×

Comentando el Salmo 93, Juan Calvino expresó que «los cielos giran diariamente, y, tan inmensa como es su estructura e inconcebible la rapidez de sus revoluciones, no experimentamos ninguna conmoción».

Algunos han interpretado estas palabras como un ataque directo al modelo heliocéntrico de Nicolás Copérnico, en el que la tierra se describe como uno más de los planetas que revolucionan alrededor del Sol. Pero esta es una conclusión precipitada, pues el teólogo simplemente estaba expresando el conocimiento astronómico típico de la época.1 Faltaban muchos años para que la teoría de Copérnico fuera completamente aceptada incluso por la comunidad científica.

Calvino no estaba en contra del conocimiento científico. De hecho, el trabajo del reformador de Ginebra en la Institución de la Religión Cristiana contiene varias ideas importantes para el desarrollo de la ciencia moderna. Estas semillas teológicas, a su tiempo, florecieron en el trabajo de figuras como Johannes Kepler, Robert Boyle e Isaac Newton.

Las enseñanzas de Calvino no solo impulsaron a los protestantes a desarrollar conocimiento científico propio, sino que también los exhortaron a aprovechar el conocimiento científico producido por los intelectuales que no compartían la fe cristiana.

La gloria de Dios se revela en la creación

En el primer libro de la Institución, Calvino argumenta que tanto los paganos como los miembros de la iglesia pueden, de alguna manera, buscar a Dios al mirar las señales de arriba: el retumbar de los truenos y el iluminar de los relámpagos son testigos del poder de Dios (p. 21). Esta idea sencilla, basada en Romanos 1, ofrece una poderosa razón para impulsar el quehacer científico —particularmente el que procura contemplar los cielos con mayor detenimiento—, no solo entre los creyentes, sino también entre los incrédulos.

Para los que adoran al Señor, observar el firmamento aumentará su asombro por el Creador

Para los que adoran al Señor, observar el firmamento aumentará su asombro por el Creador. Para los que dudan, como escribe el reformador, el «poder de Dios nos lleva a discernir Su eternidad, porque el que da origen a todas las cosas es eterno y no tiene más comienzo que Él mismo» (p. 21).

En otro lugar de la Institución, Calvino admite que «las personas instruidas o más inteligentes y los científicos tienen ventaja para comprender los secretos de Dios» (p. 17). Así que, el Señor del cielo y de la tierra bien puede usar el estudio del cielo y de la tierra para abrir los ojos de aquellos que se encuentran extraviados en su pecado.

Toda verdad es verdad de Dios

Si bien la realidad bíblica de que el entendimiento del ser humano está entorpecido por el pecado (1 Co 2:14) es un tema recurrente en la Institución, Calvino reconoce que sería un error asumir que eso significa que debemos ignorar las verdades descubiertas por los científicos paganos. Él escribe que «si admitimos que el Espíritu de Dios es como una fuente única de verdad, no menospreciaremos la verdad aparezca donde aparezca; de lo contrario, estaríamos insultando al Espíritu de Dios» (p. 200).

Calvino distingue entre la «inteligencia de las cosas de aquí abajo» y la «inteligencia de las cosas celestiales». En las primeras —que incluyen las ciencias técnicas, la filosofía y las artes liberales—, según el teólogo francés, incluso los paganos pueden destacarse (p. 198). Calvino reconoce la capacidad del hombre para construir sobre lo que otros han hecho, aprendiendo y mejorando lo que se aprende, lo cual es crucial en las ciencias. Esto es, dice Calvino, «una gracia particular de Dios» que se encuentra tanto en buenos como malos (p. 200). El reformador reconoce la habilidad científica como algo especial, describiendo a Galeno —el médico más célebre de la antigüedad— como poseedor de un «espíritu extraordinariamente despierto y sutil» (p. 17).

