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Una manera sencilla de entender el discipulado

La sabiduría nos recuerda que hay dos caras para cada historia, y que la verdad se encuentra entre las dos. Yo diría que esto suele ser así. Al igual que las personas, las historias pueden tener dos lados y ambas pueden ser ciertas. Uno puede ser amable, pero firme, muy inteligente, pero sin sentido común, y paciente con un sentido de urgencia. Aparentemente son cosas opuestas, pero pueden ser verdad al mismo tiempo.

El evangelio también tiene dos lados. La gracia es complicada. Es multifacética, pero discernible. Profunda, pero accesible. Alarmante, pero bastante tranquilizadora. De nuevo, esta tensión es compleja. Sin embargo, sin ambas perspectivas, el evangelio y la vida cristiana se convierten en una dimensión, y el resultado es un cristianismo del siglo XXI que ha decidido alejarse apáticamente de la fe, o al menos de la iglesia.

Dos lados, misma historia

Ambos testamentos cuentan los dos lados de la historia, tanto de la gracia como el llamado a la santificación, el dulce sabor del perdón con la amarga lucha por ser santos. Los dos testamentos promueven el regalo gratuito junto con el llamado a una negación diaria y rígida que toma la cruz. Cuando se niega que el plan de Dios incluye la gracia gratuita y al mismo tiempo costosa, los creyentes a menudo caen en lo que Bonhoeffer llamó “gracia barata”.[1] El resultado de esto es un cristianismo del siglo XXI que cuenta con una gran confianza en Cristo y, sin embargo, muestra poca disposición para servir a Él. Es un enfoque narcisista y egocéntrico de la fe. En este caso, la Sublime gracia se convierte en egocentrismo humano. Esta triste realidad se ve en muchos libros sobre el discipulado y la vida cristiana. Algunos han sido útiles. Sin embargo, a menudo están analizando de más algo que claramente se espera del discípulo, como lo estableció el Maestro mismo. Es hora de volver a estos conceptos básicos del discipulado cristiano.

Para convertirse en un discípulo, el pecador debe apartarse de su pecado y buscar la redención de Dios a través del sacrificio de sangre hecho por Cristo.

Para convertirse en un discípulo, el pecador debe apartarse de su pecado y buscar la redención de Dios a través del sacrificio de sangre hecho por Cristo. La sinceridad es necesaria, al igual que un acto intencional de entregarse a la voluntad del Señor para servirle a Él. Va más allá de la mera convicción y sentimiento de culpa. En realidad es un acto completo de renacimiento y redefinición. Nada menos que eso es suficiente. Este movimiento de la muerte a la vida nos plantea las siguientes preguntas: “¿Cómo hablo de esta decisión a los demás?”, y “¿Qué desea específicamente el Rey de mí, su siervo?”. La respuesta a la primera es el bautismo y una profesión pública de fe. La respuesta a la segunda la explica claramente el Rey mismo.

Un verdadero discípulo

Al intentar identificar a un verdadero discípulo, Jesús declara en los tres Evangelios sinópticos: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 16:24, Lc. 9:23, Mr. 8:34). Esta declaración que perfora el corazón sigue siendo cristalina. Después de que uno confiesa, se arrepiente, y se somete, los verdaderos discípulos dan tres pasos hacia la santidad que solo terminarán cuando uno muera o cuando Cristo venga.

Primero, el discípulo debe negarse diariamente. Es bastante simple. Es lo que hacen los siervos. Cristo no necesitó elaborar más, y el mandato sigue siendo claro hoy. Es difícil de hacer, pero no difícil de entender.

En segundo lugar, el cristiano debe tomar su cruz. Esto claramente se habría entendido como la muerte brutal como mártir, en el contexto de Jesús. No se debía esperar recompensas, ni notoriedad en este mundo. La vida en la tierra sería bastante dolorosa, al igual que la muerte eventual del discípulo.

Para seguir a Cristo, se debe conocerle hasta el punto de que el discípulo pueda discernir su voz.

Finalmente, los discípulos deben seguir a Jesús. No solo sus pasos, sino sus prácticas, sus prioridades, sus expectativas, sus preocupaciones, etc. Para seguir a Cristo, se debe conocerle hasta el punto de que el discípulo pueda discernir su voz, predecir su próximo movimiento, e ir en pos de Él en todo momento.

Dos ángulos a la gracia

Una vez más, estos pasos son muy accesibles, pero no siempre se logran fácilmente. Hay dos ángulos a la gracia, uno que salva completamente y el otro que santifica obstinadamente. Sin comprender claramente estos pasos, uno usualmente falla, ya sea paralizado por el miedo y el legalismo, o por una falta de devoción y dirección. Una línea audaz y sólida debe existir entre las obras y la salvación. Sin embargo, las Escrituras no distinguen de igual manera las obras y la santificación.

Aunque Lutero y otros parecen haber luchado con la tensión entre la enseñanza de Pablo sobre la gracia y la enseñanza de Santiago sobre las obras que producen fe, Jesús no tenía problemas con ello. Él fue el autor y consumador de nuestra fe (Heb. 11:1), y fue, al mismo tiempo, el que trabajó más duro, por más tiempo, y más eficazmente que nadie en la historia del mundo. Mirémosle a Él al negarnos a nosotros mismos, al rendirnos completamente a Su causa, y al seguirlo todos los días.


[1] Dietrich Bonhoeffer, El costo del discipulado. Él dice: “La gracia barata es la predicación del perdón sin requerir el arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia. Comunión sin confesión. La gracia barata es la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo […]. La gracia costosa nos enfrenta como un llamado de gracia a seguir a Jesús, viene como una palabra de perdón para el espíritu quebrantado y el corazón contrito. Es costosa porque obliga al hombre a someterse al yugo de Cristo y seguirlo; es gracia porque Jesús dice: “Mi yugo es fácil y mi carga es liviana”.


Publicado originalmente en For the Church. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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