímos las palabras: «Sean santos, porque Yo soy santo» (Lv 11:44; 1 P 1:16; véase también Mt 5:48), adquieren un significado más rico cuando es el Espíritu de Cristo quien mora en nosotros y nos capacita para ello.

Sin esta visión de la cláusula filioque, no creo que tengamos una comprensión tan clara de la obra y el papel del Espíritu en la vida de los creyentes; tampoco creo que tengamos tanta certeza sobre el ser de Dios.

Mi temor es que los pastores y teólogos no hablen mucho de la cláusula filioque porque no hablan mucho de la Trinidad. Como Carl Trueman ha dicho con frecuencia, nuestras iglesias pueden creer en la Trinidad, pero no suelen ser muy diferentes de las iglesias unitarias que hay en la calle de al lado. Para hablar de Dios de una manera que sea exclusivamente cristiana, nuestro lenguaje debe estar lleno de lenguaje trinitario.

La cláusula filioque no es de una mentalidad tan celestial que no sirva para nada en la tierra. Es útil para los cristianos que deben predicar, cantar y pensar mucho sobre Dios que es Tres-en-Uno, nos ha salvado y nos guarda hasta que el Hijo de Dios, Jesucristo, la segunda Persona de la Trinidad, venga otra vez.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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