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Desde que existen registros de la presencia humana, hay también evidencia de su movilidad. Podría afirmarse que la migración es un hecho que acompaña a la naturaleza humana, pues donde hubo grupos de personas, estos se han desplazado de un área geográfica a otra por diversas razones: climáticas, económicas, bélicas, sociológicas, entre otras. En la Biblia existen muchos relatos de movilidad humana, en especial en los libros de Génesis y Éxodo. Nuestro Señor Jesús y Su familia también se vieron obligados a emigrar a Egipto (Mt 2:13-15).

Hoy la movilidad humana es un hecho social notorio y reconocido. Distintas disciplinas del conocimiento han desarrollado ramas especializadas en temas migratorios. También los estados nacionales y diferentes organizaciones buscan implementar políticas y mecanismos que respondan a diferentes fenómenos de movilidad humana, así como a las crisis humanitarias que a menudo conllevan.

A la luz de todo lo anterior, sería incongruente que como iglesia evadamos la conversación sobre la realidad migratoria global o que permanezcamos en ignorancia al respecto. Un hecho social tan íntimamente relacionado con la naturaleza humana, presente en los registros bíblicos y que demanda respuestas, tanto de la comunidad internacional como de la iglesia, debería ser conocido y abordado bíblicamente por los creyentes. 

Conozcamos los conceptos básicos

Aunque todas las personas que se movilizan de una región o país a otro son, jurídica y bíblicamente hablando, iguales en dignidad y valor, el Derecho Internacional reconoce que no todas las personas emigran por las mismas razones. En virtud de ello, se han definido distintas categorías de personas en movilidad.1 Estas son algunas de las categorías:

Migrantes: Aunque no existe una definición consensuada, en general, se considera migrante a toda persona que ha salido de su país de origen o residencia habitual. Normalmente, se asocia este término a quienes emigran por motivaciones económicas, laborales y académicas. Se distingue entre inmigración legal o ilegal dependiendo de si el ingreso de una persona a otro país a trabajar, estudiar o simplemente permanecer cumplió con los requisitos de la ley nacional o no (p. ej., un visado de trabajo).

Refugiados y/o solicitantes de asilo: El refugiado fue definido por primera vez en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de la ONU, en 1951.2 Hace referencia a toda persona que, debido a temores fundados de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o no quiera acogerse a la protección de tal país a causa de dichos temores. El solicitante de asilo es toda persona que espera el reconocimiento de la condición de refugiado en un país determinado. Según esta definición oficial en la actualidad, ¡Jesús fue un refugiado de niño! (Mt 2:13-15).

Ponernos en el lugar del otro es un paso importante en el trato a los migrantes

Apátrida: Toda persona a la cual, debido a distintas situaciones (geopolíticas, bélicas, jurídicas), ningún país le ha reconocido una nacionalidad. Por ende, el apátrida no cuenta con la protección de ningún Estado y no tienen ninguna autoridad ante la cual exigir el reconocimiento de sus derechos. Los apátridas, como los refugiados, califican como personas merecedoras de protección internacional, y por tanto, las normas de ingreso y permanencia en un país extranjero no aplican de la misma forma que al migrante.

Desplazado interno: Se trata de personas que se han visto forzadas a salir de su ciudad o región de origen, pero aún permanecen dentro de las fronteras de su país, sujetas a la protección del Estado de su nacionalidad.

La dimensión de la migración global

Para el 2020, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) registró un número de 281 millones de migrantes internacionales en todo el mundo (en inglés), de los cuales 164 millones son trabajadores migrantes. En los últimos veinte años, la cantidad de personas forzadas a abandonar sus hogares a nivel global se ha quintuplicado. 

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estimó que, para mayo del 2022, existían cerca de 90 millones de personas que se habían movilizado de manera forzada alrededor del mundo (en inglés), un número que en el 2023 se incrementó hasta rozar el récord histórico de 100 millones de personas que se han visto forzadas a huir de su país o región de origen. Este incremento dramático en las últimas décadas se ha debido a los grandes flujos migratorios generados por las situaciones en Siria, Venezuela, Afganistán, Sudán del Sur, Birmania y, más recientemente, Ucrania. 

En la actualidad podemos hablar de la existencia de 281 millones de personas migrantes en todo el mundo (¡muchos de nosotros!) y más de un tercio han sido forzadas a dejar sus hogares, su comunidad y, muchas veces, su familia. Todo esto debe hacernos pensar en el papel de la iglesia ante este fenómeno y cómo la Palabra de Dios nos llama a responder.

¿Qué nos dice la Biblia al respecto?

La Palabra de Dios registra varios personajes que se desplazaron de una región a otra por diversos motivos: Adán y Eva, Caín, Noé, Abraham, José, el pueblo de Israel, ¡hasta el Señor Jesús se vio forzado a huir a Egipto!, entre muchos otros ejemplos a lo largo de la línea de tiempo bíblica. También encontramos principios que nos indican con claridad cuál es el corazón de Dios hacia los extranjeros y cuál es el llamado que hace a Su pueblo para actuar en favor de ellos.

