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Nota del editor: 

Este es un capítulo tomado del ebook Cinco verdades que cambian vidas: Redescubriendo el mensaje de la Reforma para nuestros días, un recurso disponible para descarga gratuita aquí.

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No hay duda de que las palabras van mutando en su significado con el paso del tiempo y también hay otras que pasan al olvido por desuso. Por ejemplo, entre las primeras tenemos la palabra «semáforo», usada a mediados del siglo XIX para representar el «género de insectos lepidópteros de la familia de los nocturnos». No fue hasta 1970 que esta palabra cambió para referirse al «aparato eléctrico de señales luminosas para regular la circulación» (RAE).

En el segundo grupo nos encontramos, por ejemplo, con las palabras «disquete» (diskette) o «casete» (cassette), que eran de las palabras más usadas por la juventud entre mediados de los sesentas y finales de los ochentas. El primero almacenaba solo 1.44 Mb de información digital y el segundo almacenaba música hasta por noventa minutos. El avance de la tecnología hizo obsoletos a ambos objetos, por lo que las palabras desaparecieron del vocabulario general.

La palabra «fe» también ha experimentado cambios con el paso del tiempo. Todavía mantiene la idea del «conjunto de creencias de una religión» (RAE), pero ha mutado en diferentes direcciones que ahora son muy populares. Estas direcciones brindan una connotación bastante centrada en la confianza en uno mismo («tengo fe en mí») o se refieren a cierto anhelo o buen deseo potenciado para que, de alguna manera, se cumpla una realidad («ten fe en que esto pasará»). En ambos casos, la «fe» es como una virtud o capacidad de fabricación personal sin mayor contenido.

Los cristianos contemporáneos no están exentos de cambios significativos en la palabra «fe». La «fe» cristiana también ha tomado vida propia y se ha convertido para muchos en una especie de fuerza espiritual independiente que se «activa» desde el interior de la persona y hasta tiene el poder para mover a Dios en cierta dirección.

Todas esas definiciones tan diferentes y populares hacen que me pregunte si podrías escuchar a los reformadores del siglo XVI y entender lo que ellos quieren decir cuando usan el término «fe sola». Lutero llegó a decir que Sola Fide «es el artículo con que la Iglesia se levanta y sin él cae».[1] Sin embargo, su preocupación no radicó en que los cristianos sin «fe» no vivirían sin poder espiritual o no lograrían alcanzar las bendiciones divinas, la tranquilidad anímica y el desarrollo personal. En cambio, su preocupación tuvo que ver con un aspecto central y de mayor importancia, porque de esta verdad depende la relación con Dios y la diferencia entre la vida y la muerte. No era un asunto trivial.

Lutero y Sola Fide

Los reformadores volvieron a las Escrituras y pudieron comprender la realidad de la condenación del ser humano, su separación absoluta de Dios y su incapacidad total para lograr la salvación a través de sus propios medios, sean estos morales o religiosos. En el caso de Lutero, la conciencia que él experimentó de su propia condenación, desde antes de ser usado para iniciar la Reforma, lo llevó a sentirse profundamente desesperanzado a pesar de su esfuerzo por mantener una religiosidad y una moralidad férrea. En sus propias palabras,

Aunque vivía como un monje irreprochable, sentía que era un pecador delante de Dios con una conciencia muy perturbada. No podía creer que mi satisfacción lo apaciguara. No amaba; sí, odiaba al Dios justo que castiga a los pecadores, y en secreto, aunque no de forma blasfema, ciertamente murmurando mucho, estaba enojado con Dios…[2]

Lutero sabía que estaba perdido, muerto en delitos y pecados, que era un hijo de desobediencia, viviendo y satisfaciendo las pasiones de la carne; un hijo de ira como todos los demás (Ef 2:1-3). Su religiosidad intensa no le proporcionaba la paz interior que tanto buscaba para aplacar la justicia de Dios.

La justificación por la fe sola es uno de los pilares fundamentales de la teología reformada

Lutero era un monje consagrado y un profesor universitario de teología. Su deseo de agradar a Dios era inmenso, pero no encontraba reposo para su alma. Durante una visita a Roma en 1511, fue sorprendido por la inmensa religiosidad pomposa de la época, llena de rituales y majestuosidad arquitectónica pero carente de una espiritualidad sentida. El papa Julio II gastaba una fortuna en la remodelación de la colosal basílica de San Pedro, por lo que podría ser posible que Martín percibiera la contradicción visible entre los votos de pobreza asumidos como monje y todo el lujo desplegado por la jerarquía eclesiástica.

