Tic, toc. Estos minutos no volverán. No hay botón de pausa para la vida y pensar en ello puede ser aplastante. Por eso preferimos ignorar las manecillas que marcan el paso del tiempo… hasta que no nos queda más. Llega la fecha de entrega. Los niños salen del hogar. La enfermedad nos postra en la cama donde daremos nuestros últimos suspiros. En esos momentos miramos atrás y nos preguntamos a dónde se fueron todos esos días, todas esas semanas, esos meses y esos años. ¿En qué los invertimos? Entonces viene el pesar.
Sin embargo, no tiene que ser así. Podemos enfrentar la realidad del incansable paso del tiempo y navegarla con sabiduría. Podemos ser buenos mayordomos de los minutos que Dios nos permite experimentar en esta tierra. Pero ¿cómo? Aquí seis ideas.
1. Examina en qué etapa de la vida estás y discierne las buenas obras que Dios preparó para ti.
Administrar bien el tiempo desde una perspectiva cristiana puede resumirse en vivir cada instante para la gloria de Dios (1 Co 10:31). Esto no siempre luce de la misma manera. A veces trabajamos duro, a veces descansamos. En algunas temporadas tenemos considerable control sobre qué hacemos en cada hora del día, mientras que en otras parece que simplemente nos mantenemos a flote sobre olas tumultuosas. Una cosa no es automáticamente mejor que la otra. Ser buenos administradores no significa trabajar todo el tiempo o hacer planes perfectos. Significa hacer lo mejor que podamos con lo que el Señor nos concede en cada etapa.
Haz cada cosa, por sencilla que sea, para la gloria de Dios, recordando que Él está presente para guiarte, fortalecerte y deleitarse en tu obediencia
Te animo a que empieces orando por sabiduría y tomando una tarde para evaluar en qué etapa de tu vida estás. Pídele al Señor que te ayude a discernir cuáles son las buenas obras que Él preparó para ti (Ef 2:10). ¿Qué debes abrazar? ¿Qué debes soltar? ¿Necesitas ser más diligente con tu trabajo o estás descuidando tu descanso?
Si ya intentaste hacer este ejercicio y todavía te está costando tomar decisiones, pide ayuda a alguien piadoso. Luego simplemente elige y camina lo mejor que puedas en las tareas que has discernido te corresponden en esta etapa. Sí, tal vez te equivoques al decidir qué hacer, pero puedes descansar en que Dios enderezará tus veredas (Pr 3:6). Confía en Él y avanza con valor y fidelidad.
2. Registra cuánto tiempo dura cada tarea.
Ser buen mayordomo del tiempo no significa que cada responsabilidad deba cumplirse a la velocidad de un rayo. La productividad trata de ser diligente, sin caer ni en el apuro ni en la desidia.
Algunos de nosotros nos inclinamos ante el ídolo del apuro, soñando con que —si nos esforzamos lo suficiente— cierta actividad podría tomarnos 15 minutos cuando, si somos honestos, nos tomará 45. Acabamos frustrados y sintiéndonos como un fracaso cuando lo que necesitamos es abrazar la realidad de que las tareas toman el tiempo que toman. Llega un punto en que, sin importar lo diligentes que seamos, no es posible hacer las cosas más rápido sin caer en la irresponsabilidad. Por otro lado están los que nos inclinamos al ídolo de la desidia, haciendo las cosas medio enfocados —distrayéndonos en todo y en nada—, ocasionando que lo que nos pudo haber tomado una hora tome tres.
He aprendido que vale la pena pasar un par de semanas registrando el tiempo que nos toman las principales tareas de nuestro día cuando realmente nos enfocamos en ellas. Esto nos permite planear de mejor manera para el futuro. Por supuesto, en ocasiones, situaciones fuera de nuestro control harán que las tareas tomen más o menos tiempo, pero es bueno tener un estimado general al cual agregar un poco de tiempo de margen a la hora de añadir nuestras responsabilidades a la agenda.
