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¿Qué le da a cualquier predicador el derecho de ponerse de pie al menos una vez a la semana durante media hora y pretender que habla en nombre de Dios? Ni siquiera el presidente de los Estados Unidos cuenta con tal autoridad. Nadie piensa que un profesor de matemáticas o de literatura se merece este privilegio. De todos modos, ¿cuántos otros monólogos unidireccionales encuentras con regularidad estos días? Lo que alguna vez fue popular, el entretenimiento itinerante en el mundo antiguo, difícilmente atraerá a una multitud en el centro de la ciudad hoy en día y mucho menos abrirá las puertas hacia una carrera lucrativa como orador público.

Los predicadores no obtienen su autoridad de un conocimiento superior, el poder político o el florecimiento retórico. La obtienen únicamente de la Palabra de Dios. «Predica la palabra», le dijo Pablo a su joven discípulo Timoteo, el pastor de Éfeso. «Insiste a tiempo y fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2 Ti 4:2).

Los predicadores obtienen su autoridad únicamente de la Palabra de Dios

Los predicadores no tienen autoridad si entregan una reseña de la última serie de Netflix. No tienen autoridad si les solicitas una recomendación de un restaurante. No tienen autoridad si están compartiendo sus pensamientos sobre una teoría de conspiración que vieron en Facebook. Pueden tener algunos argumentos buenos, interesantes o valiosos. Es posible que tengan buenos consejos si necesitas, por ejemplo, ayuda para encontrar un trabajo. Pero obtienen autoridad especial para hablar en nombre de Dios solo cuando predican su Palabra.

No te conformes con sabiduría humana

A medida que redescubrimos la iglesia, buscamos autoridad divina y no simplemente la sabiduría humana. Tenemos más que suficiente sabiduría humana en la actualidad. Nunca has tenido un acceso tan amplio a ella. Los libros de autoayuda dominan las listas de éxitos de ventas. Los podcasts te prometen un mejor tú. Nunca llegarás al final del Internet. Entonces, una iglesia que ofrece sabiduría humana se enfrenta a una competencia difícil. ¿Por qué escuchar a un pastor local en lugar de suscribirte a un canal de YouTube? ¿Por qué levantarte el domingo por la mañana en lugar de ver los programas de noticias que muestran a políticos poderosos?

Nos levantamos y nos reunimos con la iglesia de manera semanal porque ahí es donde vamos a escuchar al Rey divino: sus buenas nuevas y su consejo para nuestras vidas. Escuchamos de Él cada vez que abrimos nuestras Biblias, sí, pero escuchamos de Él juntos en la reunión semanal. Allí nos formamos juntos como un pueblo. Es por eso que la predicación y la enseñanza son fundamentales para las reuniones de nuestra iglesia. Centrar nuestras reuniones alrededor de la Palabra de Dios cultiva la cultura celestial que debe caracterizarnos como un pueblo distinto, para que podamos, a su vez, ser sal y luz en nuestras ciudades y naciones individuales.

Con la ayuda del Espíritu, conoces la sabiduría divina cuando la escuchas. No es como la sabiduría humana de los escribas autoproclamados de hoy, que son tan comunes en las redes sociales y en los libros más vendidos. La autoridad del predicador cubre todo lo que Dios ha dicho, pero no va más allá de lo que Dios ha dicho. Los predicadores pueden ser culpables de decir demasiado o muy poco. Eso significa que la Palabra es la base, pero también el límite del sermón.

Mark Dever a menudo compara el trabajo del predicador con la tarea de un cartero. El cartero no se acerca a tu puerta, abre el correo, hace algunas anotaciones adicionales, vuelve a sellar el sobre y luego coloca tu correo en el buzón. Un cartero simplemente entrega el correo.

Un cartero simplemente entrega el correo. Así sucede con un predicador

Así sucede con un predicador. La Palabra nos ayuda a discernir la autoridad que él tiene. Tiene la autoridad de entregar el correo. Nada más.

Los gurús de autoayuda carecen de autoridad porque tienen un gran interés en decirte lo que quieres escuchar; de otra manera, no comprarías sus productos ni te suscribirías a sus programas. Tales escribas van más allá de la Palabra de Dios y reclaman una autoridad que no les pertenece. Buscan atar tu conciencia en asuntos que no se pueden determinar solo con las Escrituras. Podrían intentar decirte con quién salir, por quién votar, en qué escuela inscribir a tus hijos o qué tipo de ropa indica una actitud piadosa. En todas estas cosas, pueden transmitir sabiduría, pero no debemos equiparar un buen consejo con la autoridad divina. El sermón no es el lugar para las reflexiones humanas, sino para el poder divino.