Dios establece en Su ley una clara prohibición en contra del maltrato y la opresión al extranjero (Éx 22:21); en cambio, instruye a Israel a tratarlo como si fuese uno de ellos, amándolo como a ellos mismos (Lv 19:34; cp. Dt 24:14, 21). Dios revela cuál es Su corazón para con los más vulnerables, entre los que incluye al extranjero: «Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra Su amor al extranjero dándole pan y vestido. Muestren, pues, amor al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto» (Dt 10:17-19, énfasis añadido).

La soberanía de Dios y la Gran Comisión nos invitan a asumir todo encuentro con una persona migrante como una oportunidad para compartir el evangelio

En el Nuevo Testamento vemos que Jesús destaca el trato ejemplar al prójimo cómo una respuesta directa a Él: «Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron» (Mt 25:35, énfasis añadido). Por otro lado, Pablo enseña que Dios es soberano sobre las fronteras de las naciones y que las establece con el propósito de que las personas se encuentren en un tiempo y lugar determinados, para que le busquen y lo conozcan (Hch 17:26-27). 

Los retos para el cristiano

Dios nos llama a responder al extranjero con amor y compasión. No obstante, también es cierto que la complejidad del fenómeno de la migración global, junto con lo intrincado del panorama político y económico mundial, ha provocado preguntas importantes acerca de la migración masiva. La inmigración ilegal también representa un problema complejo. Asimismo, no podemos obviar que nuestra sociedad aún lucha con prejuicios hacia los extranjeros y todavía existen reservas hacia ciertas culturas. Lamentablemente, también en la iglesia se pueden encontrar algunas veces estas actitudes.

La responsabilidad política y económica de los estados nacionales y la posición de la iglesia al respecto puede y debe ser objeto de análisis. Por ahora, quisiera enfocarme en algunas observaciones que cada creyente puede considerar acerca de este tema:

  • Israel debía recordar que había sido extranjero en la tierra de Egipto como una forma de nutrir su compasión al extranjero. Hoy en día, lo mismo se aplica a muchos de nosotros: debemos tener presente que, en este mundo cambiante, todos somos vulnerables a encontrarnos en una situación que nos impulse a salir de nuestro país de residencia o, inclusive, ya hemos tenido que hacerlo. Ponernos en el lugar del otro es, entonces, un paso importante en el trato correcto a los migrantes.
  • Los migrantes económicos y los refugiados no son un número más en una estadística global; son personas como tú y yo que se enfrentan a retos, necesidades, preguntas y anhelos de una vida mejor. La soberanía de Dios (Hch 17:26-27) y la Gran Comisión (Mt 28:19-20) nos invitan a asumir todo encuentro con cualquier persona en movilidad migratoria como una oportunidad para compartir el evangelio.3
  • Es difícil que una persona ponga en riesgo su vida y la de su familia huyendo de su país si piensa que tiene otras opciones. Desde el año 2006 hasta el 2018, mis estudios y mi trabajo estuvieron vinculados a personas en algún tipo de situación que los impulsó a moverse de su región o país de origen: refugiados, migrantes, desplazados internos o desmovilizados de conflictos internos. En parte de ese período, tuve la oportunidad de trabajar como abogada en la verificación de las causales jurídicas en las historias de cientos de familias que solicitaban protección como refugiadas, de acuerdo con los tratados internacionales en materia de asilo. Si algo puedo resaltar entre mis conclusiones es que nadie abandona su país, su hogar y su familia, algunas veces en condiciones que representan los más altos riesgos, sin que en esa persona pese más el temor que implicaría permanecer donde se encuentra. Esta es la situación de los refugiados alrededor del mundo, que requiere una respuesta activa por parte del cristiano que se cruce en su camino.

Una respuesta inicial

Es cierto que un solo creyente no podría responder a las necesidades de 280 millones de personas. Pero, como parte de la iglesia de Cristo, podemos aprovechar cada oportunidad de enseñar los principios bíblicos a favor del migrante, ya sea un pastor desde el púlpito cuando esté exponiendo un texto que aborde este asunto, o un creyente en una conversación casual con un hermano en la fe. 

Podemos involucrarnos en iniciativas locales de nuestra comunidad que presten servicio a las personas con necesidad de protección o ser iniciadores de movimientos de hospitalidad a migrantes. Recordemos que quien ha abandonado su país de origen, sin importar cuáles hayan sido las razones, siempre se encontrará en un grado de vulnerabilidad mayor que quien se encuentra en su nación, en especial si ha tenido que superar circunstancias traumáticas para llegar a su nuevo hogar.

Por ahora, te extiendo una invitación a responder a la pregunta: ¿Aprovecharemos las oportunidades de amar, servir y predicar el mensaje de salvación al cruzarnos con un migrante?


1 Existen otras categorías relevantes como las víctimas de trata de personas y de tráfico de migrantes que no serán abordadas en este breve artículo por cuestión de espacio.
2 Esta Convención fue el primer tratado internacional que estableció los principios generales de la protección internacional. Estuvo destinado a las víctimas de la II Guerra Mundial y limitaba su alcance a esta situación. En el Protocolo de 1967 se extendió a toda persona que se haya visto obligada a salir de su país por al menos una de las cinco razones indicadas.
3 Esta es una perspectiva de gran importancia que los cristianos debemos preservar. En 2022, LifeWay Research publicó una encuesta realizada en EE.UU. según la cual, menos de la mitad de los cristianos evangélicos pensaban que la llegada de inmigrantes a sus comunidades representaba una oportunidad para compartirles de Cristo.
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