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Una de las primeras y más recurrentes cosas que han aprendido mis hijos en la escuela dominical, en la escuela cristiana, y alrededor de la mesa, han sido los diez mandamientos. De hecho, a mis tres hijos del medio les encanta cantar (¡sin cesar!) la canción de los diez mandamientos que aprendieron para el concierto del coro del año pasado. Como pastor presbiteriano, pero más aún como cristiano, considero que una de mis responsabilidades más obvias es enseñarles a mis hijos la gozosa responsabilidad de conocer y obedecer los diez mandamientos.

¿Podría ser que yo, junto con otros innumerables padres y pastores cristianos, estoy cometiendo un error?

En su nuevo libro, Irresistible: Reclamando lo nuevo que Jesús desató para el mundo (Irresistible: Reclaiming the New that Jesus Unleashed for the World), Andy Stanley insiste: “Los diez mandamientos no tienen autoridad sobre ti. Ninguna. Para ser claro: no obedecerás los diez mandamientos” (136). Mike Kruger discute con fuerza (y caritativamente) contra esta tesis audaz. No sorprenderá a nadie, especialmente dado mi nuevo libro, que cuando se trata específicamente del papel de los diez mandamientos, y del Antiguo Testamento en general, estoy totalmente de acuerdo con Kruger y estoy en desacuerdo con Stanley.

Contra toda la historia de la Iglesia

La iglesia históricamente ha puesto los diez mandamientos en el centro de su ministerio de enseñanza, especialmente para los niños y los nuevos creyentes.

La iglesia históricamente ha puesto los diez mandamientos en el centro de su ministerio de enseñanza, especialmente para los niños y los nuevos creyentes. Durante siglos, la instrucción catequética se basó en tres cosas: el credo de los apóstoles, el Padre nuestro, y los diez mandamientos. En otras palabras, para prácticamente toda la historia de la iglesia, cuando las personas preguntaban: “¿Cómo discipulamos? ¿Cómo enseñamos a nuestros hijos acerca de la Biblia? ¿Qué necesitan saber los nuevos cristianos sobre el cristianismo?”, sus respuestas siempre incluían un énfasis en los diez mandamientos.

En el Catecismo de Heidelberg, por ejemplo, 11 de los 52 domingos se centran en los diez mandamientos. Lo mismo ocurre en 42 de las 107 preguntas del Catecismo menor de Westminster, en más de la mitad del Catecismo mayor luterano, y en 120 de las 750 páginas del Catecismo de la Iglesia católica. En distintas tradiciones ha habido un énfasis histórico en los diez mandamientos.

Lugar único en el Antiguo Testamento

Los diez mandamientos no son simplemente una parte del pacto mosaico; ocupan un papel único y central en la ley dictada en el Sinaí. Vemos esto directamente desde el prólogo en Éxodo 20. El Señor ya no le está diciendo a Moisés que vaya y transmita un mensaje a la gente. Así actuó el Señor en el capítulo 19, pero ahora en el capítulo 20, Dios habla “todas estas palabras” (v. 1) directamente a los israelitas. Es por eso que, al final de los diez mandamientos, el pueblo clama a Moisés: “Tú nos hablas y escucharemos; pero no dejes que Dios nos hable, no sea que muramos” (Ex. 20:19). Estaban demasiado aterrorizados para que Dios les hablara sin un mediador, lo cual dice algo acerca de la impresionante demostración del poder de Dios en los capítulos 19 y 20, y subraya la importancia del decálogo

Además, el lenguaje en el versículo 2 es un eco deliberado del llamado de Dios a Abraham. Mira las similitudes:

“Yo soy el SEÑOR que te sacó de Ur de los caldeos”, Génesis 15:7

“Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto”, Éxodo 20:2.

En estas grandes épocas en la historia de la redención, primero con Abraham, y ahora con Moisés y el pueblo de Israel al pie del Monte Sinaí, Dios dice, en efecto: “Yo soy el Señor que te sacó de esta tierra extraña para ser tu Dios y para darte esta palabra especial”.

Algunas personas, incluidos varios buenos eruditos del Antiguo Testamento, dirán: “Bueno, mira, hay todo tipo de mandamientos. Los diez mandamientos son sucintos, y han jugado un papel importante en la historia de la iglesia, pero son simplemente la introducción a la ley mosaica. Hay cientos de estatutos en el Pentateuco, y la Biblia nunca dice que estos diez están en una clase por sí mismos”.

Cuando amamos, cumplimos los mandamientos, y cuando obedecemos los mandamientos, cumplimos la ley del amor.

