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A medida que se acercaba el final del tiempo de adoración y alabanza, la certeza de la bondad de Dios me invadía después de mi agotadora semana. Acababa de cantar “¡eres suficiente para mí, Cristo!”; “nada en este mundo se compara a tenerte”, y esas verdades habían refrescado mi corazón aquel domingo por la mañana.

A los pocos minutos, comenzaron los anuncios usuales y la invitación a compartir breves testimonios: una mujer mayor compartió sobre la sanidad de su rodilla, otra persona de la restauración de una relación familiar, y todos nos alegramos.

Pero el verdadero júbilo de la congregación se hizo sentir cuando uno de los jóvenes adultos compartió que se había comprometido para casarse. ¡El salón retumbó de aplausos y gritos de alegría! Me alegré por él al tiempo en que pensé brevemente: “Señor, ¿cuándo será el día en que yo pueda anunciar algo así?”.

Al comenzar la prédica, con el ambiente todavía cargado de regocijo por la noticia, el predicador comenzó a compartir sobre cuánto nos alegraba la formación de una nueva familia, porque “la familia es la bendición más importante que tenemos”.

Continuó desarrollando esta idea al decir que el diseño de Dios para la humanidad fue establecido por medio del matrimonio y los hijos, que son la señal de la bendición de Dios. ¡Nada nos bendice más que el matrimonio! Sus palabras introductorias culminaron haciendo referencia a Proverbios 18:22: “El que halla esposa halla algo bueno y alcanza el favor del Señor”. 

A mis 30 años, sus palabras me impactaron porque vi mi vida en contraste con estas afirmaciones y pensé: “¡No tengo la bendición más grande de Dios! Mi familia somos solo mi mamá y yo, y pareciera que el matrimonio no es algo que está a la vuelta de la esquina para mí. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué problema o pecado serio estoy ignorando que no me permite recibir esta bendición de Dios? ¿Será que trabajo demasiado? ¿Quizá es que Dios está enojado conmigo?”.

Mi conclusión fue: “Algo anda mal conmigo y tengo que averiguar qué es”.

Ese día regresé a casa sin el gozo y la paz que la verdad de Dios, declarada en esas canciones de adoración, me habían dado más temprano.

Cristo es nuestra bendición más grande

Quizá así estés hoy en medio de tu soltería, luchando para disfrutar del gozo del Señor en medio de esta circunstancia que nunca hubieses deseado. Es posible que estés preguntándote qué estás haciendo mal o qué pudieses estar haciendo diferente. Si pasas por lo que yo pasé, al creer que tener una familia, un cónyuge o hijos, es la mayor bendición que Dios nos da y el propósito de tu vida, es muy probable que entonces no solo estés dudando de tu identidad en Cristo, de tu valor para Él, sino también de su bondad y fidelidad en tu vida.

Si bien es cierto que somos imperfectas y, más que eso, que somos pecadoras que día tras día “[vemos] otra ley en los miembros de [nuestro] cuerpo que hace guerra contra la ley de [nuestra] mente y [nos] hace prisionero[s] de la ley del pecado que está en [nuestros] miembros” (Ro 7:23), debido a la persona y obra de Jesús, el pecado no tendrá dominio sobre nosotras, pues no estamos bajo la ley sino bajo la gracia (Ro 6:14).

Por lo tanto, no es tu perfección ni tu rectitud la que te hacen merecedora del amor ni de las bendiciones de Dios. Solo la obra de Jesús es capaz de darte esas cosas. De hecho, nada de lo que puedas hacer provocará que el amor de Dios por ti cambie ni que dejes de ser Su hija. Nada cambia la realidad de las cosas que Dios preparó para quienes le aman. Además, si nosotros siendo malos, sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos ¿cuánto más nuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden? (Mt 7:11)

Poco tiempo después de esa mañana de domingo hace cinco años, Dios me permitió comprender que las palabras de ese predicador, si bien tuvieron una buena intención y reflejaban una verdad importante, obviaron la Verdad: Cristo —no el matrimonio ni cualquier otro regalo añadido— es nuestra más grande y certera bendición.

Sí, la familia es un regalo hermoso y un diseño que los hijos de Dios debemos exaltar; una hermosa oportunidad de servicio y sacrificio, de reflejar a Cristo en nuestras relaciones más íntimas. El matrimonio es una antesala, una sombra de la perfecta unión de Cristo con Su Iglesia, de la cual somos parte. Y esa —no su sombra— es nuestra mayor bendición.

La señal de la bendición de Dios sobre nuestra vida fue haber dado a Su único Hijo por nuestra alma, para que no tuviésemos que vivir separadas de Él nunca más. Con ello, además, viene la garantía de gozo, paz y un destino eterno que es, en efecto, nuestro mayor regalo. ¡Esto es algo en lo que puedo alegrarme hoy; puedo experimentarlo hoy!

Todo esto es una garantía eterna de que ya tenemos lo que más necesitamos y esto lo tenemos por gracia, por medio de la fe genuina, a pesar de nuestros fracasos y pecados. Al permanecer en Jesús, el fruto de estar en Él será cada vez más evidente en mi vida, pero nada de lo que yo haga cambiará la realidad de que ya me ha sido dada la mejor y mayor bendición posible: Cristo. 

La soltería como regalo

Así que la respuesta a la pregunta de si acaso hay algo mal contigo si no te has casado es sí y no. Por un lado, sí hay algo malo contigo, ¡pero es que hay algo mal con todos nosotros! (Ro 3:23). Por eso necesitamos urgentemente la gracia que Cristo nos da, no solo al momento de nacer de nuevo, sino cada día de nuestras vidas. Así que no es tu imperfección la que te hace menos merecedora de una bendición como el matrimonio; es Su perfecta voluntad la que permite tu soltería hoy. Cuando tenemos una percepción negativa del tiempo de soltería estamos obviando todas las afirmaciones de Pablo en 1 de Corintios 7 y cómo esta circunstancia es y puede ser una situación ideal para servir a Dios.

Por otro lado, ya no hay nada malo contigo (en un sentido eterno) porque has sido comprada por un precio y justificada para siempre ante el Padre. No necesitas probar nada más para recibir las bendiciones de Dios y de hecho, ¡puede que Su bendición sea mantenerte soltero en este tiempo!

Si bien es posible que estés soltera por las razones equivocadas (miedo al compromiso, egoísmo o idolatría a la independencia), lo más probable es que si estás aferrada al Señor, Él te está dando, por un tiempo o para siempre, la bendición de la soltería. Esto suena en contraste con lo que escuchamos normalmente y, por lo general, no provoca reacciones de júbilo como las de un anuncio de casamiento. Pero lo cierto es que es también una razón para alegrarte porque Dios te está dando efectivamente lo que Él sabe que es mejor para ti en este tiempo de tu vida. En Jesús ya hallamos la máxima bondad posible y es solo en Él que podemos gozar del favor del Señor todos los días de nuestra vida.

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