La fiesta bíblica llamada יום כיפור (iom kippur), puede traducirse como “día de purgar (o drenar)” el pecado (o como comúnmente se interpreta, “día de la expiación”). Es considerada como la fiesta del Señor más importante y enigmática en el calendario bíblico. La fiesta de Yom Kippur se celebra a mediados de septiembre u octubre y trae consigo una combinación de significados, llamándonos tanto a la sobriedad como al gozo.
En este artículo exploraremos las preguntas: ¿cómo entender Yom Kippur? ¿Fue esta fiesta celebrada en el Nuevo Testamento? ¿Los creyentes gentiles participaban de dicha celebración? ¿Existe alguna aplicación pastoral al celebrar la fiesta?
Entendiendo la fiesta de Yom Kippur
En esta fiesta participaban tanto el sacerdote como el pueblo, aunque ambos de maneras muy distintas. En el libro de Levíticos se explica que el sumo sacerdote “Aarón traerá al santuario un toro del ganado para el pecado y un carnero para la ofrenda encendida… y para la congregación de los hijos de Israel tomará dos machos cabríos para el pecado, y un carnero para la ofrenda encendida” (Lv 16:3, 5; traducción personal). El sacerdote debía empezar ofreciendo al toro y al carnero en sacrificio por su propio pecado y el de su familia (vv. 6, 11-14). En otras palabras, el sacerdote no era perfecto y sin pecado, ya que Dios previó un sacrificio por el pecado de este hombre.[1]
La Nueva Biblia de las Américas traduce la última parte de esta porción como “para el macho cabrío expiatorio” y la Nueva Versión Internacional simplemente traduce “y otro para soltarlo en el desierto”. Desde mi perspectiva, ambas traducciones presentan una solución poco probable al término עֲזָאזֵל (azazel) que aparece en el texto original. “Ya que el [texto] identifica a una cabra como ‘para el Señor’ y la otra cabra como ‘para Azazel’, es más consistente considerar Azazel un nombre propio”.[2]
Azazel era considerado “un demonio prominente; en el libro de Enoc es uno de los ‘hijos de Dios’ que pecaron en Génesis 6”.[3] Sin embargo, esto no debe entenderse como que el pueblo estaba sacrificando a un demonio, ya que Dios condena dicha práctica pagana (17:7). Más bien, la cabra debía ser enviada con vida fuera del campamento a “un territorio que se entendía estaba bajo la jurisdicción de Azazel”.[4] Pero previo a enviarla, se nos dice que “Aarón pondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío y confesará sobre él todas las iniquidades de los israelitas y todas sus transgresiones, todos sus pecados, y poniéndolos sobre la cabeza del macho cabrío, lo enviará al desierto” (16:21).
Al mismo tiempo, la cabra en la cual había caído la suerte para el Señor debía ser degollada por el pecado de todo el pueblo y por el lugar santo (vv. 15-19). Cuando el sumo sacerdote realizaba dicho sacrificio debía entrar al lugar santísimo del tabernáculo, llevando parte de la sangre, para purgar (drenar o expiar) el pecado del pueblo. La evidencia de que Dios había aceptado el sacrificio era que el sacerdote saliera con vida del lugar santísimo (v. 17).[5] Ahora bien, ¿por qué expiar el lugar santo? Para comunicarle al pueblo que su pecado manchaba todo alrededor, así como hoy en día nuestro pecado puede afectar todo lo que nos rodea.
Por otro lado, la participación del pueblo en la fiesta era simple. Dios les dijo: “ustedes afligirán vuestras almas” (v. 31, traducción personal).[6] Dicha aflicción se realizaba a través de un ayuno de un día, el cual tenía dos funciones: (1) dolerse por el pecado cometido y (2) reverenciar el hecho de que Dios expiaría todo remanente de pecado en el pueblo. Por otro lado, los gentiles que estaban en el pueblo del pacto también eran bienvenidos a participar de dicha fiesta bíblica (v. 29).[7]
Yom Kippur en el Nuevo Testamento
El hecho de que Yom Kippur se continuó celebrando en tiempos del Nuevo Testamento y que la fiesta se llegó a conocer como “el ayuno”, es evidente por el testimonio de Lucas en el libro de los Hechos. A la hora de narrar la tempestad que Pablo afrontó en su camino a Roma, él escribe: “Cuando ya había pasado mucho tiempo y la navegación se había vuelto peligrosa, pues hasta el Ayuno había pasado ya, Pablo los amonestaba…” (Hch 27:9, énfasis añadido).