Si bien es cierto que la Biblia no dice que se impriman los diez mandamientos en negrita, no debemos ignorar su estatus especial en el antiguo Israel; vinieron de Dios cuando habló a la gente cara a cara (Dt. 5:1–5), y vinieron del Monte Sinaí en medio de fuego, nubes, densa oscuridad, y una voz fuerte (Dt. 5:22-27). Éxodo 20 marca un punto alto literal y espiritual en la vida de Israel. No es de extrañar que las tablas de la ley, junto con el maná y la vara de Aarón, fueran colocadas dentro del arca del pacto (He. 9:4).

Habrá muchas más leyes en el Antiguo Testamento después de Éxodo 20. Pero estos diez primeros son fundamentales para el resto. Los diez mandamientos son como la constitución de Israel, y lo que sigue son los estatutos reglamentarios. La entrega de la ley cambia bruscamente del capítulo 20 a los capítulos 21 y 22. Los diez mandamientos son estándares claros, definidos, y absolutos de lo correcto y lo incorrecto. Una vez que llegas al capítulo 21, pasamos a la aplicación. Puedes ver el lenguaje distintivo que precede a cada párrafo en los capítulos 21 y 22: palabras como “cuando”, “quienquiera”, y “si”. Esta es la jurisprudencia destinada a aplicar las disposiciones constitucionales talladas en piedra en el Monte Sinaí.

En otras palabras, desde el comienzo de la existencia formal de Israel como nación, los diez mandamientos tuvieron un lugar especial en el establecimiento de las reglas para que vivieran juntos.

Parte del nuevo Jesús para el mundo

Contrario a lo que afirma Andy Stanley, los diez mandamientos no son solo importantes en el Antiguo Testamento, también son fundamentales en la ética del Nuevo Testamento.

Piensa en Marcos 10:17, por ejemplo. Aquí es donde el joven rico se acerca a Jesús y le pregunta: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús le dice: “Tú conoces los mandamientos”. Luego enumera la segunda tabla de la ley, los mandamientos que se relacionan con nuestro prójimo: “No asesines, no cometas adulterio, no robes, no hagas falsos testimonios, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre” (v .19). Jesús no está trazando el camino para ganarse la vida eterna. Sabemos por el resto de la historia que Jesús está preparando al joven para una caída, porque el único mandato que obviamente no ha obedecido es el único que Jesús omite, no codiciar (vv. 20–22). Pero vale la pena mencionar que cuando Jesús tiene que dar un resumen conveniente de nuestros deberes a nuestro prójimo, va directamente a los diez mandamientos.

Vemos algo parecido en Romanos 13. Cuando el apóstol Pablo quiere dar un resumen de lo que significa ser un cristiano que vive en obediencia a Dios, él va a los diez mandamientos:

“No deban a nadie nada, sino el amarse unos a otros. Porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley. Porque esto: “NO COMETERÁS ADULTERIO, NO MATARÁS, NO HURTARÁS, NO CODICIARÁS”, y cualquier otro mandamiento, en estas palabras se resume: “AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO”, Romanos 13:8–9.

Pablo dice, como lo hizo Jesús, que los diez mandamientos son el camino para que el pueblo de Dios se ame. Cuando amamos, cumplimos los mandamientos, y cuando obedecemos los mandamientos, cumplimos la ley del amor.

Jesús ciertamente transforma los diez mandamientos, pero nunca tuvo la intención de abolirlos.

Pablo hace algo similar en 1 Timoteo 1. Después de establecer que la ley es buena si uno la usa legalmente (v. 8), Pablo procede en los versículos 9 y 10 a repasar la segunda tabla de la ley, refiriéndose a los malvados “que golpean a sus padres y madres” (una violación del quinto mandamiento), y “asesinos” (una violación del sexto mandamiento), y a los hombres inmorales y sexuales que practican la homosexualidad (violaciones del séptimo mandamiento), y “esclavizadores” (una violación del octavo mandamiento), y mentirosos y perjuros (violaciones del noveno mandamiento). Nuevamente, cuando Pablo necesita una forma reconocible de resumir la instrucción ética para el pueblo de Dios, regresa a los diez mandamientos.

Por tradición judía, hay 613 leyes en el Pentateuco. Todas importan, porque todas nos enseñan algo sobre el amor a Dios y al prójimo. Pero los 613 pueden resumirse en los diez mandamientos, que a su vez pueden resumirse en dos: ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, y mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo (ver Mt. 22:37-40). Sin duda, Jesús ciertamente transforma los diez mandamientos, pero nunca tuvo la intención de abolirlos (Mt. 5:17).

Los diez mandamientos han sido fundamentales para el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, fundamentales para el pueblo de Dios en el Nuevo Testamento, fundamentales para el pueblo de Dios a lo largo de la historia de la Iglesia, y también deberían ser centrales para nosotros.


Partes de esta publicación se han adaptado de The Ten Commandments: What They Mean, Why They Matter, and Why We Should Obey Them.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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