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Nota del editor: 

Para leer otra perspectiva relacionada a este tema, te invitamos a leer el artículo El cristianismo y el lado oscuro: ¿qué hacemos con Halloween?

Recuerdo una canción que se cantaba en mi escuela primaria: «Cuando llega el mes de Octubre voy al huerto de mi casa y busco con alegría tres o cuatro calabazas». Un niño esperaba con ansias que llegara la época del año en que podían escoger un disfraz y comer muchos dulces. 

Ahora ya soy adulto y octubre se ha convertido en el mes en que los cristianos discuten apasionadamente sobre si debemos o no celebrar Halloween. Por una parte, están quienes sostienen que es una celebración a la muerte y que los cristianos no deberíamos participar. Por otro lado, están quienes ven estos días como una oportunidad para alcanzar a los no creyentes de su comunidad a través de actividades relacionadas con la fecha. ¿Quién tiene razón? 

Defendiendo el evangelio

La palabra halloween proviene de la contracción de la expresión inglesa «All hallows’ evening» y se refiere a la noche anterior al Día de todos los santos que se celebra el primero de Noviembre. Halloween se inició como una celebración en la víspera de dicho día y tuvo la intención de reemplazar las fiestas paganas que existían en la cultura celta. Por esta razón, algunos cristianos argumentan que las raíces paganas de la celebración es motivo suficiente para abstenerse, mientras que para otros la celebración ha sido redimida por el cristianismo.

La motivación principal para ejercer la libertad cristiana no debe ser defender mi derecho, sino pensar en cómo mis acciones afectan mis hermanos

Se trata de un tema extremadamente complicado, pues Halloween adquiere diferentes connotaciones según los aspectos religiosos y culturales de cada país. Aunque personalmente no celebro esta fiesta, pienso que cada creyente debe llegar a sus propias conclusiones sobre su participación o abstención. 

No he encontrado un argumento bíblico contundente para prohibir desde el púlpito la participación en actividades relacionadas con el 31 de Octubre, siempre que sean en un ambiente familiar y no se trate de fiestas con tonalidades oscuras y sensuales. Esto lo digo con referencia a los creyentes de la congregación a la que sirvo como pastor, pero entiendo que hay países donde no sería sabio participar de ninguna actividad por las connotaciones culturales negativas que Halloween tiene allí.

Entonces, para tomar una decisión sabia con respecto a este tema, quisiera ir un poco más atrás y mencionar que debemos entender que hay dos enemigos principales del evangelio: el antinomianismo y el legalismo. 

El antinomianismo quiere aprovecharse de la gracia y la usa como una excusa para satisfacer deseos de la carne. El apóstol Pablo enseña con claridad que, aunque la gracia sobreabunda donde abunda el pecado (Ro 5:20), no se trata de una excusa para vivir para el pecado porque los cristianos hemos muerto a sus deseos (6:1-4, 11). Uno de los problemas del antinomianismo es que no se preocupa por cultivar vidas que adornen el evangelio con buenas obras  (Tit 2:10). 

El legalismo también es un enemigo del evangelio, pues coloca cargas en los creyentes que la Biblia no establece. Aunque debemos ser cuidadosos de no dar entrada al pecado en nuestras vidas, Dios nos ha dado la gracia común para que podamos disfrutar de muchas cosas (incluso de algunas que han sido prohibidas de una manera excesiva y legalista). Al fin de cuentas, todo lo que hacemos lo debemos hacer para la gloria de Dios (1 Cor 10:31).

Libertad cristiana

Considero que Halloween es un caso típico de libertad cristiana y de conciencia. Para poder entender a lo que me refiero, podemos tomar los ejemplos en la Bíblia relacionados con las objeciones a comer la carne sacrificada a los ídolos (Ro 14; 1 Co 8 – 10). Algunos creyentes pensaban que si comían aquella carne podían ser poseídos por los ídolos (1 Co 8:4-7). Pablo aclara que no es así, pero bien pueden hacerlo si deciden abstenerse por motivos de conciencia. A la misma vez, el apóstol anima a la abstención a aquellos que no tenían problema en comer aquella carne si resultaba de tropiezo para otros creyentes.

Todo cristiano tiene libertad para participar o abstenerse de actividades que la Biblia no prohíbe. Sin embargo, la motivación principal para ejercer la libertad cristiana no debe ser defender mi derecho, sino pensar en cómo mis acciones afectan mis hermanos. El evangelio se refleja cuando por amor trato de no imponer mi conciencia a otras personas (1 Co 8:9-13).

Seamos claros, hay celebraciones donde ningún creyente debería participar, como, por ejemplo, las que festejan y promueven la embriaguez o las que celebran personajes que representan principios contrarios a la Biblia (muerte, sadismo, etc.), y mucho menos aquellas que ponen énfasis en la sensualidad. Los creyentes no debemos promover ni respaldar prácticas pecaminosas en ningún tipo de celebración. Ningún cristiano debería vestirse de manera provocativa o indecente en ninguna situación. Los estándares de la modestia bíblica no se tiran por la ventana porque se trate de una fiesta.

Todos estamos llamados a morir a nuestras preferencias por amor a nuestros hermanos y para la gloria de Dios

Habiendo hecho esta aclaración, es importante mencionar que en ciertas culturas como la de Estados Unidos, muchas familias cristianas acostumbran participar del ambiente festivo de Halloween y la fiesta de la cosecha. Otras aprovechan esta oportunidad para compartir el evangelio en su vecindario. 

¿Puedo prohibirles a miembros de la congregación que participen de este tipo de fiesta? Mi conclusión es que no, pues se trata de un aspecto de conciencia. Aunque mi decisión personal es no participar de muchas de estas actividades, estoy convencido de que si recurro a la prohibición desde el púlpito, yo estaría yendo contra  el mensaje del evangelio al imponer una carga que no establece la Escritura.

Uno de los problemas que percibo en las discusiones que se dan cada año sobre Halloween es que se muestra el deseo de querer imponer nuestra convicción sobre otros. Los que se abstienen le dicen a su congregación: «Me abstengo de participar porque soy cristiano», pero no ven que esa frase implica que si no te abstienes, entonces no eres cristiano. Por otro lado, los que participan dicen algo como: «Soy cristiano y busco redimir la cultura para alcanzar a los perdidos». De nuevo, el mensaje implícito es que los que no comparten su opinión no son cristianos.

Desde mi perspectiva, el problema radica en el intento de imponer una conducta. Cuando hablamos de aspectos de conciencia y libertad cristiana, puede haber más de una opción válida para los creyentes. Cada uno debe llegar a una conclusión delante de Dios luego de haberse informado bien y nutrido por las Escrituras.

En conclusión, los creyentes tenemos que aprender a discernir cuándo las decisiones pertenecen al ámbito de la libertad de conciencia, en especial, en aspectos que la Biblia no prohíbe explícitamente. Con respecto a Halloween, quienes deciden abstenerse deben evitar el legalismo y amar a sus hermanos que tienen una convicción diferente. Aquellos que decidan celebrar Halloween deben hacerlo dentro de los parámetros bíblicos y sin insinuar que son más maduros por ejercer su libertad. Todos estamos llamados a morir a nuestras preferencias por amor a nuestros hermanos y para la gloria de Dios.

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