Así dice el Señor

A lo largo del Antiguo Testamento, los profetas hacen eco del estribillo: «Así dice el Señor». Hablaron con autoridad porque Dios les confió su mensaje. Hablaron en su nombre. Eso significa que los profetas no siempre decían lo que el pueblo quería escuchar. De hecho, era común que los reyes castigaran a los profetas cuando no les gustaba lo que escuchaban.

Los profetas no siempre decían lo que el pueblo quería escuchar

Las experiencias de Israel advierten que, a medida que redescubrimos la iglesia, somos propensos a buscar líderes que nos digan solo lo que queremos escuchar. Por otro lado, los líderes se sienten tentados a darle a la gente lo que quieren, porque es más fácil ganarse la vida de esa manera. Incluso, es posible que los predicadores suenen como audaces pregoneros de la verdad cuando solo hablan con dureza sobre las personas que están fuera de sus iglesias. Pueden parecer valientes, pero en realidad nunca desafían a las personas que pagan sus salarios.

De hecho, ese podría ser el mayor desafío al que se enfrentan la mayoría de los predicadores. ¿Cómo pueden predicar la Biblia y nada más que la Biblia sin ofender a algunas personas? ¿Cómo pueden decir cosas duras y veraces a las personas que controlan su sustento y que podrían sacarlos a ellos y a sus familias de su casa y comunidad?

Enséñate la Palabra ti mismo

Dada esta tentación para los predicadores, es importante que el resto de nosotros estemos dispuestos a escuchar y prestar atención a la Palabra, aun si no siempre nos gusta o no estemos de acuerdo con ella al principio. A medida que redescubres la iglesia, estás buscando predicadores que no solo te hagan depender de ellos para obtener conocimientos bíblicos ocultos, sino que te muestren cómo enseñarte la Palabra a ti mismo.

Los mejores predicadores no hacen que te maravilles de su propia habilidad. Te muestran la gloria de Dios tal y como es vista en su Palabra. Cuando ves a Dios de esa manera, quieres tanto de Él como puedas. Creces en el entusiasmo por leer y aplicar la Palabra por ti mismo. Luego ingresas a un circuito de retroalimentación virtuoso. Mientras más predicadores te ayuden a conocer y amar la Palabra, más desarrollarás ese gusto por ti mismo y mejor desarrollarás el gusto por la predicación sustanciosa.

Los mejores predicadores no hacen que te maravilles de su propia habilidad. Te muestran la gloria de Dios tal y como es vista en su Palabra

Piensa en la obra de la Palabra en una iglesia a través de al menos cuatro movimientos: (1) el predicador expone la Palabra a toda la iglesia; (2) los miembros de la iglesia responden poniendo la Palabra de Dios en sus bocas y corazones a través del canto y las oraciones colectivas; (3) todos los miembros de la iglesia se enseñan la Palabra a sí mismos; y (4) varios miembros de la iglesia se enseñan la Palabra unos a otros y a la próxima generación. Eso significa que cada miembro de la iglesia ha sido llamado de alguna manera como estudiante y también como maestro de la Palabra.

Con esta visión de la Palabra, las iglesias se protegen de uno de los problemas más comunes en la actualidad, que los escritores bíblicos anticiparon y sufrieron ellos mismos. Pablo le dijo a Timoteo que advirtiera a los efesios que no «prestaran atención a mitos y genealogías interminables, lo que da lugar a discusiones inútiles en vez de hacer avanzar el plan de Dios que es por fe» (1 Ti 1:4). En la segunda carta de Pablo a Timoteo, también advirtió: «Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, conforme a sus propios deseos, acumularán para sí maestros,  y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a los mitos» (2 Ti 4:3-4). Vemos que una iglesia enfocada en la Palabra estará menos interesada en «sus propios deseos»: especulaciones que dan la apariencia de conocimiento pero en realidad indican locura. Pablo pudo haber pensado que el mismo Satanás creó el internet como una herramienta para dividir y distraer a las iglesias con especulaciones sin fin.

Piensa en el desafío único del predicador en la actualidad. Él pudiera obtener hasta 45 o aun 60 minutos de tu atención esta semana. Eso es si tu atención no está dividida entre los niños, la somnolencia y los mensajes de texto que aparecen mientras intentas ver el sermón en casa. Pero las redes sociales, los videos y los podcasts controlan casi todos los momentos libres en el trabajo, mientras manejas y al dormir. ¡No es de extrañar que aparentemente nuestras iglesias no pueden estar en la misma página! No estamos dando prioridad a las mismas páginas de las Escrituras. Las iglesias que emergerán más fuertes después de COVID-19 serán aquellas que diferenciaron entre la Palabra de Dios predicada con poder y las innumerables otras palabras que competían por nuestra atención decreciente.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Nota del editor: 

Este artículo es una adaptación de Rediscover Church: Why the Body of Christ Is Essential [Redescubrir la iglesia: por qué el cuerpo de Cristo es esencial] por Collin Hansen y Jonathan Leeman (Crossway, 2021).

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