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Es fácil sentirse agradecido con Dios cuando Él orquesta nuestras circunstancias para que consigamos lo que queremos. Pero, ¿cómo respondemos cuando Él nos da algo que no deseamos?

Perder a uno de tus padres, que se separen, estropear una amistad, tener un país en crisis, ser ofendido por un hermano… son ejemplos de las muchas cosas que nos afligen sin estar relacionadas con un pecado nuestro. Se entiende que muchas veces no veamos estas situaciones como regalos de parte de Dios.

Sin embargo, según Pablo, escribiendo bajo la dirección del Espíritu Santo, nos enseña que uno de los regalos más preciados de Dios para sus hijos es el sufrimiento.

El regalo del sufrimiento

Vemos un ejemplo de esto en Filipenses. A Pablo le preocupa que la oposición divida y conquiste la iglesia en Filipos. Teme que los creyentes puedan fragmentarse en su unidad y fracasen en vivir dignos del evangelio.

Pablo los exhorta a mantenerse firmes y unidos, sin intimidarse por sus oponentes (Fil. 1:27-28).

En ese contexto, él les escribe: “Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no sólo creer en El, sino también sufrir por El” (v. 29). Pablo los anima en medio del sufrimiento recordándoles que, en la soberanía de Dios, el sufrimiento para el creyente es un don del mismo Señor eterno y misericordioso que nos salva.

Esta clase de sufrimiento es un regalo de la gracia de Dios. No es un castigo divino por nuestros fracasos. Tampoco es únicamente una disciplina diseñada para enderezarnos y alertarnos sobre el pecado no arrepentido en nuestra vida. Esta clase de sufrimiento no es una casualidad que se cruzó en tu camino cuando Dios estaba ocupado con otros asuntos. Más bien, aunque a veces nos cueste entenderlo, es una expresión de bondad inmerecida.

El punto de Pablo es que todos los que han recibido el don de la fe para creer en Jesús también han recibido el don del sufrimiento para que Jesús sea glorificado en ellos. “Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Ti. 3:12). “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (He. 14:22b, ver también 1 Ts. 3:3).

Todos los que han recibido el don de la fe para creer en Jesús también han recibido el don del sufrimiento para que Jesús sea glorificado en ellos.

Agradeciendo a Dios por su obra

¿Cómo puede el sufrimiento de alguna manera ser un regalo para el creyente?

La verdad es que el sufrimiento tiene un potencial que puede ser para bien o para mal.  Por ejemplo, el sufrimiento puede unir o puede hacer trizas a la familia; puede incentivar nuestra confianza en el Señor o sembrar la semilla de duda, amargura, e ira hacia Dios. Y cuando Él ordena sufrimiento en nuestras vidas, su propósito es para nuestro máximo bien (Ro. 8:28).

Charles Spurgeon decía que el mismo sol que endurece el barro es el que derrite la cera. Las pruebas y tribulaciones que endurecen a algunos, haciéndolos insensibles al amor de Dios, pueden derretir a otros enseñándoles paciencia y resistencia. Esto construye nuestro carácter y nos hace más sensibles a la bondad del Señor.

Si estamos en Cristo, podemos saber que el sufrimiento es un regalo con el propósito de ayudarnos a conformarnos más a Su imagen.

Por tanto, este es un hermoso principio clave en la vida cristiana: debemos dar gracias a Dios por el sufrimiento, por lo que Él puede hacer a través del dolor en nuestras vidas. “Den gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:18).

No hay un valor intrínseco en las dificultades. Dios no pretende que disfrutemos del dolor o pretendamos que el mal es bueno. Pero nuestro dolor no se escapa de la voluntad de Dios y, si estamos en Cristo, podemos saber que el sufrimiento es un regalo con el propósito de ayudarnos a conformarnos más a Su imagen.

¿Has tomado la resolución ser más agradecido en medio del dolor?

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