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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro El Espíritu Santo (Poiema Publicaciones, 2015). Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

Si le preguntas a una persona no creyente qué es el pecado, es posible que su respuesta sea el asesinato, el robo, el incesto o cualquier otro de los agravios que todos los días se reportan en las noticias. Por supuesto que tales hechos detestables son pecado, pero mientras que una persona no sepa que es culpable de tal actividad, puede que nunca se considere pecador. Muchas personas piensan sobre el pecado en términos de horribles manifestaciones externas. Dios, sin embargo, tiene un estándar más riguroso. El Espíritu Santo convence a hombres y mujeres de que el pecado también incluye lo siguiente: 

1. El pecado es errar al blanco

Cada persona debe aspirar vivir en conformidad con la ley de Dios. Piensa en un arquero profesional enseñando a un principiante cómo disparar una flecha a un blanco. El blanco que Dios coloca delante de nosotros es amarlo con todo nuestro corazón, alma, mente, y fuerza, y amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. La Escritura dice que ningún ser humano ha dado en el blanco. Todos en el mundo han pecado y no han satisfecho no solo la ley de Dios, sino tampoco la gloria de Dios. Ese es el estándar. No solo no hemos lanzado la flecha en la diana; nuestras vidas ni siquiera están cerca del blanco de tiro.

2. El pecado es traspasar el límite

Algunos “puestos fronterizos” marcan los límites del Reino de Dios. El primero estipula que no debemos tener dioses ajenos excepto al verdadero Dios viviente. El segundo, que no debemos hacernos ídolos ni servir a los ídolos. El tercero, que no debemos tomar el nombre de Dios en vano. El cuarto nos insta a recordar el Sabbat y guardarlo como santo. El quinto, que debemos honrar a nuestro padre y a nuestra madre. El sexto nos manda a no hacer violencia a nadie. El séptimo prohíbe el pecado sexual. El octavo nos dice que respetemos la propiedad privada de los demás y que no tomemos lo que pertenece a otros. El noveno condena la mentira, mientras que el décimo nos manda a no codiciar nada que le pertenezca a nuestro prójimo. 

Muchas personas piensan sobre el pecado en términos de horribles manifestaciones externas. Dios, sin embargo, tiene un estándar más riguroso

Dios ha establecido estos límites de tal manera que nadie los puede mover. Debemos vivir nuestras vidas dentro del espacio cercado por estos límites. El Señor llevará a juicio a los que deambulan fuera. Sin embargo, cada uno de nosotros vagamos fuera de estas fronteras de forma deliberada día tras día. A veces nos estrellamos contra las barreras de las leyes de Dios en áreas prohibidas. A veces nos resbalamos una y otra vez justo en las líneas divisorias. Pero ya sea que nos atrapen o no, estamos transgrediendo las leyes de Dios. Y la transgresión de la ley es pecado.

3. El pecado es desafiar la justicia

El pecado es desobediencia. La admirable voz de nuestro Creador, que en Su gracia se escuchó al principio y fue registrada en la Biblia, todavía resuena en cada corazón diciendo: “Mi voluntad es que los maridos amen a sus esposas; que las esposas obedezcan a sus esposos; que los jóvenes hagan caso a sus padres; que los predicadores proclamen estas verdades y que los prójimos se amen unos a otros”. Estas son las órdenes del Creador para las criaturas que viven, se mueven y tienen su ser en Él. Sin embargo, los humanos constantemente responden con desafío a este orden de la Creación: “¡No! No dejaremos que este Señor gobierne sobre nosotros”.

4. El pecado es vivir en una desafiante ilegalidad

Los hombres y las mujeres no están destinados para vivir por su cuenta en este mundo. No fueron creados para decir: “Bien, esto es lo que pienso de Dios, y obedecerlo no es lo que escojo para tener una buena vida”. Tales personas son ley para sí mismas; la manera en que escogen vivir termina en caos. No estamos destinados para vivir por nosotros mismos sino para servir a Dios, encontrando nuestro deleite principal en amarlo con todo nuestro corazón. Por tanto, demos gracias a Dios por librarnos en Jesús de la esclavitud del pecado y darnos vida eterna (Ro: 6:18; Jn. 3:16).


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