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Cuando pensamos en cómo será el cielo, a menudo pensamos que estaremos allí vestidos con batas blancas, tal vez jugando en las nubes. Muy pocas personas contemplan que en el cielo nuevo y la tierra nueva aún estaremos trabajando, pues a veces se piensa que trabajar es una maldición de la cual nos despojaremos al entrar a la presencia eterna de Dios.

Detrás del pensamiento de que no trabajaremos en el futuro celestial está la idea errada de que el trabajo no era el plan inicial de Dios para nosotros. Muchos abogan por la idea de que el trabajo es una forma en que Dios castiga el pecado del hombre luego de la Caída.

Sin embargo, cuando examinamos estos asuntos a la luz de la Palabra, vemos que no es así. Veamos tres verdades cruciales que la Biblia nos enseña al respecto, y luego observemos tres implicaciones de esta realidad.

1. Dios trabaja

En las primeras palabras de la Biblia vemos una característica de Dios que suele sorprendernos. Él es trabajador. Por ejemplo, lo vemos como un jardinero que cultiva un huerto perfecto para los seres humanos que Él diseñaría más adelante (cp. Gn. 2:2).

Además, en la Biblia vemos cómo Él sigue sosteniendo todas las cosas hoy. Colosenses 1:17 nos recuerda que “en Él todas las cosas permanecen”. También, en los Salmos se nos muestra cómo Dios alimenta y preserva a toda la creación (Sal. 136:5; 147:9).

Más aún, la Palabra nos revela que Dios ha trabajado en la redención. Vemos un énfasis muy fuerte en este asunto en el Evangelio según Juan. Jesús dice: “Mi comida es hacer la voluntad del que Me envió y llevar a cabo Su obra” (Juan 4:34; ver también 5:36; 14:10-11).

Dios también ha trabajado en crearnos de nuevo en Cristo: “Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Ef. 2:10). Después de la muerte y resurrección de Jesús, Dios sigue trabajando en nosotros para llevar a cabo su plan perfecto (Fil. 2:13).

El trabajo no puede ser una respuesta de Dios al pecado porque el trabajo existía antes del pecado en el hombre.

Dios es trabajador. Él no obra por obligación, sino porque es parte de su naturaleza trabajar. De hecho, siendo Jesús un hombre totalmente perfecto, sin pecado alguno, trabajó como carpintero mientras estuvo en la tierra.

2. Dios diseñó al hombre para trabajar

Si entendemos que Dios trabaja, entonces ser hechos a su imagen y semejanza implica que fuimos diseñados para trabajar:

“Y dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra’. Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra’”, Génesis 1:26-28.

Una de las formas en que el hombre refleja a Dios es continuando Su labor de cultivar la tierra. Dios colocó en la tierra potencial para el cultivo, y luego coloca al hombre dentro de un huerto para cultivarlo. Dios pudo haberle dado al hombre toda una civilización desarrollada, pero no lo hizo. En cambio, le dio al hombre una tierra lista y preparada para ser cultivada, para que el hombre pudiera reflejar a su Dios trabajador por medio del trabajo.

3. Dios da trabajo antes de la Caída

Tal vez el punto más claro para entender que el trabajo no es un castigo tiene que ver con la cronología de lo que se nos narra en Génesis. En el pasaje que hemos citado vemos claramente que Dios le dio trabajo al hombre. El hombre tiene que “llenar la tierra y someterla”. Esto implica “ejercer dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”.

Ahora, ¿cuándo le dio Dios este mandato al hombre? En Génesis 1, dos capítulos antes de que entrara el pecado al mundo. Por tanto, el trabajo no puede ser una respuesta de Dios al pecado porque el trabajo existía antes del pecado en el hombre.

Tres implicaciones de esta verdad

Hay muchas implicaciones de lo que hemos venido hablando junto al resto de lo que la Biblia habla sobre el trabajo, pero quiero culminar dirigiendo tu mirada a tres de ellas:

1. El trabajo es un regalo. Es un don de Dios para proveer para nuestras necesidades, servir a los que están a nuestro alrededor, y reflejarlo a Él.

Aunque fuimos diseñados para trabajar, tenemos que descansar primero en la obra de Dios para poder trabajar para la gloria de Dios.

2. El trabajo tiene doble importancia para el que está en Cristo. Los creyentes trabajamos no solo como humanos hechos a imagen de Dios, sino también como el resultado de ser creados de nuevo en Él y por Él. Esto no solo incluye los trabajos físicos que hacemos, sino también todas nuestras obras: “Y todo lo que hagan, de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el Padre” (Col. 3:17). Nuestro trabajo es de importancia eterna cuando es hecho para la gloria de Dios.

3. El trabajo no nos hace justos ante Dios. Aunque fuimos diseñados para trabajar, el trabajo no puede arreglar nuestros problemas. Como dice Andy Crouch, no podemos “cultivar y crear lo suficiente para volver al huerto [del Edén]”. Sabemos que, aunque el trabajo no es una maldición, la maldición que sí tenemos sobre nosotros no se arregla por el trabajo.

Pablo nos deja claro en Efesios 2:8-9 que nuestra salvación es por gracia, y no por obras. Aunque fuimos diseñados para trabajar, tenemos que descansar primero en la obra de Dios para poder trabajar para la gloria de Dios. Lo que Cristo obró en nuestro lugar supera toda obra que pudiéramos haber hecho. Nuestra obra fructífera y valiosa depende de su obra fructífera y valiosa. Sí, los cristianos trabajamos, pero descansando en la obra de Cristo.


Imagen: Lightstock.
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