La Biblia es para ayudarnos a comprender lo incomprensible; utiliza distintas figuras de lenguaje para que veamos lo invisible

Calvino distingue entre el mover del Espíritu para santificación en el creyente y Su obrar en todas las criaturas, reconociendo que Dios puede usar a los paganos para impartir conocimiento valioso a aquellos que le temen: «Si el Señor ha querido que los malvados y los incrédulos nos permitan entender la física, la dialéctica y las otras disciplinas, tenemos que utilizarlas, o seremos juzgados por negligencia por haber menospreciado los dones de Dios donde él nos los ha ofrecido» (p. 201).

Al mismo tiempo, el teólogo advierte que los dones del intelecto han sido afectados por la caída (p. 201). Esto es cierto tanto en los creyentes como en los no creyentes. El reconocimiento de las limitaciones cognitivas humanas es otro factor importante en el quehacer científico moderno: por eso se hace la revisión de pares en artículos científicos y académicos. Tanto los teólogos como los científicos son intérpretes falibles de revelaciones infalibles: la Biblia y la naturaleza. Si hay alguna discrepancia entre la descripción del cosmos que ofrecen los que estudian la creación y la descripción que ofrecen los que estudian las Escrituras, alguien está equivocado.2 Desafortunadamente, a veces toma bastante tiempo dilucidar dónde está el error.

La Escritura se acomoda a nuestro entendimiento limitado 

A lo largo de la Institución, Calvino remarca que Dios es infinito y va mucho más allá de nuestro limitado entendimiento. Si bien podemos conocer al Señor a través de las Escrituras, ese conocimiento jamás es exhaustivo (Ro 11:33-35). El teólogo escribe que la «manera de expresarse de Dios no está destinada tanto a darse a conocer como a adaptarse a nuestra limitada comprensión. Para ello, la Escritura se rebaja a un nivel muy por debajo de la majestad de Dios» (p. 75).

La Biblia es para ayudarnos a, irónicamente, comprender lo incomprensible; utiliza distintas figuras de lenguaje para que veamos lo invisible. Por ello debemos tener cuidado de no interpretar llanamente aquello que es una metáfora o un poema. Calvino, por ejemplo, se burla de los antropomorfistas que pensaban que Dios tenía un cuerpo como el de los humanos porque la Biblia habla de Su brazo o Su oído.

Curiosamente, el reformador francés no concede que también podría ser un error interpretar de manera llana los primeros capítulos de Génesis. A pesar de que Agustín (a quien Calvino cita con frecuencia) reconoció que los días de la creación no podían ser días como los nuestros,3 Calvino sostiene una interpretación literalista del relato de la creación. Moisés «cuenta que el mundo fue creado en seis días», escribe el reformador. «Esta información nos aleja de toda idea estrafalaria […] para que no tengamos que preguntarnos sobre esa cuestión nunca más» (p. 107).

Si bien me parece desafortunado que el reformador no considerara posibilidades adicionales a su lectura de los primeros capítulos de Génesis, debo señalar que, de manera similar a su postura sobre el movimiento de los astros, esta interpretación no tiene conflicto alguno con el conocimiento científico de su época.4

Maravillados por las obras del Señor

Si bien la ciencia moderna no se había desarrollado en el tiempo de Calvino, es claro que el reformador contribuyó con parte de las ideas que permitieron que la misma fuera establecida un siglo después. No sería descabellado pensar que el reformador de Ginebra, si estuviera entre nosotros hoy, se encontraría fascinado con los descubrimientos que los científicos ofrecen a la humanidad cada día (¡y sin duda también señalaría sus errores!).

En palabras de Calvino: «No podemos leer los libros escritos sobre estos temas sin maravillarnos. Nos maravillaremos porque no tendremos más remedio que percibir la sabiduría que contienen» (p. 200).


1. «Dictionary of Christianity and Science», p. 606.
2. «A Reformed Approach to Science and Scripture», loc. 72.
3. «Del Génesis a la letra», Libro IV, Capítulo XXVII.
4. «Dictionary of Christianity and Science», p. 606.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando