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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El Catecismo de la Nueva Ciudad: La verdad de Dios para nuestras mentes y nuestros corazones (Poiema Publicaciones, 2018), editado por Collin Hansen. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

¿Qué esperanza tenemos en la vida eterna?

Nos recuerda que este mundo caído no es todo lo que hay; pronto viviremos con Dios y lo disfrutaremos por siempre en la nueva ciudad, en el nuevo cielo y la nueva tierra, donde seremos completamente libres de todo pecado, y habitaremos cuerpos resucitados y renovados en una creación renovada y restaurada. 

Apocalipsis 21:1-4: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su Prometido. Oí una potente voz que provenía del trono y decía: ‘¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán Su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir’” (NVI).

La respuesta del catecismo nos dice dos cosas sobre el glorioso futuro que el evangelio nos asegura que vendrá. 

Primero, disfrutaremos de Dios por siempre. Ya que Dios es trino en Sí mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo se han estado glorificando unos a otros, deleitándose, adorándose y amándose unos a otros. Por tanto, Dios tiene gozo infinito en Sí mismo. Y nosotros fuimos creados para compartir ese gozo. Fuimos creados para glorificarle y participar de esa gloria y de ese gozo. Pero ninguno de nosotros, aun el cristiano más firme que pueda existir, ha experimentado ese gozo —perfecto, cósmico, infinito y que crece infinitamente— porque todos adoramos otras cosas. Algún día seremos liberados del pecado, y entonces conoceremos y experimentaremos esa gloria y ese gozo. Disfrutaremos a Dios por siempre.

En segundo lugar, lo disfrutaremos en la nueva ciudad, en la Nueva Jerusalén, en el cielo nuevo y la tierra nueva. Pero no experimentaremos este gozo cósmico en una condición puramente inmaterial, sino que estaremos en una creación material restaurada. Tendremos cuerpos resucitados como el cuerpo de Jesús—cuerpos físicos. Y lo que eso significa es que, tal como declara el cristianismo, el cuerpo y el alma, lo físico y lo espiritual, se unirán en perfecta armonía para siempre. Ninguna otra religión lo ve de esta manera. No flotaremos como espíritus incorpóreos, sino que danzaremos, marcharemos, abrazaremos y seremos abrazados. Comeremos y beberemos en el Reino de Dios. Quiere decir que nuestros anhelos más profundos serán saciados. Todas nuestras penas serán quitadas. ¿Qué puede ser mejor que eso? Y eso es lo que obtendremos. Nada menos que eso. 

Oración: Dios eterno, anhelamos el cumplimiento de Tu Reino. Anhelamos que toda lágrima sea enjugada. Clamamos por el día en que ya no lucharemos contra la carne. Permite que la esperanza segura de la vida eterna nos dé el valor para enfrentar las pruebas de esta vida. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!


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