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La inmensa mayoría de mujeres creyentes fuimos llamadas por Dios mientras estábamos rotas, decepcionadas o lastimadas; no obstante, a todas nos encontró muertas en nuestros delitos y pecados (Ef 2:5). Fue por Su gracia y misericordia que nos llamó a Él y nos dio la oportunidad de arrepentirnos de nuestros pecados y poner toda nuestra fe en Cristo, en Su muerte y resurrección para ser salvadas por Él, tener vida nueva y ser llamados hijas de Dios (Jn. 1:21).

Somos una nueva criatura (2 Co 5:17) y, aunque el pecado ya no reina sobre nosotras (Ro 6:14), aún conservamos esa naturaleza pecaminosa con la que lucharemos todos los días de nuestra vida en esta tierra. Somos pecadoras en recuperación. Por lo tanto, no podemos ni debemos caminar solas la carrera cristiana. Principalmente tenemos al Espíritu Santo que mora en nosotros (Jn 14:16-17), pero también nos tenemos mutuamente en la iglesia para acompañarnos unas a otras y crecer mediante relaciones de rendición de cuentas.

Rendición de cuentas

Este término no lo encontramos escrito en la Biblia, pero sí encontramos principios y ejemplos de relaciones cercanas en donde dos partes o más partes se involucran mutuamente para mostrarse las faltas, los pecados a las que son ciegas, y crecer juntas en la madurez cristiana y la relación individual con Cristo.

Paul David Tripp, en su libro Instrumentos en las manos del Redentor , dice:

“El propósito de la rendición de cuentas es ayudar a la gente a hacer lo correcto a largo plazo. Les proporcionamos una compañía que los mantiene responsables, conscientes, decididos y alertas hasta que sean capaces de estar solos. Guía a los ojos que han comenzado a ver, y fortalece las rodillas frágiles y los brazos débiles. Tratamos de alentar la fe que flaquea y de mantener las metas de Dios ante los ojos de la gente. Les ayudamos a comprender cuándo deben huir del pecado y cuándo se les llama a resistir y a luchar”.[1]

Una relación de rendición de cuentas debe ser cercana. Ambas partes deben estar dispuestas a escuchar, a acompañar a aquel que está menos maduro en la fe, o a quienes pueden estar luchando con algún pecado en específico, o sufriendo algún tipo de descontrol emocional o de cualquier otra índole.

Sin duda, el mejor ejemplo para nuestras relaciones de rendición de cuentas lo recibimos de nuestro Señor Jesús. Él escogió a 12 hombres con quienes convivió de cerca durante tres años. Comió con ellos, viajó con ellos, invirtió tiempo en ellos, y les hizo las preguntas difíciles; los instruyó, los amó y los animaba a perseverar en la fe, en la oración, en su dependencia a Dios (Jn. 12:16; Mr. 3:7; 6:30-32). Lo hizo de manera intencional, pero también de forma orgánica.

Nosotras podemos imitar a Cristo en nuestras relaciones de rendición de cuentas; no vamos a elegir a 12 personas a quienes guiaremos a ser como nosotras, sino a ser como Cristo. No hacemos esto porque ya hayamos alcanzado la perfección o el nivel de madurez supremo para poder guiar a otras, sino porque, como hijas de Dios, a eso hemos sido llamadas.

La Biblia es clara cuando nos dice: “Lleven las cargas los unos de los otros” (Gá 6:2), “exhórtense los unos a los otros… luchen contra el engaño del pecado” (He 3:13), “ámense los unos a los otros” (Ro 13:8; 1 Jn 3:11), “amonéstense con bondad” (Parf. Ro 15:14), “estimúlense unos a otros a las buenas obras” (He 10:24; Col 3:16), “confiesen sus pecados unos a otros y oren unos por otros” (Stg 5:16).

Ser intencionales en vivir lo que creemos nos llevará a tener relaciones cercanas con otras creyentes que están creciendo en su caminar cristiano al igual que nosotras; relaciones que no son abusivas, que no infunden presión o algún tipo de temor. Necesitamos recordar dónde estábamos y cuánto tiempo invirtieron otras personas en nosotras para estar donde estamos ahora. Al recordarlo, mostremos gracia, amor, compasión y consolación a aquellas con quienes estamos caminando.

Mientras caminamos juntas, recordemos también que esta es una relación donde se estará compartiendo sobre la vida personal, sin velos, sin máscaras, donde habrá confesión de pecados. “Debemos amar a la gente lo suficiente como para hacer algo más que solamente exponer el mal, anunciar el bien y marcharnos. Pedir cuentas requiere una disposición a subirse las mangas y estar junto con las personas en medio de sus luchas entre el pecado y la justicia”.[2]

Pablo escribe: “Hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo” (Gál 6:1-2).

¿Cómo cultivo una relación de rendición de cuentas?

Se trata de caminar hombro a hombro con quienes tenemos esta relación de rendición de cuentas, en donde mostramos que nos necesitamos como hermanas, como iglesia. Estar el tiempo suficiente para conocernos, entablar una amistad donde Cristo sea el centro, donde la confianza y honestidad también resalten. ¿Qué podemos hacer para cultivar una relación así?

Orar y pedir consejo

Al ser una relación donde se expondrán pecados y se mostrarán vulnerables, necesitamos orar, pedir el consejo de Dios, de nuestros pastores y esposos si es el caso, acerca de con quienes estaremos reuniéndonos para rendir cuentas.

Honestidad

No habrá un cambio significativo si en la rendición de cuentas no somos honestas, si guardamos secretos, ocultamos pecados o nos mostramos con máscaras. Si queremos crecer, entonces necesitamos ser transparentes, hablar de nuestras luchas y pecados, y no callar por temor (Sal. 32:3).

Hacer y responder las preguntas difíciles

Necesitamos hacernos las preguntas difíciles. Tú sabes, esas que nos llevan a desnudar el alma, a confesar nuestros pecados, faltas y temores, y que sí o sí nos llevan al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (He 4:16).

Caminar con otras creyentes y ver la evidencia de la gracia de Dios en ellas, es un regalo del cielo

Confidencialidad

Procuren por sobre todas las cosas mantener en privado lo que se habla entre ustedes. Esto es algo que cuando se quebranta, también quebrantamos corazones corriendo el riesgo de que sean cerrados no solo a nosotras, sino también al evangelio.

Cuando otras hermanas nos confiesen que están corriendo peligro o cuando algo grave esté sucediendo, debemos hablar con nuestros pastores o ancianos de la iglesia para apoyar de la mejor manera.

Caminar con otras creyentes y ver la evidencia de la gracia de Dios en ellas, es un regalo del cielo. Un privilegio que tenemos como hijas de Dios. Demos gloria a Dios por la oportunidad de servirle en las relaciones que tenemos de rendición de cuentas y amemos a nuestro prójimo como a nosotras mismas. Nos necesitamos como iglesia.


[1] Paul David Tripp, Instrumentos en las manos del Redentor (Faro de Gracia, 2012), 287.
[2] Ibid, 286.
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