La ligereza con que la Iglesia católica trataba el tema del perdón delante de Dios también causó un enorme conflicto en Lutero. Durante su visita a Roma fue testigo de las múltiples reliquias sagradas que eran expuestas en diferentes iglesias. En la Edad Media la iglesia adquirió una serie de objetos, entre ellos restos óseos de mártires, presuntos clavos o astillas de la cruz de Cristo y muchos otros objetos que supuestamente pertenecieron a santos, para ser expuestos en iglesias. Lutero se preguntaba si ellos eran realmente importantes para la relación con Dios y disfrutar de su perdón. Cuando visitó los famosos escalones de Pilato, por donde Jesús supuestamente caminó en su juicio, no pudo soportar ver a los peregrinos subiendo de rodillas las escalas sin preguntarse: «¿Quién sabe si esto es realmente cierto?»

Más adelante, en sus célebres 95 tesis de 1517, Lutero reaccionó a la venta de indulgencias para la construcción de la basílica de San Pedro oponiéndose a la forma en que la Iglesia vendía el perdón divino y la liberación del purgatorio como una prerrogativa papal. Él declaró:

[50] Debe enseñarse a los cristianos que, si el papa conociera las extorsiones de los predicadores del perdón, preferiría que la iglesia de San Pedro se redujera a cenizas a que se construyera con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas…

[52] La seguridad de la salvación mediante cartas de perdón es vana, aunque el comisario, más aun, el papa mismo, se jugara su alma por ello.

[53] Son enemigos de Cristo y del papa, aquellos que en algunas iglesias piden a la Palabra de Dios que guarde silencio, para que en otras se prediquen los perdones.[3]

Todo lo mencionado hasta ahora nos permite poner en contexto la profundidad de la exposición de las solas durante la Reforma. La fe bíblica a la que se refirió Lutero en la Reforma tenía que ver con la forma en que el ser humano podría relacionarse con un Dios tres veces santo al que era imposible agradar por medios religiosos o morales. Lutero lo explica así en su testimonio:

Por fin, por la misericordia de Dios, meditando día y noche, presté atención al contexto de las palabras, a saber, «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» [Ro 1:17]. Allí comencé a comprender que la justicia de Dios es aquello por lo cual el justo vive por un don de Dios, es decir, por la fe.

Y este es el significado: la justicia de Dios es revelada por el evangelio, es decir, la justicia pasiva con la cual el Dios misericordioso nos justifica por la fe, como está escrito: «Mas el justo por la fe vivirá». Aquí sentí que había nacido de nuevo y que había entrado en el paraíso mismo por las puertas abiertas. Allí se me mostró una cara totalmente diferente de toda la Escritura. Entonces repasé las Escrituras de memoria. También encuentro en otros términos una analogía, como la obra de Dios; eso es lo que Dios hace en nosotros; el poder de Dios, con el que nos hace sabios; la fuerza de Dios, la salvación de Dios, la gloria de Dios.[4]

Lo que el Espíritu Santo reveló a Lutero por su sola gracia, a través de las Escrituras, fue que la justicia de Dios es satisfecha en Cristo a través de la justificación por la fe sola. El teólogo R.C. Sproul explica la importancia de esto: «La doctrina de la justificación lidia con lo que podría ser el problema existencial más profundo que un ser humano pudiera enfrentar: ¿Cómo puede un pecador, una persona injusta, alguna vez soportar el juicio de un Dios santo y justo?».[5]

La respuesta está en el centro mismo del evangelio; es decir, en que «el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc 19:10). La confirmación gloriosa de que Cristo nos encontró y salvó es que, «habiendo sido justificados [es decir, perdonados y declarados justos ante Dios] por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Ro 5:1-2).

Sola Fide resume la verdad de que la fe en Jesucristo como único y suficiente Salvador, sin necesidad de méritos u obras por nuestra parte, es el único medio por el cual somos perdonados y declarados justos por el Dios tres veces santo.

La naturaleza de la fe

Hay un punto importante que debemos aclarar para ubicar a la fe en su lugar correcto dentro del plan de Dios. Cuando hablamos de la «fe sola», no nos referimos a ella como un fin en sí misma para nuestra salvación. El teólogo A. W. Pink lo explica así: «La fe no es la base ni la sustancia de nuestra justificación, sino simplemente la mano que recibe el don divino que se nos ofrece en el evangelio».[6] Ejemplificar la fe como una «mano receptora» nos permite reconocer que no tenemos «fe en la fe», ya que ella no posee mérito alguno por sí misma, sino que esa «mano» debe ser llenada del conocimiento de la revelación ofrecida por la Palabra de Dios. Usando la misma ilustración de la mano, Charles Spurgeon dice: «La fe es la mano que agarra. Cuando nuestra mano agarra algo, hace precisamente lo que hace la fe cuando se apropia de Cristo y las bendiciones de su redención».[7]

Una fe desconectada de la Palabra de Dios es como un vaso sin agua. Nunca calmará la sed

Lo que la Biblia dice claramente sobre la fe es que no se trata de algo que nosotros podamos producir o sacar de nuestro interior. En cambio, es un «don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef 2:8-9). Tampoco somos propietarios de nuestra fe porque en realidad «Jesús [es] el autor y consumador de la fe» (He 12:2). Todos los grandes testigos santos de la antigüedad, mencionados en la Biblia en la carta a los Hebreos, son un testimonio poderoso de una fe provista por Dios que los llevó a vivir vidas dignas de imitarse, mientras esperaban por esa misma fe a la gran promesa de redención en Jesucristo (cap. 11). El llamado a poner los ojos en Jesús es reconocer que nuestra fe depende en Él de principio a fin porque Jesucristo es «el autor de la salvación» (He 2:10).

