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Mi esposa y yo tenemos cinco hijos. Como puedes imaginar, con cinco hijos hemos llegado a conocer muy bien a nuestra pediatra. Se llama Elisabeth.

Elisabeth es muy buen médico. Tiene mucho conocimiento, y lo notamos siempre que vamos a verla. Nos parece que tiene mucho criterio cada vez que explica su diagnóstico y el tratamiento de las sinusitis, laringitis, bronquitis, y todas las otras itis que nuestros hijos han llegado a tener.

Evidentemente, queremos llevar a nuestros niños al mejor médico posible. Cuando pensamos en su salud, no nos podemos imaginar dejarlos en manos de un médico sin formación, sin estudios, sin haber ido a la universidad y a la facultad de medicina. No los llevaríamos a ningún medico autodidacta, ni a ningún médico que se haya formado solo por medio de la experiencia práctica, ni a ningún médico que solo haya asistido a un par de conferencias o a una formación intensiva de unas pocas semanas antes de empezar a ejercer. ¡Hay demasiado en juego!

Es de sentido común. Lamentablemente, esta misma lógica muchas veces no se aplica a la hora de buscar un médico para nuestras almas.

¿Seminario = Cementerio?       

La formación académica para el ministerio cristiano a menudo no se valora. Algunos piensan que mientras el pastor, el maestro, o el evangelista tenga el don de la oratoria y de la logística, y cuente con una motivación sincera, tiene lo suficiente para el ministerio.

La formación académica para el ministerio se puede llegar incluso a menospreciar. Para algunos, el seminario es una pérdida de tiempo. Algunos argumentan: “Mientras los seminaristas están especulando en las aulas, hay almas muriendo en la calle”. Otros sienten una falta de confianza en las instituciones académicas. Quizá conocen a alguien que ha salido del seminario peor de lo que estaba cuando entró. Resumen su sentir con el siguiente refrán: «El seminario es un cementerio», queriendo decir que el seminario es un lugar donde la gente va para perder su fe o, por lo menos, para perder su celo por el ministerio.

Rescatando la formación académica para el ministerio

¿Qué diremos, pues, frente a estas actitudes y objeciones? Permíteme aclarar que la formación académica en teología no es necesariamente para todo el mundo. No obstante, sí diría que la formación teológica formal es aconsejable, buena, e incluso necesaria por lo menos para aquellos que Dios llama a un ministerio que incluye la docencia bíblica (pastorado, discipulado, consejería, o evangelismo). [1] Estos son algunos de mis argumentos:

El que enseña la Biblia debe ser muy responsable

¿Hay algún mandamiento en la Biblia que obligue al ministro de la Palabra a estudiar en un seminario? Claro que no. No obstante, como en muchas otras áreas de la vida, discernimos la voluntad de Dios para nosotros basándonos en principios que la Biblia nos enseña. Es interesante notar que hay textos bíblicos que sí nos hablan de la necesidad de una preparación sólida para aquellos que ejercerán su ministerio en la enseñanza.

Un texto clave es 2 Timoteo 2:15: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad». Aquí Pablo exhorta al joven Timoteo en cuanto a su labor como predicador y maestro de la Palabra de Dios. Le dice que es un obrero, que tiene que ejercer la diligencia, que tiene que manejar bien las Escrituras. Su ministerio de exposición bíblica no es un juego, y Timoteo no podrá depender solamente de “momentos de iluminación” ni de su sentido de humor para llevarlo a cabo. Sobre todo, Pablo enfatiza que Timoteo tendrá que rendir cuentas por su aportación. Es obrero en el sentido de un artesano que pone su sello sobre su producto. Se hace responsable por su trabajo, y por ello debe buscar la calidad en todo. Timoteo tendrá que interpretar bien y enseñar bien porque el que le prueba y le valora en última instancia es Dios mismo.

¿Qué tiene que ver esto con el seminario? Igual que Timoteo, cualquier persona que se dedica a la docencia bíblica tendrá que rendir cuentas ante Dios por su labor (ver también Stg. 3:1). ¿No vale la pena entonces dedicar un tiempo para recibir formación y así estar mejor preparado para su ministerio? Si quieres ser aprobado por Dios como artesano de la enseñanza de la Palabra, debes hacer todo lo posible por llenar tu caja con las herramientas correctas para poder trabajar con calidad. Una buena formación teológica te proporciona las herramientas necesarias y te adiestra en sus usos.