3. Que tu sí sea sí y que tu no sea no.
Planear con sabiduría, sabiendo cuáles son las buenas obras que Dios preparó para nosotros y estimando correctamente (sin esperar la perfección) cuánto tiempo nos tomará cada cosa, nos permitirá decir «sí» y «no» de manera adecuada, según corresponda.
Cuando no lo hacemos, algunos nos comprometemos de más, lo que nos lleva al estrés y a dar un mal testimonio porque simplemente es imposible encajar todo en el calendario. Otros, por otro lado, terminamos perdiendo el tiempo en lo absurdo porque no nos comprometemos con nada cuando deberíamos estar más activos. Por supuesto, ninguno de nosotros cumplirá sus compromisos perfectamente todo el tiempo (y si dijiste «sí», pero no logras cumplir, debes dejárselo saber a las personas que te están esperando y disculparte); lo que buscamos es ser personas de integridad, cuyas palabras tienen peso (Mt 5:37).
4. Planea tu semana.
En cualquier etapa de la vida, es preciso detenernos con regularidad para considerar nuestro camino. En ocasiones llevaremos a cabo un plan con muchos pasos y un número considerable de metas bien definidas. En otras temporadas, el tiempo de planear durará unos cinco minutos y consistirá en dar un vistazo al calendario del mes y la lista de proyectos en marcha y determinar cuándo invertiremos unas horas en avanzar en alguno de ellos.
En Cristo, el peso del paso del tiempo se convierte en un yugo fácil de llevar, porque sabemos que el final de la historia no depende de nosotros
No sirve de nada avanzar si no sabemos hacia dónde nos dirigimos. Algunas semanas podremos dar mil pasos en la dirección correcta y otras menos de diez; eso está bien mientras sigamos adelante con fidelidad y tengamos claro nuestro destino. Para ser un buen mayordomo, entonces, haz una pausa, evalúa esas buenas obras que Dios preparó para ti y determina cuáles son los siguientes pasos para andar en ellas. Revisa tu calendario para decidir qué harás cada día, dejando espacio para lo inesperado.
5. Enfócate en una sola cosa.
La multitarea es un mito; no somos capaces de realizar más de una tarea que requiera nuestra atención consciente a la vez. Mucha de nuestra frustración con la productividad surge de intentar ir en contra de nuestra naturaleza en esta área. Entendemos que no podemos estar en dos lugares físicamente, pero insistimos en la necedad de intentar estar en dos lugares en nuestra mente.
Enfócate en lo que tienes delante y realiza cada tarea de principio a fin, una a la vez, en la medida de lo posible. Si eres interrumpido, lidia con la interrupción (muchas veces basta con hacer una anotación en tu agenda para atenderla más tarde) y vuelve a lo que estabas haciendo.
6. Recuérdale a tu alma disfrutar.
Lo más importante: Haz cada cosa, por sencilla que sea, para la gloria de Dios, recordando que Él está presente para guiarte, fortalecerte y deleitarse en tu obediencia (1 Co 10:31; Col 3:23; 1 S 15:22). Las buenas obras que el Señor preparó para nosotros no son una carga pesada, sino un privilegio. Por supuesto, estas tareas a veces (muchas veces) son difíciles, pero siempre pueden ser hechas con un corazón alegre y agradecido, por amor a Dios y al prójimo. Oremos mientras nos esforzamos, pidiéndole al Señor que nos llene de gozo al perseverar en la carrera de la fe.
Al mirar atrás —al final de nuestra semana, nuestro año y nuestras vidas—, podemos experimentar gratitud y no pesar. En Cristo, el peso del paso del tiempo se convierte en un yugo fácil de llevar, porque sabemos que el final de la historia no depende de nosotros. Cuando fallemos, miremos a Aquel que ya nos ha dado la victoria y nos invita a participar en ella con diligencia, descansando en que Él tiene el universo entero, incluyendo el tiempo, en Sus manos.