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Parte de profundizar en la Biblia tiene que ver con comprender cómo ella se trata de una sola historia. Es decir, comprender cómo conectamos lo que Dios hizo en el Antiguo Pacto con lo que vemos en el Nuevo Pacto. Este entendimiento es crucial para saber qué significan muchas cosas en la Palabra, entre ellas la circuncisión.

En el principio…

Al inicio de la Biblia se nos relata cómo Dios no solo creó el universo y la tierra, sino también a criaturas a su imagen para que llenaran su creación (Gén. 1-2).

Estas personas no solo debían multiplicarse, sino también adorarle y servirle… pero ellas desobedecieron. Después de la caída de Adán y Eva, Dios los expulsa de huerto del Edén (Gen. 3:23). Sin embargo, Dios les prometió un Salvador en la simiente de la mujer, como leemos en Génesis 3:15. Después de esta promesa, vemos a Dios guardando la simiente futura de la mujer a pesar de la maldad y pecado de sus criaturas.

Aunque más adelante Dios castigó el pecado creciente de la humanidad con el diluvio, Él preservó la simiente de la mujer por medio de la nueva creación con el Pacto con Noé. La señal de este pacto es el arco en la nubes (Gen. 9:11–16). Cuando lo vemos, sabemos que Dios nunca destruirá esta creación por medio de un diluvio. De esa manera Dios continúa con el desarrollo de su promesa, y más adelante encontramos como Dios llama a Abram (Gen. 12).

Cristo es la verdadera simiente de Abraham. Él es quien compró con su sangre las bendiciones del Nuevo Pacto para nosotros.

La señal de un pacto

Abram no hizo nada para que Dios le llamara a servirle, mas el Señor fue fiel a su promesa y lo llamó para crear una gran nación por medio de él (Gén 12). Abram no tenía hijos porque su esposa era estéril. Así que, una vez más, la promesa de salvación por medio de la simiente de la mujer es puesta a prueba. Más adelante, en Génesis 15, vemos que Dios le promete a Abram un heredero. Lo interesante de esta promesa es ver cómo hay tres tipos de simiente o descendencia de Abram según la Biblia.

Primero, vemos la simiente natural que saldrá de las entrañas de Abram (Gen. 15:4). Más adelante aprendemos que se trata de su hijo Isaac. Segundo, está la simiente espiritual prometida a Abram (Gen. 15:5). Él sería el padre de una descendencia en donde las familias de la tierra serán bendecidas (Gen. 12:3). Pero, ¿cómo serán bendecidas las familias de la tierra, si todos merecemos condenación por nuestro pecado? Por la simiente espiritual y única de Abram que es Cristo, tal como Pablo interpreta en Gálatas 3:16, respondiendo a la falsa enseñanza de la circuncisión para el creyente. Tercero, también vemos otro tipo de simiente en Génesis 15:13; una simiente por elección de Dios, como su elección de Israel como nación.

Tal vez te estés preguntando: ¿Qué tiene que ver esto con la circuncisión? Mucho, en realidad, porque Dios escoge que la señal de este pacto con Abraham sea la circuncisión que vemos en Génesis 17. Antes de mencionar esta señal, Dios cambia el nombre de Abram a Abraham, que significa “Padre de multitudes”. Entonces Dios le da la señal del pacto, la circuncisión, que funcionaba como la marca que separaba o identificaba a quien era parte de este pacto y vivía conforme a la ley de Dios y sus obligaciones.

La circuncisión del corazón

El pueblo de Israel como nación nunca pudo obedecer completamente la ley de Dios. Por eso Moisés llamó continuamente al pueblo a amar a Dios con todo el corazón, la mente, y toda sus fuerzas (Deut. 6:4–5), sabiendo que en verdad no lo harían porque eran un pueblo necio (Deut. 9:6).

El llamado es el siguiente desde el Antiguo Pacto: “Circunciden, pues, su corazón” (Deut. 10:16). De aquí entendemos que la circuncisión externa como señal apuntaba a una circuncisión interna hecha por Dios mismo, tal como lo prometió en Deuteronomio 30:6. Esta promesa de circuncisión interna en el corazón, es la que vemos en los escritos de los profetas de manera más amplia en el Nuevo Pacto (Jer. 24:7; 29:10–14; 31:31–34; 32:36–41; Ez. 36:26–27).

La circuncisión de corazón es lo que capacita a una persona para amar y atesorar a Dios sobre todas las cosas.

En el Antiguo Pacto, Dios le dio a su remanente un corazón para amarlo y amar su Palabra. Ahora en el Nuevo Pacto, la aplicación de esta promesa es más extensa, pues es aplicada a todos los miembros de la Iglesia de Cristo.

La circuncisión de corazón es lo que capacita a una persona para amar y atesorar a Dios sobre todas las cosas. Nos permite ejercer fe en lo que Dios ha hecho a nuestro favor en su Hijo. Esta promesa es aplicada a nuestros corazones por medio del Espíritu (Rom. 2:27–29; 2 Cor. 3:12–17; Tit. 3:4–7).

De esa manera, Cristo es la verdadera simiente de Abraham. Él es quien compró con su sangre las bendiciones del Nuevo Pacto para nosotros (Luc. 22:20). Él es Salvador de todas las familias de la tierra que se arrepienten de sus pecados y creen en Él, y así reciben la bendición de ser parte de la familia de Dios.

Por todo esto, la única forma de ser parte del Nuevo Pacto es que Dios circuncide nuestros corazones, siendo ahora las señales externas de este pacto el bautismo del creyente (Rom. 6:1-4), y la Cena del Señor como celebración y recordatorio de lo que Jesús hizo por su Iglesia (Luc. 22:19-20).

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