“Pablo y otros entre quienes lo acompañaban habrían ayunado y dedicado tanto tiempo durante [Yom Kippur] a la oración y la lectura de la Torá como lo permitieran las circunstancias”.[8] Así también los gentiles que estaban con él, ya que durante los tiempos del Nuevo Testamento y hasta poco antes del siglo IV, los gentiles continuaron siendo bienvenidos a celebrar esta fiesta.[9] Lucas, un gentil, es un ejemplo de esto.[10]
Otra evidencia de que los creyentes gentiles estaban bien familiarizados con esta y otras fiestas bíblicas es el hecho de que, a pesar de que la audiencia de Lucas era gentil (Hch 1:1), en el pasaje que citamos él mide el tiempo refiriéndose a Yom Kippur; es decir, su audiencia debió estar familiarizada con la fiesta.[11]
Por otro lado, Filón de Alejandría, un filósofo judío que vivió en la época del Nuevo Testamento, describe la fiesta como una que era celebrada por todos en Israel (tanto creyentes como seculares), y los creyentes estaban en asombro por la santidad del día, el cual era dedicado por completo a la oración; una oración que no buscaba sus propios méritos sino la gracia de Quien concede el perdón.[12]
El propósito final de Yom Kippur
Cada 50 años, la fiesta de Yom Kippur coincidía con el año del jubileo, en el cual ocurría una liberación permanente de todas las deudas del pueblo, incluyendo aquellas que habían sido imposibles de pagar (Lv 25:8-10, 35-55). Por lo tanto, Yom Kippur, año tras año, generaba la expectativa de esta liberación permanente, creando una esperanza de algún día poder ser liberados por completo del pecado mismo.[13]
En este sentido, la cabra enviada a Azazel representaba una especie de juicio: ya que mientras el pueblo redimido dentro del campamento gozaba de haber sido salvado de una merecida muerte fruto de sus pecados, la cabra viva cargaba con el tormento de todos los pecados del pueblo en una región ausente de la protección de Dios y asociada al reino de las tinieblas, fuera del campamento.
Esta riqueza que encierra Yom Kippur nos lleva a ver que los cristianos no debemos considerar esta festividad como obsoleta, ni tampoco obligatoria, aunque sí beneficiosa por su significado. Hemos obtenido redención a través de la sangre de Jesús el Mesías, el Cordero de Dios, pero no es un misterio que aún el pecado mora en nuestros miembros.
Así que la fiesta de Yom Kippur nos recuerda el día del juicio, un día que será de buenas nuevas para quienes tienen su fe en Jesús y gozan de su sacrificio expiatorio. Un día en el que finalmente descansaremos del pecado remanente en nuestros miembros porque seremos como Él es (1 Jn 3:2). Así como el sacerdote debía salir con vida como prueba de que Dios había aceptado el sacrificio, de esa misma manera lo hizo Jesús, el supremo sacerdote. Cuando entregó su vida en sacrificio, Él entró con su propia sangre al lugar santísimo y salió con vida al resucitar de entre los muertos.
Pero el día final también será un día terrible para quienes no han creído el evangelio. Ellos tendrán que cargar fuera del campamento de Dios con todo el tormento del castigo por sus pecados, a un lugar oscuro preparado para el diablo y sus demonios (Mt. 25:30, 41).
En esta celebración de Yom Kippur, los cristianos también podríamos aprovechar recordar esta celebración para ayunar, orar y arrepentirnos del pecado que aún mora en nosotros. Demos gracias a Dios por la esperanza viva que tenemos en Cristo, porque viene el día donde ya no tendremos que llorar más por nuestro pecado y por eso recordemos en oración ferviente a aquellas personas que aún no han respondido al evangelio.