La Biblia es un libro muy grande

El teólogo J. I. Packer dijo una vez que la  Biblia «es un libro muy grande». Su mensaje básico puede ser sencillo, pero el desarrollo y la aplicación de este mensaje con todos sus matices es muy complejo y profundo. Hay mucho contenido en la Biblia. Conocerlo, entenderlo, interpretarlo, y saberlo aplicar a nuestras vidas y a las vidas de las personas que nos rodean es todo un reto. Para la mayoría de personas, llegar a poder hacer todo esto requiere dedicar un tiempo sustancial para formarse teológicamente.

La vida en este mundo caído es muy compleja

El cuerpo humano es muy complejo. Es por eso que los médicos tienen que estudiar tanto para saber tratarlo. El alma humana también es compleja, sobre todo en su experiencia en este mundo caído. No nos debe sorprender que no basta con poder relatar bien nuestros testimonios personales para poder evangelizar y discipular a la gente en sus diversas circunstancias. Una buena formación ministerial te ayuda a desarrollar respuestas a las cuestiones difíciles de la vida, y te enseña cómo buscar las respuestas que todavía no conoces.

Crecer en la madurez cristiana es muy necesario

Cuando escucho la frase «el seminario es un cementerio», no sé si reírme o llorar. Como dijimos al principio, las personas que usan este refrán normalmente han visto a alguien salir del seminario peor de como estaba cuando entró. No niego que esto puede pasar. Pero suelo pensar que si esto pasa, o bien la persona estudió en un seminario teológica y espiritualmente pobre (¡y los hay!), o tenía un problema antes de entrar que seguramente se hubiera manifestado de otra forma si no hubiese llegado a asistir al seminario. Un buen seminario –donde se enseña la sana doctrina con convicción e humildad– no es un cementerio, ¡en lo absoluto!

Para muchos, los años de estudio en el seminario es un tiempo de crecimiento en lo que podríamos llamar un invernadero bíblico, dado que la madurez cristiana tiene un componente intelectual importante. Somos transformados por la renovación de nuestras mentes (Ro. 12:1-2). Nuestro entendimiento de las cosas de Dios (es decir, nuestra teología) determina en gran parte el trayecto de nuestra alabanza, servicio y comportamiento en esta vida. ¿No te gustaría poder apartar un tiempo para leer, meditar, y pensar profundamente sobre la revelación de Dios y sus implicaciones para nuestras vidas? El seminario donde se imparte bien la formación teológica es como un jardín de crecimiento en la fe.

¿No lo puedo hacer yo en mi iglesia local?

Es posible que estés de acuerdo con el hecho de que la formación teológica vale la pena. Pero surge la pregunta: ¿No se puede recibir una formación teológica suficiente por medio de la iglesia local? Hay iglesias que prefieren capacitar a los suyos, digamos, en casa. Con programas de lectura guiada, enseñanza por parte del pastor/los pastores, y experiencia práctica, hay iglesias que intentan llenar la caja de herramientas de sus futuros ministros sin enviarles a instituciones externas.

Yo estoy convencido de la centralidad de la iglesia local en la vida de cada creyente. También aprecio el deseo que tienen muchas iglesias de ser responsables a la hora de formar a sus futuros líderes. El problema que veo con el modelo de formación solamente en la iglesia es que pocas iglesias tienen la capacidad de preparar a sus líderes sin ayuda. Pocas iglesias cuentan con expertos en los diferentes campos teológicos (exegético, sistemático, histórico, y práctico). Pocas iglesias tienen bibliotecas suficientes. Pocas iglesias pueden crear una comunidad de aprendizaje donde los alumnos reciben no solamente de sus maestros, sino los unos de los otros.

Por eso, soy partidario de que las iglesias locales deleguen gran parte de la formación académica para el ministerio a instituciones especialmente preparadas para llevarla acabo. Si las familias suelen delegar la tarea de educar a sus hijos académicamente a los colegios, ¿por qué la iglesia no puede delegar parte de la tarea formativa de sus futuros líderes a los seminarios?

[1] La formación teológica académica también puede ser aconsejable para personas que sirven en capacidades no docentes (p.ej., responsables de campamentos, trabajadores en ONGs cristianos, coordinadores de agencias misioneras, etc.). Incluso, puesto que las competencias que se enseñan en los seminarios y academias ministeriales normalmente tienen que ver con la lectura, la expresión oral y escrita, el pensamiento crítico y la impartición de una cosmovisión cristiana, una buena formación teológica puede servir como parte de la preparación para muchas otras vocaciones. 

Imagen: Lightstock
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