En otro pasaje de la Escritura, el apóstol Pablo presenta una verdad sorprendente: «Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo» (Ro 10:13; ver Joel 2:32). Es increíble leer a Pablo afirmar que no habrá distinción de personas porque el Señor abunda en riquezas para todos los que le invocan. Sin embargo, luego hace unas preguntas que nos devuelven a nuestra realidad humana caída y apartada de Dios: «¿Cómo, pues, invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo creerán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?» (Ro 10:14-15a). Los seres humanos no pueden invocar al Señor y alcanzar la salvación por sí mismos, sin la ayuda sobrenatural de Dios.

Debido a que la fe se presenta como un regalo absoluto de Dios, y cuyo autor y consumador es Jesucristo, entonces el propósito de la fe o su contenido queda restringido al objetivo de Dios y su plan perfecto de redención. Por lo tanto, Pablo concluye diciéndonos: «Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo» (Ro 10:17). La fe efectiva debe contener la verdad del evangelio y estar nutrida de la revelación provista por un Dios fiel y veraz que no permitirá que ninguna de sus palabras caiga a tierra. Sproul lo explica así:

La fe tiene un objeto. No está vacía ni se trata de una fe en nada. El cristianismo rechaza la frase, «no importa en lo que creas si es que eres sincero». Aunque la sinceridad es una virtud, es posible que uno esté sinceramente equivocado y ponga la fe en algo o alguien que no puede salvar… Cierta información debe ser conocida, entendida y creída con el fin de tener una fe salvífica.[8]

Sola Fide y nuestra espiritualidad

La enseñanza sobre la justificación por la «fe sola» es uno de los grandes aportes de la Reforma para la recuperación de una espiritualidad bíblica y vital con un fundamento firme. Nos aleja de una espiritualidad religiosa vacía basada en nuestros méritos y nos da cuenta de nuestra necesidad absoluta de Dios para nuestra salvación.

Una persona justificada por la fe en Cristo es una persona que ha sido transformada por el poder del evangelio

Es por eso que la justificación por la fe es uno de los pilares fundamentales de la teología reformada, que viene a ser la base de la seguridad de la salvación y la relación con Dios en Jesucristo, nuestro Salvador. Pink resume el lugar de la fe cuando dice que ella «no es un constructor, sino un espectador; no un agente, sino un instrumento; no tiene nada que hacer, sino todo para creer; nada para dar, pero todo para recibir».[9] Una fe desconectada de la Palabra de Dios es como un vaso sin agua. Nunca calmará la sed.

Al mismo tiempo, una persona justificada por la fe en Cristo es una persona que ha sido transformada por el poder del evangelio. Estamos hablando de un creyente que ha nacido de nuevo y es habitado por el Espíritu Santo, cuya fe se hace presente porque tiene paz con Dios y entendimiento de su Palabra. Así somos nuevas criaturas, en donde Cristo es el camino, la verdad y la vida, y por Él tenemos la única entrada a la presencia de Dios (2 Co 5:17; Jn 14:6; Ef 3:12). Spurgeon nos clarifica aún más esta idea:

Dios elige la fe como canal de salvación porque es un método seguro que une al hombre con Dios. Cuando el hombre confía en Dios, hay un punto de unión entre ellos, y esa unión garantiza la bendición. La fe nos salva porque nos hace aferrarnos a Dios y, por lo tanto, nos conecta con Él.[10]

La fe en Cristo que el Señor nos concede nos es contada por justicia porque hemos sido revestidos con la justicia de Cristo, y nuestra esperanza es que vivamos esa fe victoriosa durante toda nuestra vida terrenal hasta que lleguemos a la resurrección final. Compartimos la esperanza de Pablo porque todo creyente desea «ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, y conocerlo a Él, el poder de Su resurrección y la participación de sus padecimientos, llegando a ser como Él en Su muerte, a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Fil 3:9-11).


[1] R. C. Sproul, What is reformed theology?: Understanding The Basics (Baker Books, 2016), 69.
[2] Martin Luther’s Account of His Own Conversionhttps://www.monergism.com/thethreshold/sdg/MartinLutherConversion.pdf
[3] Martin Luther’s 95 Thesis. Traducción personal.
[4] Martin Luther’s Account of His Own Conversion. Énfasis añadido.
[5] What is Reformed Theology?, 70. Énfasis añadido.
[6] A.W. Pink, The Doctrine of Justification, cap. 7.
[7] Charles Spurgeon, All of Grace (Moody Publishers, 2010), 50.
[8] What is Reformed Theology?, 84.
[9] The Doctrine of Justification, cap. 7
[10] All of Grace, 60.
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